Recuerdo mis pequeños momentos estelares infantiles, sobre todo los que se daban gracias al escenario de la vía pública y al desparpajo mediático de mi madre.
Esa madre entregada y descaradamente poco pudorosa y a mi abnegado color rojizo vergüenza primavera-verano.
Recordando esos momentos ecuménicos, me avergüenzo primordialmente de aquellas tardes volviendo a casa del parque color llena de mierda (lo que se denomina ahora color camel).
Íbamos por la calle cuando de repente me entraba ese sofoco apretado, llamaba la atención de mi madre para que bajara hasta mi medio palmo y le susurraba que me hacía pis.
- ¡¿Es que no puedes esperar a llegar a casa?!- me decía con el tono de voz lo suficientemente alto como para enmudecer al gentío que abarrota una plaza de toros mientras la miraba con cara de horror y le decía con voz casi inaudible:
- Esque me hago pis ahora...-
- ¡Vaya con la niña!- proseguía a berrido nada discreto.
Y cuando procedía entrar en un bar a disfrutar de la madre selva, fauna y flora propia de dichos escusados, mi madre cual luchadora de sumo me elevaba por las piernas dejándome con las rodillas tres cuartas por encima de la cabeza, la cual me dejaba apoyada sobre el parachoques de un volvo con la matrícula llena de mosquitos.
No siendo suficiente entrar en shock por tan hábil llave materna, me bajaba los pantalones y las bragas hasta que se me quedaban prendados a las zapatillas de tela con cordones de un discreto color verde pera y mi culo quedaba en pompa asomando cual avispado girasol en busca de los rayos del sol, mientras ella se espatarraba cual gimnasta olímpica y gritaba:
-¡no me mees encima, ¿eh?!- vociferaba por si alguien no se había percatado no sólo de mi humillante posición con culo en pompa, sino también de mi conjunto de pantalón y camiseta blanqui-verde pera con coleta de caballo tan alta que parecía más que un peinado la fuente donde va el Madrid a celebrar sus copas...
Y tras muchos desatinos me ponía a ejercer tras muchos esfuerzos mi propósito, ya que tal situación no favorecía dicho acto y notaba cómo la sangre se me subía a la cabeza mientras me ponía colorada cual tomate veraniego y mi madre me gritaba:
- ¿¡pero que te pasa!?, ¡¿no te hacías tanto pis!?, ¡¿terminas ya o qué!?, ¡¡no me mees encima ¿eh?!!-
¿Pero que quería? Tenía cuatro años, iba vestida con el uniforme del betis, parecía la cibeles con mi coleta de caballo y esque como el atleti, ¡¡aquello era para ir a mear y no echar gota!!