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Creo que mi cuento debe comenzar por ubicarlos en el inicio de mi adolescencia cuando los pantalones con tirantas y aplicaciones de conejitos que me ponía mi mamá me empezaron a quedar cortos y me dejaban ver las medias con borlas de lana que me gustaban tanto, la vida es eso: solo unos pantalones que en muchas ocasiones te empiezan a quedar cortos, así la he tratado de vivir cambiando de pantalones cada que me dejan de servir para tapar mis medias favoritas.

Nada de eso me debería importar pero mis amigos de barra empezaron a usar cosas que eran muy raras para mi como una peinilla en el bolsillo trasero de sus jeans levi’s y que sacaban cada cinco minutos para peinarse el pelo hacia atrás: “como si fueran grandes”, algunos usaban la colonia que le robaban a sus papás y hasta se afeitaban su cara lampiña, de alguna manera esto los hacía admirables ante los ojos de los demás, para mi francamente me parecía una soberana estupidez!!!, pero ¿quien era yo para contradecir a la mayoría?, al principio los ignoraba pero como un esparto en medio de la corriente de alguna manera me empecé a mecer al ritmo de la adolescencia y a compartir gustos nuevos para mi.

Deje de cantar “la ronda de las vocales” y empecé a escuchar música de Charly García, cambié “La Bruja Loca” por el Barón Rojo, “La Iguana Tomando Café” por Los Toreros Muertos y “El Pájaro Carpintero” por Ossy Osborne, debo confesar que ahora veinte años después todavía me sigue gustando más “La Ronda de las Vocales” y en mi privacidad tarareo “había una vez una iguana…”, pero en la adolescencia sería un suicidio social mostrar mis gustos y en medio de la masa amorfa en que se convierten los amigos y de la pérdida total de identidad empecé a recibir los primeros embates de la testosterona.

La testosterona es un demonio que llegó a mi cuerpo para obligarme a desprenderme de los calzoncillos de animalitos de colores que tanto me gustaban, para cambiar la dulce voz que tenía y que acariciaba, por una que en ocasiones salía gruesa y en otras pareciera como si tuviera un gallo anidando en mi garganta, este monstruo hormonal me cambio los cinco sentidos: ahora veía mujeres, olía mujeres, escuchaba mujeres, bueno el taco por las mujeres se me vino a desarrollar años después, pero lo más terrible es que me empezaron a gustar las niñas, ¡si aunque parezca terrible!, a pesar de sus trenzas con coleros de colores, a pesar de su tendencia a jugar saltando cuerda, a pesar de sus pecas y sus piernas flacas y rodillonas, me empezaron a gustar por una extraña razón que no entendí en ese momento pero que en los siguientes años aprendí a vivir sin entender.

Así que ahora estaba entre Ossy Osborne y la Testosterona cambiando mi forma de vestir, los afiches de mi cuarto y tratando de amaestrar el gallo de mi garganta, fue en esos días cuando conocía a Lucía, una niña que era un espejismo, para ella yo no existía, pero gustosamente hubiera cambiando mi lonchera de Superman por una sonrisa suya, tenía ojos negros, cabello negro, zapatos negros y tiempo después una sombra negra que me cubrió por varios años.

Pero inexplicablemente empecé a sentir cosas nuevas en lugares que jamás me imaginé que existían, sentí moverse mi estomago en la espalda, retorcijones en la vejiga, me imagino que ustedes tendrán metáforas mas elaboradas para describir el amor, pero creo que en la adolescencia el amor es somatizado y se convierte en una sensación que amalgama el nerviosismo por nada con la sintomatología de una purga con paico.

Quisiera poder decirles que tome valor, me acerque a ella con tranquilidad la miré a sus profundos ojos y le dije con voz calmada que era la niña mas bella del salón y que quería beber de sus labios mi primer beso; pero el amor no es así de fácil además porque sino perdería su valor, muy por el contrario el amor que yo sentía porque como les dije ella no sabía que existía solo me sirvió para darme mas temores, mis manos sudaban a litros, mis rodillas se doblaban al acercarme, empecé a sufrir de incontinencia leve y mi voz se convertía en un concierto avícola.

Ahora entiendo el amor con las mismas sensaciones solo que he aprendido que el sudor que produce es por la lucha que se debe tener para defenderlo, que las rodillas se doblan para poder adorar a quien amas, que la voz nos debe permitir que miles de cantos de pájaros hablen por nosotros pues así suena el lenguaje del amor, lo de la incontinencia leve (mejor me lo salto porque no lo he podido explicar).

Pero volviendo a Lucía todo se resumía en que tenía un secreto público que me atormentaba, así que hice lo que todo ser inteligente podía hacer: se lo conté bajo la gravedad de juramento secreto a mis amigos para que me ayudaran a aliviar mi corazón adolescente y ellos como lo haría cualquier buen amigo hicieron lo que tenían que hacer: ¡¡¡Se lo dijeron a todo el Mundo!!!.

Deben imaginar las consecuencias de la publicación de mi amor furtivo, las niñas se reunían en corrillos para solar pequeñas risas y señalarme con el dedo, los niños gozaban haciendo que me ruborizara casi hasta llorar mientras cantaban: “Elkin tiene novia, la tiene en el corral y cuando va de viaje se abrazan y se van…”.

Los secretos tienen una gama infinita de colores y cuando empiezas a verlos de frente, te vas acostumbrando a ellos hasta que dejas que crezcan a tu lado y te permites presentarlos en sociedad, pero cuando eres capaz de aceptarlos y de compartirlos se convierten mágicamente en tus aliados, así que mi secreto público de amor por Lucía se convirtió en mi cómplice. Días después un amigo mío le dijo a un amigo de una amiga de ella que yo quería acompañarla a su casa a la salida del colegio y cargar su maleta, y ella le dijo a su amiga que le dijera al primo de mi amigo que me dijera que: “Si”.

Duré varias semanas acompañando en silencio a Lucía a su casa, luego empezaron a salir palabras y frases y muy pronto durábamos horas hablando, nos volvimos grandes amigos y cuando por fin tomé valor para decirle lo que sentía, ya no lo sentía.

Así que impulsado por el amor que me salía de los poros una tarde fui hasta su casa y frente a los rosales de su jardín como testigos le solté: “Me gustas mucho y te quiero”, pasamos varios minutos en silencio hasta que levanto sus profundos ojos negros y abrió sus lindos labios para escupirme un: “No”, ella no dijo nada más y yo sabía que no quería escuchar nada mas.

El tiempo ha pasado desde entonces, ahora recuerdo con alegría las sonrisas que me regaló, jamás cargué su mochila pero tengo en la mente el retrato de cada detalle de ella y sus coleros de colores, duré varios meses en recuperarme de mi primer “NO”, pero aprendí mucho de Lucía.

Aprendí primero que un secreto contado a un amigo en la adolescencia es una publicación de primera página de un diario amarillista y que la bondad de la niñez hace que cada error tuyo te sea restregado en la cara durante semanas, pero esto te obliga a cultivar en el corazón el valor para defender lo que sientes y consultarlo con tu alma antes que con tu boca.

Aprendía que el amor no se debe dejar pasar, que es como un tren que solo te permite subirte o atropellarte, desde entonces he tratado de ser pasajero pero fui atropellado varias veces, ese es el amor y de no ser así no sería tan bello amar.

Aprendí que no debes ser amigo de quien amas pues amar significa también conocerte, y debes escoger entre ser amante o camarada.

Pero lo mas importante es que aprendí a cicatrizar, a que la vida es como un lienzo que se pinta con dos tipos de colores: “los NO” y “los SI”, pero siempre tu eres quien tiene el pincel para combinarlos y pintar ese maravilloso cuadro que es vivir.

Texto agregado el 04-06-2004, y leído por 295 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-10-2004 Me encantó. Me encantó. De verdad me encantó. ***** torovoc
 
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