A Dorita no le pareció extraño que el tío Christian viniera a buscarla para ir a pasear al centro. Todo lo contrario: se llenó de alegría a medida que la iban vistiendo con la ropa nueva que le regaló para dejarla de punta en blanco. Esa era la usanza por aquellos tiempos: al corazón de Buenos Aires se iba con guantes de encaje y sombrero aunque solo se tuvieran cinco años.
Tomaron el trole que pasaba por Parque Chacabuco y terminaba en Retiro. Caminaron por la calle Florida en dirección norte sur. Entraron a Harrod´s. Recorrieron la tienda tranquilamente, observando los mostradores donde se lucían telas hermosas, joyas y las mejores prendas que llegaban de Europa. Dorita, siempre aferrada al tío que la sujetaba con tanta atención como a la bolsa cerrada que traía en la otra mano, iba maravillada sabiendo, porque él se lo había advertido, que debía moverse con disimulo ante cualquier imprevisto. No debería volver la vista atrás pase lo que pase, nada tendría que llamar la atención. Por eso cuando el tío dejó olvidada la bolsa, que tanto había cuidado, en un rincón, Dorita sólo atinó a voltear curiosa cuando el tirón suave del brazo la hizo recapacitar y seguir camino.
Salieron tan tranquilos como entraron e hicieron el trayecto inverso. Al llegar a la Plaza San Martín compraron maíz para darle a las palomas y se sentaron en un banco.
-¿Qué hacemos ahora tío?
-Esperamos...
De pronto se escuchó un estruendo. Las palomas que comían el maíz del piso volaron asustadas. El sobresalto y el aleteo de las aves la perturbó.
Christian se levantó, la tomó de la mano y le dijo que darían otra vuelta para ver qué había pasado. Realizaron el mismo camino del principio, sólo que esta vez al llegar a Florida y Córdoba se veía un gentío entre curiosos, evacuados, bomberos y policías. Él preguntó qué había pasado.Una bomba. No, no muy grande pero lo suficiente para evacuar el lugar. “De lo que nos salvamos”, mintió Christian.
Siguieron el paseo por un rato más. Después iniciaron el regreso a la casa de la nena. Fue un día emocionante. Podía verse en el rostro de ambos.
Pasaron muchos años hasta que Dora entendiera por qué Adelina, su madre, se había enojado tanto con su hermano Christian, el anarquista, luego de aquella apasionante salida.
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