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FANTASMAS del PASADO
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Durante la calma de una noche citadina, cuando los transeúntes cordobeses buscan el reposo vaciando el microcentro, Rolando fue deambulando por las calles. Parecíale que un sinfín de rostros lo llamaran desde los faroles de cada vehículo. El los enfrentaba, pero su llamarada artificial heríale los ojos con violencia. Una de estas luces fue más intensa y se detuvo delante suyo, obligándolo a detenerse.

——¿Todavía me temes?— le dijo esa luz, sus facciones le eran demasiado conocidas
——Nunca— respondióle él
——¿Estás seguro?
——Sí, seguro. Cuando te observé con detenimiento tu imagen era sumamente opaca. El mundo, una máscara de burla.
——¿Y por qué te alejaste entonces?

La mujer se dibujó con nitidez delante suyo, materializándose desde el farol de un automóvil allí estacionado. Juntos ambos nuevamente, continuando un diálogo inconcluso en el tiempo.

——Fue una tarde, cuando cayeron sobre mi cabeza todos aquellos retratos.
——Tú los bajaste de allí, hijo, dejando las paredes vacías.
——Sí, lo hice. Sentí que así me lo pedían… para dialogar conmigo.

La figura de la madre estaba apoyada sobre un vehículo. La vieja calle colonial del microcentro, era un pasaje donde aún quedaban antiguos adoquines. Más allá de ese espacio vacío y enfarolado, los semáforos encendían sus ojos centellantes marcando la ruta rápida moderna, obligando la salida de los automóviles rezagados, que partían raudos hacia sus domicilios distantes en la periferia citadina.

——¿Por cuál motivo?— preguntó ella curiosa
——Querían comunicarse conmigo. Desde el primero de aquellos retratos me habló un anciano, diciéndome : "¡Mírame al rostro! Mi frente caminó erguida por las veredas de Córdoba."
——No puedes negarlo, nadie te ha mentido hijo mío.
——El siguiente retrato también tenía algo que decirme: "Durante mis años de plenitud conocí mucho del mundo. Los países vecinos, junto a los continentes alejados por el mar"
——La verdad siempre se mantiene, Rolo.
——Y continuaron desfilando en una procesión múltiple, aquellos personajes que se evadían de los marcos.

Ambos callaron mirándose, como si quisieran por fin conocerse, o reconocerse. La calle sumida en el frío no los cobijaba, pero permitía sin embargo este diálogo tardío, antaño buscado. La helada nocturna extendíase por las angostas veredas invernales, donde el tiempo antiguo quería detenerse, sellar un momento único que permitiese olvidar los desencuentros del pasado. Pero el viento gélido continuó su marcha implacable, limpiando los gases constantes y estancos de cuantos automóviles se entrecruzaban.

——Te contaron ellos sus vidas y sucesos ¿Hay algo más?— preguntóle ella
——Sí... entonces les pregunté : "¿Puedo hacer algo por ustedes? La jornada terminó y merecerían un descanso. Me parece verlos continuamente entre dos espacios y aprisionados en ellos"— dijo esto Rolando mirando de frente al fantasma de su madre
——Siempre te reconocí gentileza— admitióle ella
——Yo continué : "Quisiera devolverlos hacia el camino, por las dos direcciones que se bifurcan desde un puente, para guiarlos por aquélla que hoy les corresponde"— quedóse callado, meditand

La figura materna, erguida y altiva como fuera en su pasado, no había perdido en cuerpo fantasmal, ni su aplomo ni su hermosura. Pero conservaba asimismo en esta visita nocturna, esa aguda melancolía que aún confundía los sentimientos del hijo... ahora muy distante de ella, aunque conversasen a través de un farol humanizado.

——¿Y ellos pudieron responderte?— insistió la madre
——Sólo más tarde, cuando dormía.
——¿De qué forma?
——Se acercaron lentamente y el más antiguo de ellos arrimóse a mí con suavidad : "Descansa" me dijo "No te preocupes por nosotros. En el marco representamos una idea, o una insignia, pero en nuestro destino real ya nos hemos alejado ha mucho del puente. Hemos seguido la dirección contraria a la luna del espejo, pero que en nuestra situación actual, es nuestra realidad ¿Por qué te perturbamos?"

La madre y el hijo mirábanse de frente, como en otro tiempo. O como pudieron haberlo hecho antes, pero sin lograrlo. Ambos anhelaban detenerse en ese punto, en ese instante fijo, entre farolas, donde al fin habíanse reencontrado. Rolando continuó rememorando imágenes...

——¿Por qué te perturbaban?— inquirióle ella
——También ellos insistieron : "¿Por qué te perturbamos? ¿Te lo has preguntado sinceramente alguna vez? Las generaciones nuevas transformaron el lugar geográfico que fue nuestra cuna. Un realidad distinta te espera ¡Corre con ella!"
——¿Y qué les contestaste?— insistió el fantasma materno
——"Sueño...¡vivo con ustedes!... Y se han transformado allí desde sus retratos, en existencias perpetuas dentro de nuestra casa, por ello me perturban."

Medianoche. Invierno. Helado. Espeso. Y allí... un caminante. ¿Desde cuándo? Desde el primer llanto. Desde el inicio junto al pecho materno, desde que aspiró la primera gota de vida. Un caminante dialogando con sus fantasmas.

——¿Y qué hiciste entonces? ¿Fue el día de tu alejamiento? Yo aún vivía— preguntóle el farol humanizado
——No. Pasó más tiempo. Yo comencé a partir de aquella visita nocturna, a descender por las laderas de la roca. A la mañana siguiente me hablaron nuevamente los personajes incrustados en los marcos. Articulaban sus frases sujetos a un hilo de plata, seguí su dirección y encontré su origen en tu frente. La raíz tenía cimientos hondos que se insertaban en los extremos de tus cabellos, penetrando toda tu piel. Era el seno, no había otro. Aquellos muñecos se gestaron dentro tuyo y acorralaban nuestra casa— afirmóle Rolando

¡Generaciones opuestas! Distintas, distantes y dolientes, pero vividas con fuego. Había un abismo con intolerancias mutuas que en esa obscura medianoche, intentaba acercarlos. Cerrar los estigmas lacerantes, sellados y abiertos en el corazón del hijo. Estaba el muchacho frente a su fantasma propio, aunque él lo ignorase.

——Era mi pilar de vida ¿Fue delito ofrecértelo? Yo me apoyaba en él, como una fuente de energía vital— sostuvo ella con gran firmeza
——"¿Tengo padre?" te pregunté otro día. "Es éste" me respondiste, sorprendida.
——Era una pregunta incomprensible, Rolo.

El enfrentó a la imagen del farol. Las calles penumbrosas y coloniales del centro citadino, solitarias a esa hora, abrían posibilidad para un diálogo nuevo. Una comunicación entre madre e hijo que en otro tiempo estuvo vedada desde adentro de ellos mismos. Pero ambos sabían que este encuentro también concluiría, apenas Rolando se apartase del lugar.

——Sí. Son duda. Era el hombre que vivía con nosotros. Un perfil al que nunca llegué a percibir, pues los perfiles de los marcos presidían nuestra casa. Cada antepasado en su retrato tenía más presencia paternal, que él en nuestra casa— sentenció el hijo
——Nos acompañaban más... él estaba siempre ausente.
——¡Ese era mi padre real! ... sin embargo, aquel hombre había sido sólo un dibujo, una estampa que caminaba. Pero ese día lo descubrí ...¡Vivía!... Era humano y de fibras como nosotros.
——Como nosotros, de fibra humana, pero absorto en su profesión y en su actividad pública. Política. No tuvo desgaste contigo en la convivencia— respondióle ahora con vehemencia el fantasma materno
——Un hombre brillante, presente y vivo. Sin marco. Debió ser el fuerte de mi vida para que yo tuviese la energía necesaria para entrar en el mundo exterior de su mano ¿Y qué pasó?...me separaste de él, desde el principio, para que yo admirase retratos ¿Porqué?

Un silencio extremo pareció envolverlos, dentro de ese pasaje con farolas y adoquines. A cierta distancia, un poco más allá, el cabildo cordobés ofrecía su densa soledad nocturna, donde algunos tardíos transeúntes apuraban el paso bajo su ancha recova colonial. La mirada de Rolando dirigióse hacia allí, donde algunas coquetas jovencitas paseando por ella, lucían sus minifaldas en medio de la noche helada.

——Tu padre hablaba poco con nosotros, tenía nuestro respeto ¿Podíamos darle algo más?
——Mi padre... Casi un desconocido.
——Sin desgaste contigo en la convivencia, cual ya te lo he dicho— volvió a repetirle la madre
——¿Por qué te separarte de toda su actividad pública y me alejaste de ella también a mí? Yo era el hijo varón que después sería entregado al mundo, desarmado y solo.
——Yo quería protegerte, hijo. El era un político en lucha y su vida un riesgo continuo, del que quise preservarte.
——¿Acaso te lo pedí? ¿Y por qué te casaste con él?... ya que no ibas a aceptar su elección de vida.
——¿Has pensado hijo si mi generación tuvo derecho a elegir? Vivíamos otro tiempo.
——No amabas su entorno, luego no podías amarlo a él. Un hombre es él y su circunstancia— reprochóle el hijo
——Nunca escuchas mi descargo, Rolo ¿Piensas acaso que mi generación tuvo derecho a elegir, si podía pensar sólo en el amor, libre de otros valores?
——No, sin duda. Ya ves, madre, que ahora te he escuchado ¿Te extraña? Desde que crecí, volviéndome un joven libre y ansioso de caminar por el mundo, nunca más lo hice. Me había sobrecargado de ti.
——O sea, que ahora me permites un retorno... a tu lado.
——En cierta manera, dentro de lo imposible. Aprendí a confiar en mí, buscando mi propia experiencia.
——O buscando el amor… que me exiges— expresó ella
——Tampoco ¡No te aflijas, madre! No es ése el camino. Yo busqué el amor y llegué a la desilusión.
——¿Cómo así?
——No es el amor lo que debemos buscar cuando tomamos la ruta propia, sino el Diamante.
——Al menos ahora, desde el otro lado del espejo, tengo ese consuelo— díjole ella

Ambos callaron por algunos momentos, como si una emoción perdida los acercase. La proximidad de la Avenida Colón asfaltada y tumultuosa, pareciera ahora muy distante de ellos, haciéndolos más próximo al reencuentro -ya imposible- separados como estaban en dos planos sin retorno.

——¿Y aquellas otras mujeres con su presencia permanente a tu derredor… por qué rondaban el círculo?— díjole él
——Mis hermanas y amigas, me acompañaban desde mi infancia. ¿También ellas te molestaban?
——Sí, por completo. Estaban a tu alrededor casi a diario, aumentando tu aislamiento con el exterior. Y no te aventurabas a una consulta que yo te hiciera sobre mí, sin agregar la intervención de ellas. Nunca podíamos hablar ambos a solas, como esta noche.

El farol humanizado quiso hacer un movimiento rápido acercándose a Rolando, quizás para llenar esos espacios ocupados por numerosas presencias y retratos que antaño la rodeaban, separándola de su hijo. Pero carecía de materia y no logró caminar fuera del farol.

——Pudo ser un núcleo— sostuvo el muchacho —Pero girábamos siempre alrededor de los marcos colgados en la paredes, donde la mención continua de sus vidas, parecíanos, nuestra única realidad. Nosotros en cambio, sólo éramos las sombras de ellos.

El farol colonial se movía dando una luz intermitente en su derredor. Ciertos transeúntes, aislados, miraban sorprendidos a Rolando de soslayo, sin comprender con quién hablaba. La luz quebraba esa monotonía del penumbroso pasaje y de ella continuó emergiendo la voz materna :

——¿Lo ves así?... tan drástico siempre... Rolo.
——Nuestro presente era una cáscara. Cada minuto de aquéllos que sólo figuraban en el grabado, había constituido nuestra única sensación vida. ¡Pero aquel día! …que continuó a la visita nocturna de los ancianos escapados de sus marcos, se cayó para mí la máscara de todos ellos y me arrimé a mi padre real, el de fibra. Sin amor profundo, pero contemplándolo por vez primera y deseoso de hallar una palabra acertada, a fin de comunicarme con él.
——¿Y qué le dijiste? Era tu primer diálogo.
——No fue fácil, pero me expresé así : "Padre... querría que me perdonaras. Hemos habitado durante veinte años en esta misma casa, sin embargo sentí siempre, la paternidad adherida a las paredes... a esos retratos”.
——Fue un reencuentro emotivo entre padre e hijo— expúsole el fantasma femenil —Sucede siempre. Cuando el hijo llega a la juventud el hombre se convierte de verdad en padre. Cuando las mujeres los hicimos crecer. Cuando los hijos nos olvidan.

La luz del farol titilaba luego de estas palabras cargadas de desencanto, ya vivido, y casi ajeno en su situación actual.

——¡No te aflijas!— volvió a recomendarle Rolando —pues él y yo no podíamos tampoco andar mucho tiempo juntos. Mis veinte años demandaban un camino abierto, amplio, sin barreras ni límites.
——Tampoco con él, permaneciste quieto, hijo.
——Nunca he buscado la quietud, sino el rumbo ¿Te resulta difícil comprenderlo?
——Tu padre, el ausente, el político, el profesional... Tenía todo para atraerte.
——Tampoco quedé junto a él, madre. El iba a permanecer allí, persistente contigo. Te entregó su vida cuando te vio en su juventud y no se alejó más, aunque pareciese ausente.
——Así era nuestra juventud. Nuestro tiempo.
——Soy distinto.
——Esta juventud es distinta, pero te parecerás al conjunto, como ley inexorable.

El cabildo colonial con su ancha recova ya vacía, parecía escuchar sus voces, llamarlos desde el pasado y confundir sus sentimientos pretéritos con los de ellos. También concluidos, pero vivificados en este diálogo último y a pleno.

——¿Qué harás ahora?— preguntóle ella, protectora
——Tengo en mis manos el Diamante del comienzo. Antes yo no poseía una identidad propia, sólo era una baldosa más de tu casa que no tenía la libertad para elegir su propio color. ¡Tengo conmigo el Diamante en bruto! Y aquí estoy tratando de tallarlo, puliendo sus facetas, con cinceles elegidos por mí.
——Es una propuesta positiva, niño mío. Crece.
——Lo intento. Ya lo voy logrando.
——Tu generación elige.
——Sí, madre.
——Tu generación juzga.
——Sí, madre.
——Tu generación se arriesga en mundos nuevos.
——Sí , madre.
——¿Podrás protegerte a ti mismo?
——Ese es mi propósito. Sí, madre.
——Ya no puedo hacerte crecer más, hijo.
——Es mi turno. Me toca a mí ahora pensar en mí, por mi presente. Nunca como ahora he sido tan dueño de mí mismo y es perentorio que cumpla conmigo.
——Algo positivo.
——Pero al menos, ha sido posible encontrarnos y hablar de nosotros, por primera vez.
——La primera... La última.
——Sí, madre.

Ambos callaron. La luz del farol fue apagándose ante las claridades del alba, que se anunciaba hacia la distancia detrás de los edificios citadinos. No hubo más diálogo. Y luego, lentamente, Rolando continuó pensativo pero tranquilo, su camino abierto por el tráfico. Libre ya de motores y fantasmas, en una ciudad vacía, con calles solitarias que marcaban su ruta sin barreras.

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Alejandra Correas Vázquez
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Texto agregado el 03-09-2009, y leído por 237 visitantes. (0 votos)


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