Hoy desperté algo admirado, sorprendido y por que no un poco complice de mi mismo. Con ganas de contarme cosas, de cuchichearme al oido y de guardarme el secreto para que yo no me entere.
Salté de la cama y pensé que no caería nunca al piso. No se si fueron las sábanas que se hicieron paracaídas, o el sommier que cada día está un poco más alto. No se.
Cuando finalmente toqué el piso, horas después, supe que arriba estaba mejor. Mejor que en la cocina de la abuela, mejor que en los pechos de la nodriza, mejor que aquel pedacito de pan que limpia los últimos restos del guiso en el fondo de la olla. Mejor.
Ahí, en ese milésimo instante pensé en una sola cosa. Una sola cosa de mil formas distintas, pero una sola cosa al fin. Pensé en ese sentimiento extraño, cargado de un terrible desarraigo, ausente en la concepción pero vivo en la sensación. Ese sentimiento de pérdida temprana, repentina e irreversible que se tiene por ese sueño, ese imaginario del dormir que se perdió hace un instante, y que nunca más volverá. Se podrán tener muchos sueños nuevos, algunos mejores, miles peores y otros similares, pero nunca mas ese mismo y particular sueño.
Es una lástima. |