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Entonces decidí convertir aquella rabia en pura tristeza y la única manera era aceptar con despojamiento mi destino, uno que pocos hombres tienen ya: el de Romántico desgraciado.

Mi única acción de los días no sería otra que pensarla y lamentarme y a todas estas, iría convenciéndome de mi singularidad y mi grandeza.


El Pretendiente, Andrés Caicedo


El Eterno Retorno

A veces se me hace rara esta sensación de estar aquí de nuevo, en el Palacio de Justicia, viendo como la gente se convierte en abogada por el hecho de tener la potestad legal de juzgar a los demás sin considerar siquiera que el abogado no es quien sabe de leyes, sino quien sabe de justicia. Y es además curioso que se hable de Palacio y encima de Justicia, cuando lo único que hay en el centro de la ciudad es un edificio extraño con estatuas griegas, rodeado de vendedores ambulantes que todos los días tengo que esquivar como si fueran balas mientras bajo por la carrera 12, para que al final, me den esta sensación inaguantable de que hago parte de todo esto.

Algunas veces me da rabia que me pase eso, rabia como la de cuando tenía 18 años y quería salir a las calles a tirar piedra y hacer grafitis contra el estado. La idea de los grafitis cambió un poco, tengo que confesártelo, porque luego empecé fue a denigrar contra la naturaleza humana, su instinto de matarse unos a otros y terminé por creer que la poesía era lo único digno de escribirse en los paredones, como el letrero de la carrera 15, ese que habla de mas poesía y menos policía... pero luego, después de muchas noches irresistibles haciendo letreros en cada rincón de la ciudad con la convicción de destruir el orden, viene a entender que no debía rayar los muros de los demás porque estos hacen parte de su propiedad (privada, aunque duela) y eso implica respeto y el respeto implica estar mas allá del estado y esta estar mas allá del estado implica por sobre todas las cosas y todos los dioses (si cabe), abrir un camino, a lo que quiera que sea la paz. Por eso un buen día, - y pido perdón por ello a Hölderlin-, abandoné para siempre lo que prometí de niña borrando los grafitis sin resentimiento, no de los muros de los bancos y los centros comerciales, sino de mi vida, de mi ser, pobre humanista, que se resignaba después de veintitrés años a vivir ya sin rabia entre el pecado original de pertenecer a una raza asesina y sin remedio. Y Valga entonces decir acá, porque este es le momento, que desde entonces es que puedo dormir, porque olvidar en vida el prójimo (la causa, si dios me lo permite) y proclamarnos dioses de nuestro propio entendimiento siempre nos permitirá cerrar los ojos con mayor tranquilidad y nos dará, aunque solo sea por un instante, la sensación de que todo marcha de maravilla, de que ha llegado la paz a medio oriente, de que Alá, Jesús, Moisés y Buda se han fundido en un solo grito; de que Bochica ha resucitado en América; de que al gobierno de Rusia, al salvar su barco, no le ha importando que Estados Unidos descubra una bomba nuclear en su contra; de que nuestra guerra ha perdonado por fin la muerte de sus padres para que no mueran nuestros padres, de que todo, absolutamente todo marcha bien... aunque adentro, en medio de la noche impía, reconozcamos que todo, absolutamente todo, marcha tremendamente mal.

Es por eso que ahora que he regresado a Bucaramanga y atravieso de nuevo el centro de la ciudad vuelvo a ver con rabia los grafitis en su lugar de hace años y los abogados, hombres vacíos y sin ley, corriendo sin un atisbo de razón por los pasillos del tribunal con ínfulas de dios (los peores son los magistrados, se creen una especie de superhombre con el poder de juzgar a los hombres como dios y caminan sin un gramo de vergüenza casi sobre un pedestal porque ganan más plata). Es por eso que a veces, cuando siento que definitivamente no podré más, no me queda otro camino que cerrar los ojos, desempolvar las zapatillas, el bolso, el secador, ceñir la ceja, tomar el proceso que me ha sido asignado y saludar de buena gana a cuanto abogado se me pare enfrente, ¡Dios, todos estos años de estudio para terminar acá!, en una oficina de cuatro paredes que por mas que sean del Tribunal no le quitan lo absurdas y encima con otros abogados que creen saberlas todas y ser amigos del magistrado tal por cual!...

Anoche hable con Andrés, terminó hace unos meses ingeniería mecánica. Esta dando clases de literatura en un colegio, no le pagan mucho, pero qué importa, en lugar de hablar de ecuaciones diferenciales esta hablando del hombre que pintó el Retrato Oval, de las treinta y dos piecitas blancas y marfileñas que se desparramaron por el piso entre las manos de Egaeus , de la noche hermosa en que Ulises regresó a Itaca, eso me reconfortó un poco, ¡y también mi papá!, de hecho, tengo que confesártelo, hacia mucho años no sentía tanta emoción como la de ayer. Fíjate nada mas que compré un globo terráqueo, lo coloque sobre el escritorio, justo debajo de la noche estrellada y mi papá que pasaba por ahí con su guitarra desprevenido, se quedó mirándolo incierto, hasta que después de un rato, algo inseguro de si sus dudas serían humanas (y perdonables, claro), me preguntó que qué era eso. Me solté con todo, ya me conoces, le dije que era el planeta tierra, ¡que por todos los dioses!, era una hermosa esfera que por azar procreó vida a diferencia de miles de millones de estrellas que aun permanecen vírgenes y ¡que sí!, pese a su terrible cara de “¡¡¡¿y entonces?!, ¡¿donde estoy parado?!!!”, debajo de nosotros no hay nada, nada mas que espacio infinito. Bueno, no se que tanto me comprendió, pero verlo a sus cincuenta y tres años asombrado como un niño me partió el alma de alegría, porque ver en un hombre la capacidad de asombrarse, de pararse frente del universo y comprender lo maravillosos e insignificantes que somos, siempre será un acto extraordinario. Y bueno, digo todo esto porque eso me quitó un poco la rabia que tenia y por supuesto, me saco del estudio del derecho penal, que por dios, es una perdedera de tiempo considerando los jueces que tenemos, como el juez noveno, que pregona de su sapiencia mostrando cartones de posgrados en otros países y hasta presume de comunista cuando todos sabemos que si hoy por hoy esta apoyando el sistema penal inquisitivo no es porque este de parte de la justicia sino de la inquisición...

... aunque no todos los jueces son tan malos, debo reconocerlo, siempre sobrevive entre ellos, para su maldición, uno que otro abogado que se cuestiona que tan beatificante es condenar, por ejemplo, una muchacha de diecinueve años a treinta y seis años de prisión por homicidio doble, o que siente de pronto, como una ilusión divina, la gana de botar toda la ley de vivienda urbana al carajo y no ordenar el remate de una casa… ¡que por dios!, no teme prevaricar ante la ley, sino ante la justicia...

… Es por eso que veces, ya sabrás, se me quita ésta rabia y se me da por creer entonces en el hombre, en que será capaz de reconocerse un ser extraordinario y tan solo una pequeña partícula del universo, es por eso, que también a veces, creo en eso que decías acerca de evolucionar, eso de que somos el eslabón perdido entre el primate y el ser humano, y es por eso, que además, termino por creer que es necesario regresar aquí, de nuevo.


Vilma Edith Guarín Ardila

Texto agregado el 04-06-2004, y leído por 317 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-05-2005 Tu cuento sugiere e invita a leerlo desde su mismo título. El enfoque que le das aborda la problemática actual de las ciudades, con sus tribunales de justicia, sus magistrados y todo el aparataje que, en nombre de la 'Justicia' hace y deshace a su entera gana, siendo esta voluntad como una entidad abstracta que dirige las muchas almas que se le han vendido. Putualmente me gusta tu alusión a la insignificancia real del hombre en el universo porque muestra un objetivismo necesario con el que ponemos los pies en la tierra; además lo ejemplificas bellamente con el pasaje de tu padre que guitarra en mano, se pregunta y asombra de la Tierra y nuestra casi milagrosa posición en el infinito. Pero también está presente la otra parte, esa que provee al hombre de un consuelo metafísico o espiritual al creer que puede tener el mundo en la palma de la mano, un recurso sicológico con el que nos sobreponemos a ese evidente pésimo estado de las cosas, las cosas cotidianas. Creo que en medio de esa balanza se encuentra la idea del eterno retorno, un concepto de una interpretación riquísima que no pudo dejar de recordarme el Zaratustra de Nietzsche, y el espanto del mago persa al darse cuenta que el hombre, en su condición escencialmente irracional, volverá siempre a tropezar con la misma piedra, una y otra vez, por cuestión de vida, por cumplir un ciclo: el eterno retorno. Saludos para ti, Nietzscheana neta. Quilapan
04-06-2004 Lo has dicho todo con una mezcla de esperanza y molestia, llegué al final y no me gustan los textos largos libelula
 
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