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Inicio / Cuenteros Locales / luis-stefano-reies / Los imbéciles claman contra el viento y el fuego. (continuación de Motel)

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II

Los imbéciles claman contra el viento y el fuego.

Siempre pensó que su trabajo era el de hacer respetar la ley, pero en las circunstancias en las que se encontraba después de tratar interrogarla sobre lo ocurrido lo hizo dudar de ésta, incluso de todo lo que creía hasta entonces: en un sistema judiciario que proponía que todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario y mucho más en ese país.
Sobre lo que ella tenía en la cabeza, fue mucho más difícil de combatir que contra cualquier asesino a sangre fría, a pesar de que su asesinato fue diferente, era un asesinato, y no cambiaban las circunstancias en las que ella se encontraba, pero él sabía que eran diferentes de alguna manera. Creía que no se puede juzgar a alguien de acuerdo a lo que cree tener en la cabeza, aunque le hubieran dicho que lo que él quería decir era que: “El fin justifica los medios”, pero iba mucho más allá de una simple frase, iba tan lejos que estaba hablando del mundo que existía en la mente de una mujer que se sumió, y se dejó arrastrar por completo por sus pensamientos, por sus instintos, si se los puede llamar así a los actos que cometió.
Cualquier persona la hubiera juzgado de loca, y de hecho al comienzo él también lo hizo, pero con el paso del tiempo y de conocerla mejor se dio cuenta de que no era tan sencillo como llamarla así.
Estuvo con ella desde el momento en el que la arrestaron en el motel, incluso fue el policía que contestó la llamada que ella hizo a la estación, y la vio en el momento exacto cuando se sumergió en su cerebro, sólo para salir de vez en cuando para conversar con él, vio los ojos perdidos y como se formaba una risa algo rara, que nunca había visto.
Al principio no hablaba nada, sólo tenía dibujado en el rostro esa estúpida mueca de no saber lo que acontece a su alrededor. Un día se quedó a solas con ella, le hizo algunas preguntas pero no respondía nada, le preguntó si tenia hijos y ella lo único que respondió como susurrando fue: “Estaban ahí mirándome con esos ojos blanquísimos como si yo tuviera la culpa de lo que les pasó”. Y otra vez se dibujo la mueca estúpida en su rostro. Al siguiente día fue a la misma hora, le preguntó sí tenía esposo, ella ni se inmuto, siguió con la misma expresión en el rostro.

Siempre está ahí sentada, no sé si duerme, si como, si vive, es como si quisiera acabar su sufrimiento con sufrimiento. No lo creo pero ella tiene todo lo que me falta, es extraño incluso estúpido pensar en eso, la quiero ayudar llevarla de ahí, de su silla, del aislamiento que ella a propósito quiere estar. No está acorralada por sus pensamientos como me quiere hacer creer está sólo indispuesta. Sé que quiere pero no quiere a la vez por el sufrimiento que cree que debe guardarse, y que su hijo lo va a sentir y sabe que debe quitarle algo a él. Torpemente, creo que va a salir de ahí, está con su rostro blanquísimo y hermoso de una manera inexplicable, mirándome aunque no lo haga aunque finja que está con ella mismo, pero está siempre viéndome, y siente que la quiero sacar de ahí, que quiero que no sea sólo de ella lo que tiene, sino que sea mío también de alguna manera.

Para él se había hecho rutina visitarla en la comisaría, aunque ella desde la vez en la que le preguntó sobre su hijo no volvió a hablar con él. Sabía que lo sentía y que de alguna u otra forma se alegraba al verlo, aunque sólo era su percepción. Se quedaba minutos mirándola, tratando de entender, o de meterse en su cabeza para saber que sentía que podía hacer por ella, pero era inútil, innecesario, opresivo para ella, para la sublime mueca en su rostro, abstraída y cercana a él, sin mas remedio que estar ahí esperando que cambie que sea otra y él otro completamente diferente, sin una vida más que la que podía tener con ella y su hijo, que aunque no sabía si existía, existía en alguna parte del mundo en el que pensaba estar, en la cabeza de ella aguardado, esperando que de la orden para salir, para entrar junto con él en el universo que lo esperaba, que los esperaba a ambos.

Traté y trate pero no fue mi culpa, estaba tranquila como siempre, debí quitarle la correa, pero hubiera buscado la forma, debí adivinar cuales eran sus intenciones. Esa maldita correa debe haber sido su único amor y lo que yo deseaba y de alguna forma era mío por derecho al aguantar la mueca en su rostro. Yo ahí mirándola colgada, con el rostro más apacible y satisfecho que existe, que he visto, ese era el sufrimiento que buscaba, y al fin lo encontró pero lo hizo ¡maldita sea! sin llevarme, sin siquiera brindarme un poco de esa satisfacción, de ese sentimiento tan apacible, inconmutable, cercano pero no junto a mi.

Después de lo ocurrido fue como si la camarera del motel se hubiera posesionado de su cuerpo, su sumió casi idénticamente en su cabeza, pero esta vez no hubo quien trate de salvarlo.

Es tan extraño, incluso sorprendente, donde en si existe todo y todos, de alguna forma, siempre aunque lo quiera esta ahí, por alguna razón la encontré justo aquí, y tal vez no estivo nunca en ningún otro sitio. Ahora que estoy aquí me doy cuenta de lo imbécil que fui al tratar de sacarla. Y que este conmigo es incluso inimaginable, no en buen el sentido sino que es raro, y no es lo que esperaba. Sigue con la correa en su cuello, adornando su perfecto rostro blanquísimo.” Esa maldita correa debe haber sido su único amor y lo que yo deseaba y de alguna forma era mío por derecho al aguantar la mueca en su rostro.” Y vuelvo nuevamente. Y así es mejor, a la realidad, aunque me da asco sólo con pronunciar “realidad”. Sé, sé que esta ahí, y me espera debo volver porque esta ahí, esperándome, ¡es-pe-rán-do-me!

Se levantó de la cama en la que estaba “¡Seis mujer, siete hombre!”, gritó, vio sus manos, levantó uno por uno los dedos,”siete”, dijo casi susurrando.






Texto agregado el 02-09-2009, y leído por 75 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-09-2009 me encanto leerte me recordaste la obra de los miserables, todo lo que debe luchar el hombre diaivo
 
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