Uyyy,uyyy, ahí viene otra vez! Todavía no me acomodé y ya está acá de nuevo!
Respiro profundo para recuperar fuerzas, afirmo mis extremidades para mantener el equilibrio cuando se acerca a mi.
Primero apoya su mano en mi espalda para tantear mi firmeza, me bambolea para todas partes pero yo resisto con hidalguía, soy firme y fuerte.
Ruego al cielo que se apiade de mí y se recueste con cuidado hacia atrás, así distribuye de manera homogénea todo su peso; aunque confieso que no me agrada nada sentir el roce de su grasa sobre mí.
Detesto cuando me clava los talones, pero más aún cuando se pone nervioso y apoya sus regordetas manos a los lados, ajustando su trasero hasta encontrar su punto de máximo confort.
Si está sudoroso —como suele suceder debido a su exceso de peso—me moja, y así, poco a poco me va haciendo quedar deslucida. Eso me molesta mucho.
Estoy segura que cuando me vio, me eligió porque soy de lindas formas y me veo fuerte.
Él sabía que me iba a someter a todas estas torturas sin piedad. ¡Qué malvado, lo odio!
Pude haber sido un ropero, una mesa o un aparador, pero no, me tocó ser el sostén de este monumento de persona que cuando está cansado grita desesperado: SI,YA; QUIERO MI SILLA, y ahí estoy yo, como siempre, esperándolo.
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