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El arqueólogo y explorador Albert Doomsday era uno de mis más viejos amigos, nos entendíamos muy bien por el hecho de que yo era su aprendiz más destacado.
Ya hacia varios años que el me acepto como estudiante y respondí muy bien a su gentileza ayudándole en todas sus investigaciones. Un día, me contó que había estado investigando una pequeña isla recién descubierta ubicada en el océano pacifico. Asombrado pregunté quien la había descubierto:
-Ja, ja, ja, ¡pues quien más que yo!—respondió el profesor—
-¡Sorprendente! No tenia idea de que usted fuera tan temerario.
-Pues ahora demostré el resultado de varios años de investigación que por cierto no fueron en vano.
-Ya veo, pero en que quiere que le ayude esta vez profesor.
-Quiero que vayas conmigo con el fin de colonizar esa isla a la que ya he bautizado como ISLA DOOMSDAY.
-Si claro, estoy de acuerdo con la idea. ¿Cuándo empezamos?
-Dentro de una semana, así tenemos tiempo de prepararnos, además nadie conoce aún de la existencia de la isla.
Terminado mi encuentro con el profesor, me dirigí de nuevo a mi hogar. Allí entre las cosas que tenia en la biblioteca encontré un viejo mapa anónimo que suponía yo, sería de un explorador. No tenia ningún parecido con cualquiera de los mapas que yo conocía, estaba muy sucio y borroso, pero pude leer unas cuantas coordenadas y me había topado con la isla que había descubierto el profesor, ya que el me había dado los datos de su ubicación exacta. Supuse que el profesor no sabía que no era el único que conocía de la existencia de la isla, y decidí mostrársela cuando me encontrase de nuevo con él.
Y así, pasaron los días como hojas que se lleva el viento. El día, fecha y hora indicados, me presenté ante el escritorio del profesor Doomsday presto para el viaje que haríamos.
- Llegas temprano como siempre—dijo el profesor—
- Es por que estoy verdaderamente entusiasmado con la travesía que tendremos.
- ¿Si?, pues yo también pienso lo mismo, aunque anoche soñé cosas de las que no quiero ni hablar. Bueno, hora de embarcarnos hacia nuestro destino—dijo al llegar al puerto de la ciudad—
Me daba mucha curiosidad aquel sueño del que solo hacia unos minutos me había hablado el profesor, pero como dijo que no le gustaba el solo hecho de recordarlo, solo guardé silencio.
Decidimos viajar en barco por lo que nos dirigimos al puerto decididos a encontrar a un viejo lobo de mar conocido por todos en el embarcadero.
El barco era alquilado a un marinero muy experimentado, que conocía cada metro cuadrado de agua que había en el mar, por así decirlo, por lo que le pregunté sobre la isla, calló unos segundos y a continuación me respondió:
- Les aconsejo que se alejen de esa isla, una vez estuve ahí y solo escape gracias a un amigo que sacrificó su vida para salvar la mía.
- ¿Pero, que ocurrió exactamente?
- No sé, yo estaba muy aturdido por una terrible persecución en la que mi amigo y yo éramos la presa y no los cazadores. Nuestros perseguidores eran unos raros animales que me parecían un poco familiares por la forma semi-erguida que caminaban, el resto no pude verlo, por culpa de la densa vegetación y en la situación tan desesperada en la que me encontraba.
- ¿Escuchó eso profesor?—dije—
- Si, y creo que eso es lo que tanto anhelaba. Descubrir una nueva civilización. Aprender de ellos, su cultura, conocimientos y creencia. Y al mismo tiempo enseñarles que no están solos en este mundo, que existen otras civilizaciones más allá del profundo e inmenso mar.
El profesor no era una de esas personas que se interesan mucho por su vida ni nada por el estilo, de solo imaginarme los peligros y bestias salvajes que enfrenta en cada viaje que realiza como aventurero, se me erizan los pelos de los nervios.
El viaje en sí, era muy aburrido, además de que ya llevábamos dos días de viaje, que parecían una eternidad. Pensé en mi familia, amigos, personas cercanas a mí, ya que no me había despedido de ellos y estaba seguro de que podría no verlos en un largo tiempo.
Tres días pasaron, y por fin divisamos la isla que el profesor describió. Desembarcamos en la orilla y bajamos las provisiones y armas con ayuda del capitán Laytorn. Este nos dijo que nos guiaría, si le pagábamos el precio justo de su sabiduría. Aceptamos el trato y nos dispusimos a acampar en la costa de la isla para reponer fuerzas y al día siguiente estar completamente recuperados del cansancio de tan largo viaje.
Cuando el sol se remontaba en el horizonte, nos levantamos y preparamos nuestras cosas para la expedición que realizaríamos en ese día. El capitán Laytorn nos advirtió de que cualquier cosa podía suceder, así que nos pidió que le siguiéramos atentamente tras sus espaldas.
Después de recoger sólo lo necesario de nuestro campamento, nos internamos en la inmensa jungla que parecía un gigantesco mar verde. Más y más nos adentrábamos en los dominios de la naturaleza donde todo lo que se mueve significa alimento para los depredadores que acechan mimetizados entre el follaje. Hasta que el capitán advirtió algo y nos dijo que paráramos.
-¿Qué pasa?—pregunté—
-He visto una sombra pasar raudamente entre las copas de los árboles.
-¿Qué podría haber sido?—dijo el profesor—
- No sé, solo estén atentos y ante cualquier cosa extraña no duden en usar sus armas.
Seguimos nuestro sendero hasta que unos cuantos metros adelante, una bestia enorme saltó de entre los matorrales que estaban a un costado del camino; el extraño ser se acercó a una velocidad endemoniada con la pura intención de matarme, pero antes de acercarse un solo paso más, el profesor le perforó el pecho con una escopeta, el disparo le hizo desplomarse al suelo como un saco de plomo.
-¡Gracias, amigo! Un poco más y no habría sobrevivido para contarlo
-No hay problema, pero lo interesante aquí es, ¿qué cosa es esa criatura?
Nos acercamos lo suficiente como para comprobar a que especie pertenecía, pero extrañamente el animal asemejaba a un hombre de la cintura para arriba, pero de ahí a abajo era completamente diferente; se componía del cuerpo de un leopardo y su complexión física era muy robusta, además de que en sus dedos poseía garras aún más afiladas que cuchillas, y poseía una dentadura modificada anormalmente, parecida a las de los leopardos con unos caninos extremadamente largos.
-¿Qué aberración de la naturaleza es eso?—dije—
-No estoy seguro, pero lo bautizaré con el nombre de hombre-leopardo.
-¡Esa cosa era la que nos perseguía aquel fatídico día!—Dijo Laytorn—
-Deberíamos seguir su rastro hasta llegar al lugar de donde vino. —Dijo el profesor—
En ese momento el capitán nos dijo que había visto unas huellas, por lo que nos guió a través de lo más denso de la selva, pasando por ríos, y hasta un extraño puente colgante, por lo que el profesor dedujo que eran seres que poseían una inteligencia muy avanzada frente a las demás especies.
Seguimos nuestro trayecto, hasta llegar a una colina; ascendimos hasta la cima y abajo divisamos unas pirámides parecidas a las de los templos mayas, lo cual consternó al profesor, por que creía que ante sus ojos estaban unas ruinas antiguas y esperaba no encontrar vestigios de civilización activa allí abajo.
-¿Qué propone profesor?
-Digo que bajemos mañana, para así poder traer mi equipo de excavación y entrar al templo, y además estaremos más dispuestos.
El capitán y yo asentimos, por el hecho de que el sol ya se estaba poniendo y no teníamos antorchas o algo parecido que podría iluminar nuestro camino.
Dimos media vuelta y regresamos por nuestro sendero anterior, pero desgraciadamente en el lugar donde dejamos el cuerpo del hombre-leopardo, estaban otros seres de su misma especie y lo estaban cargando para llevarlo a su aldea; nos vieron y empezaron a perseguirnos, se abalanzaron sobre nosotros y nos llevaron como prisioneros.
Obligadamente llegamos a la aldea de los hombres-leopardo y nos pusieron en una celda para prisioneros, que estaba afuera cerca del templo, en donde vi en un rincón las ropas desgarradas y pertenencias de alguna persona desafortunada.
-De quién habrán sido estas cosas—dije—
-Creo que eran de mi amigo; esos bastardos le hicieron algo, no sé que, pero si pudiera salir de aquí les daría su merecido—dijo Laytorn furioso—
-No pensemos en esas cosas, ahora lo importante es encontrar una salida de aquí
- Bien pensado profesor—dije—
Pero una cosa era decirlo y otra hacerlo, así que cada uno empezó a buscar una forma de romper o cortar los barrotes de madera que conformaban la prisión en la que estábamos; por suerte siempre llevo conmigo un cuchillo de supervivencia dentro de mi bota, así que lo saque, y mientras los guardias miraban hacia el señuelo que Laytorn hizo, empecé a cortar la robusta madera, que más bien parecía acero, por el hecho de que era muy gruesa y mi cuchillo muy pequeño en relación a su tamaño.
Mientras tanto, la noche cayó, y los hombres-leopardo empezaron un ritual en el que bailaban alrededor de una gran fogata y cantaban en un idioma inentendible para mí.
-Ese idioma me parece conocido—dijo el profesor—
-¿Cómo, usted puede entenderlo?—dije—
-Creo que puedo descifrar unas cuantas palabras, el idioma es parecido al quechua pero es un poco diferente, creo que nos encontramos frente a un idioma aun más arcaico que el anterior. Supongo que lo que están diciendo es: Uturargo acepta estos sacrificios…
-¿¡Pero de que sacrificios están hablando!?No se estarán refiriendo a nosotros,¿O si?
-Pues me temo que sí, pero rápido sigue con tu trabajo
Al terminar de cortar sólo dos barrotes de nuestra prisión los guardias me vieron y se pusieron furiosos por nuestro intento de escape. Entraron dentro de la celda y quisieron llevarme, pero el capitán Laytorn se opuso golpeando a uno de ellos, entonces cambiaron de opinión y lo agarraron a él.
-¡¿Qué le harán?!—pregunté— pero ninguno de los guardias me respondía.
-Creo que continuarán el ritual con el cuerpo del capitán como sacrificio…—dijo el profesor—
Sabía que debíamos tomar una decisión, entre retomar nuestra hazaña de escapar para salvar a Laytorn o esperar a que nos llegase la hora de ser también sacrificados.
No teníamos otra opción más que esperar, ya que los guardias regresaron de nuevo junto a nosotros y también nos llevaron al lugar en donde estaba ocurriendo el ritual.
Ante nuestros ojos los hombres-leopardo comenzaron de nuevo a danzar alrededor del fuego y cantaban la misma canción monótonamente. La situación se puso aterradora cuando vimos al capitán atado de manos y piernas alrededor de un tronco que estaba sostenido en forma horizontal por los sacerdotes de la tribu. Estos empezaron a hablar en el extraño idioma que había escuchado hace unas pocas horas.
-Profesor, ¿puede usted explicarme lo que están diciendo?
-Creo que lo que dicen los sacerdotes es: “este cuerpo humano no es digno de ser sacrificado para usted, ¡Oh, gran Uturargo!, pero luego sacrificaremos dos humanos más”
-¡Eso suena terrible!—dije—
Mientras pensaba en la manera que podíamos escapar; el ritual empezó su parte más macabra, cinco de los soldados que estaban obedeciendo las órdenes de los sacerdotes, sacaron unos grandes cuchillos de su cintura, que estaban hechos de piedras y comenzaron a quitarle la piel a el capitán, estando éste aun con vida. Profundos y desgarradores gritos provinieron de su boca.
Me quede perplejo y paralizado por lo que estaba viendo; luego de quitarle completamente cada pedazo de piel al capitán le sacaron el cerebro con unas pinzas especialmente hechas para tan horrible causa y lo depositaron en un jarrón decorado con la terrible figura de su dios que asemejaba también a un leopardo, pero solo en la cabeza; el cuerpo era el de un águila, las alas eran parecidas a las de un dragón al igual que las garras y las patas traseras y la extensión total de su cuerpo acababa con una cola que parecía una serpiente de tres cabezas.
Continuando con el ritual los soldados le sacaron también los ojos, la lengua y su corazón. Todo esto fue depositado en diferentes jarrones con la misma figura descrita anteriormente. Luego se deshicieron del cuerpo lanzándolo hacia los hambrientos espectadores que lo devoraron en cuestión de segundos.
De nuevo el sacerdote principal, comenzó a hablar. Y el profesor también me tradujo de nuevo lo que estaba diciendo:
-Dice que cada una de las partes que había guardado en los jarrones serán consumidas por él.
-¡¿Y por que está haciendo eso?!—respondí verdaderamente agitado—
Al terminar de hablar de nuevo el sacerdote, el profesor profirió otra vez lo que este decía:
-El cerebro es para poseer toda la sabiduría que el capitán tenia, los ojos para ver lo todo lo que sabía, la lengua para aprender nuestro idioma y por ultimo su corazón, para adquirir la valentía y el coraje que provenían del capitán ya muerto.
-¿Cree usted que eso podría ser posible?—dije aun alterado por lo que nos esperaba—
-Ahora mismo lo sabremos
En el momento en que el profesor dejo de hablar, el sacerdote se dirigió hacia nosotros en nuestro idioma:
-¡¿En qué estaban pensando al matar a uno de nuestros aldeanos?!
-Él fue el que nos quiso atacar desde un principio—Respondí apresuradamente—
-¡Pero aun en esas condiciones no tenían ustedes derecho alguno de matarlo!
-No teníamos elección, era su vida o la nuestra
-¡¿Y aun así se atreven a responderme descaradamente?!—El sacerdote ya estaba totalmente fuera de sí—
-¿Puede escucharme unos minutos, por favor?—dijo calmadamente el profesor—
-Lo escucho, prosiga.
-Nosotros solo respondimos de la misma forma en la que actuó su protegido, y respetamos su decisión de capturarnos, pero sabiendo que ustedes son criaturas que poseen uso de la razón tal como nosotros, por que no discutimos esto con más calma. —Dijo el profesor, mientras le brotaban gotas de sudor de la frente—
-Deberían haberlo pensado antes de cometer la estupidez que hicieron y además nuestro dios no los perdonará, por lo que los condeno al ritual al que fue sometido su amigo.
-¡Basta, no pueden hacernos esto! Deberían pensar en lo que están haciendo—dije—
Pero los guardias ya me estaban desatando la soga que tenia alrededor del cuerpo, para volver a atarme al mismo tronco del cual el capitán Laytorn había sido atado también para el ritual maldito practicado hacia solo unos cuantos minutos frente a nuestros ojos. Y entonces pude ver nuestro boleto de salvación, ya que tenia la mano derecha libre, en un descuido de los guardias, saque de la cintura de uno de ellos el cuchillo que poseía. Éste se alarmo ante mi asombrosa hazaña y giró hacia mí, pero antes de que lo hiciese completamente, le clavé el arma justo por debajo del mentón. La sangre chorreaba a borbotones; a continuación corrí tan rápido como pude hacia el lugar donde estaban depositadas nuestras pertenencias y en el momento más dramático de mi vida, disparé hacia todos los enemigos que se me acercaban, solo me detenía a recargar balas, pero los hombres-leopardo parecían no acabar, por lo que decidí deshacerme de los guardias que retenían al profesor y lo liberé, le di municiones y una escopeta y le propuse abrirnos camino a base de escopetazos.
Nos precipitamos a través del camino por el cual habíamos sido guiados por nuestro amigo el capitán Laytorn. A cada metro nos aparecían los soldados y demás hombres-leopardo, pero cada uno caía ante nuestros pies, ya que ninguno poseía más armas que sus garras y cuchillos, lo cual no suponía gran problema.
Pero al llegar a la playa donde habíamos acampado la noche anterior, divisamos un decena de hombres-leopardo que estaban revisando nuestras pertenencias. De un momento a otro, uno de ellos se había topado con nuestros armamentos guardados como reserva para un eventual peligro, el cual era justamente el que estábamos viviendo.
Éste recogió el arma pero de una forma totalmente simiesca, después de examinarlo un instante, el ser pareció gatillar el arma apuntando hacia uno de sus amigos, el cual cayó al piso con la cabeza perforada. El sacerdote que se encontraba con ellos agarró también un arma y mató al que sostenía la escopeta que fue accidentalmente disparada por él.
A continuación, les dio a los demás todas las armas que había en nuestro campamento, las cuales eran un verdadero arsenal. Al instante aprendieron cada uno como usarlas eficazmente, ya que el sacerdote les había enseñado como usarlas al poseer este la inteligencia del capitán Laytorn.
También sabia la ubicación exacta de nuestro barco, por que como dije, se adueño de todos los recuerdos del capitán.
-¡Tenemos que detenerlos! ¡No podemos dejar que escapen de la isla, sería desastroso para la humanidad! —Dijo el profesor Doomsday—
-¿Qué podríamos hacer para detenerlos, profesor?—dije con voz angustiosa—
-Haré lo que hizo el amigo del capitán Laytorn, en su memoria me sacrificaré. Serviré de distracción para que puedas escapar, ¡vamos apresúrate!—dijo el profesor con una mirada de verdadera determinación que solo los verdaderos héroes poseen—
-¡No profesor, usted no puede hacer eso, no ahora que podemos escapar los dos!
-¡Sabes que eso es una absoluta mentira, tienes que usar las últimas fuerzas que te quedan y marcharte sin devolver la mirada atrás!—exclamó el profesor y fue corriendo hacia donde se encontraban los hombres-leopardo—
Yo aún no podía decidir que hacer y como un verdadero cobarde corrí sollozando hacia el barco, pero escuché un disparo, miré hacia donde se encontraba el profesor y vi que había matado al sacerdote principal, y al solo instante de consumar su hazaña fue muerto también por las enérgicas balas que salían del rabioso cañón de la escopeta de uno de los hombres-leopardo.
Las lágrimas salían de mis ojos, no podía hacer nada para poder salvar a mi amigo por lo que retomé mi escape y llegué al barco, encendí el motor de la embarcación y me dispuse a zarpar lo más rápido posible de ese lugar. Desde donde estaba, poseído por la furia que me devoraba, dispare a todos los hombres-leopardo que pude, matando a la mayoría de ellos efectuando los mejores disparos que he hecho en mi vida. La venganza había puesto en mi un poco de calma, pero aun así la tristeza me carcomía el alma.
Mire el mapa que estaba en mi bolso y me percaté de que en la parte trasera estaba escrita en letra cursiva: “Propiedad del Capitan Laytorn Jones”. Y en el momento más triste de mi vida, decidí que nunca nadie supiera la existencia de la isla, ni de los hombres-leopardo. Entonces quemé por completo el mapa y tiré al mar sus cenizas sabiendo que seguramente ese sería el deseo del profesor y deseando algún día volver a ver al gran amigo que dio su vida por mí, entonces emprendí mi viaje de regreso a mi tierra.

Texto agregado el 01-09-2009, y leído por 116 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-09-2009 jajajajaaj esta buenisimo , tiene humor , una lectura , tranquila. y una aventura emocioante . mis saludos. dont-stop
 
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