Esta historia comienza como cualquier otra. De esas que ocurren en sàbado. Por eso, no importa ni el mes, ni el año, ni el paìs, ni el estado, ni mucho menos el viejo bar donde se encuentra. ¿Su nombre?... tampoco tiene importancia. Digamos que se trata de una sombra màs, que intenta salir del abismo y la oscuridad. Simplemente, èl es un extraño más.

Él ahora es un hombre. Bueno ya casi llega a los cuarenta y dice serlo porque ya no utiliza pantalones cortos. Su cabello está cubierto de nieve y plata. Como todas las noches. Hoy toma una ducha. Bebe un poco de café. Se ve al espejo, el mismo que se encuentra incrustado en la pared de la habitación. En ese instante, los ojos rojos se encienden y descubre que la juventud vuelve a su lado. Se vuelve su confidente, con la única intención de tocar a su lado, de volverse uno con su vieja y querida guitarra Fender. Un modelo igual al que utilizaba el buen Jimy Hendrix.

Vestido con pantalón de mezclilla y camisa de franela. Como si el tiempo se hubiese detenido en la época de Kurt Cubain. Él, llega al viejo café. Se sienta frente a la barra y pide su bebida: una cerveza. Toma el tarro y las manos le tiemblan al envolverse con el ambiente apestoso a humo y sudor.

Da el primer trago. Como todo un campeón, se acaba el contenido de un sólo suspiro. Toma su tabla de naufrago. Saca su guitarra, la conecta y se aferra a iniciar con su eterna canción: "Polvo en el viento". Así imagina que es, una vez más, un viejo perdedor.

A lo lejos. En uno de los rincones del lugar. Un pintor dibuja el sonido de una lágrima, al instante que levanta su wisky y le grita:
- Vamos viejo. Toca de nuevo esa rola. Me hace sentir bien. No importa que esta noche sea triste y solitaria. Esa canción sabe a derrota y miel. Eso es más que un sentimiento...

Él dibuja una leve sonrisa. Sube su cerveza y le dedica "Escalera al cielo". Bebe. Voltea y ve a varios borrachos, de su edad, perdidos en los años de ayer. Cada uno de ellos le recuerdan quien es en realidad: El más joven guitarrista, vencido por los años y por una mujer.

Mientras toca. Su mente divaga y observa sus labios y sus caderas. No puede borrar su imagen y reconocer que ella no quiso echar raíces a su lado. Que nunca quiso cortar sus alas. Que junto a él se sentía prisionera. Ella sintió que su lado la vida se le iba y prefirió probar sus fuerzas, buscando agua y vaina en otro manantial.

Él no la deja que camine sobre cristales rotos. No le desea ningún mal. Desesperado. Golpea con furia las cuerdas de su acompañante. Las lágrimas, rotas, brotan y se mezclan con la cerveza impregnada al microfóno.

El calor inunda el lugar. Se palpa, se toca. Mientras tanto, los solitarios empedernidos, comienzan a olvidar que llegaron para encontrar pareja. Se apuran a salir del lugar, se apresuran, antes que termine un sábado más.

Él se aferra a su Fender. Siente la emoción empaparse con un sudor frío y áspero. Un hombre se acerca. Apaga el micro y el alplificador. Se acerca al ído y le dice:
-Vete a descansar. Pareces agotado. Mañana, tal vez salga el sol.

Derrotado, toma a su acompañante. Sale del lugar, dejando a sus espaldas la dignidad y el orgullo. Llega a su casa. Camina a la habitación- Intenta olvidar y silba como un niño en la oscuridad. Prende un par de cigarrillos. Se aferra al pasado. Prende la vieja grabadora y pone una melodía de El Haragán. Se incrusta, como feto, en el maloliente sofá. Llora a salas y a oscuras. Duerme con la esperanza, de que mañana, la soledad haya encontrado alguien más a quien amar...


Esta historia comienza como cualquier otra. De esas que ocurren en domingo....