"La carta"
Hay momentos en la vida que parecen carecer de importancia solo por ser cotidianos. Miles de estruendosas bocinas componiendo inspiradamente la típica sinfonía alocada de las grandes urbes, luces que se prenden y apagan al unísono, gritos. Todo infinito, por ende, atemporal. Detalles, para muchos, simples detalles.
Yo nunca había recibido una carta, a excepción de las comunicaciones en mis días de escuela secundaria, cuando citaban casi semanalmente a mis padres; mi mala conducta y escaso interés por los estudios eran el pretexto ideal de mis profesores, algo que entendí después de muchos años. Notas, memos y libretas de calificaciones fueron mi única correspondencia, ni siquiera había recibido, o en todo caso escrito, esas sensaciones traducidas al papel, esas de los pequeños y sabihondos primeros amores.
El cartero era para mí un personaje salido de las películas norteamericanas, esas que solía ver, sin permiso de mis padres, muy tarde en las noches.
Un otoño, mientras las hojas de los árboles intentaban su independencia cayendo como lluvia inmensa, alguien llamó a mi puerta. Un hombre de traje azul, zapatos cansados y una gorra con iniciales apareció frente a mis ojos. Era un cartero y aunque yo parecía estar frente a una estrella de cine o un gran extraterrestre venido de una galaxia muy lejana, apenas pude controlar la situación. Ese hombre desconocido se fue, dejando en mis manos un sobre con mi nombre y en mis pensamientos un gran signo de pregunta.
Lentamente y sin dejar de mirar ese intrigante sobre, me dirigí a la sala de lectura, serví licor de café en un vaso que no estaba demasiado limpio y me senté cómodamente en mi sillón favorito. Abrí el misterioso sobre y comencé a leer palabra por palabra y al finalizar, mis ojos se cerraron.
La carta decía:
29 de abril de 1973
Sr. Pedro Fuentes
Su momento ha llegado. Usted ha de morir después de leer este mensaje.
Atte.
El Destino.
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