“El surrealismo se ha acercado más cada vez a la respuesta comunista. Lo que significa: pesimismo completo. Desconfianza en el destino de la literatura, desconfianza en el destino de la libertad, desconfianza en el destino de la humanidad europea, pero sobre todo desconfianza, desconfianza y desconfianza en todo entendimiento: entre las clases, pueblos, individuos. Y sólo una confianza ilimitada en la I.G. Farben y en la pacífica modernización de la Luftwaffe.”
Walter Benjamin
Cuando la crisis del ’30 estallo y los inversionistas de la bolsa se arrojaban al vacío.
Cuando el capital colapso y el genio de Chaplin y Orsons Wells desnudaba en Monsieur Verdeux la profunda necesidad del capital de recurrir a la barbarie.
Cuando fueron derrotados los proletariados de Alemania y España.
El mundo hablo el lenguaje de los obuses y los cañones despedazando los cuerpos en los campos de batalla europeos y asiáticos.
Se instauro la lengua de la barbarie y la banalidad de la muerte.
Un borracho como Winston Churchill arengaba: “no tengo nada que ofrecer más que sangre, sudor y lagrimas”.
(Obviamente no era su sangre, ni su sudor, ni sus lágrimas las que empaparían las tierras del viejo imperio)
Un criminal como Hitler azuzaba a sus ejércitos para destruirla comunismo y enviaba a los campos de exterminio a todo un pueblo.
(Y la mecánica implacable de los Panzers y los uniformes impecables de la SS mostraban la majestuosidad de la prepotencia nazi)
Un frío burócrata como Stalin, que había liquidado a los viejos bolcheviques y los más brillantes lideres militares aseguraba que la diferencia entre un muerto y millones la constituía el hecho de que el primero era una tragedia y millones una simple estadística.
(Y el sueño del socialismo como la libertad y la igualdad dejo lugar a los gulags, la policía secreta y la hoz y el martillo cortando y golpeando los huesos y dientes de sus opositores)
Los norteamericanos, primero con el buen Franklin D. Roosveelt entrando en guerra pensando en la gigantesca China, y luego Harry Truman proclamado la victoria del imperio norteamericano ordenando tirar las bombas en Hiroshima y Nagasaki.
(El coronel Paul Tibbets que había bautizado al B 29 que llevaba la bomba como Enola Gay en homenaje a su madre, comento a su copiloto ante el ascendente movimiento del hongo “mira como sube esa hija de puta”, recibiendo como toda respuesta del capitán Robert Lewis “que menudo pepinazo”)
El presente se presenta libre de aquellas ruinas y catástrofes, de los cuerpos mutilados y la sangre derramada. Nadie quiere recordar la barbarie. La lógica tranquilizadora de la banalidad del terror oculta que este mundo fue parido en Auschwitz, Hiroshima y los genocidios de las dictaduras que Estados Unidos alentó durante la posguerra. No faltan las voces optimistas que claman la superación armónica de los conflictos. Que olvidan la sentencia de Churchill quien reclamaba que si es el pasado “lo único que podemos juzgar, tenemos, ciertamente, motivos para sentirnos inquietos”.
Deberíamos preguntarnos si la crisis de los ’30 y la derrota de las revoluciones llevo al capital hasta estos extremos. ¿Porque esperar algo distinto sin revoluciones aun a la vista, sin fuerzas sociales capaces de detener el retorno de la barbarie?. La única respuesta realista no es entonces esperar que el capitalismo se sobreviva. Sino preparar el momento en que acontezca “el instante enorme de la llegada de la madurez, para la hora en la que el pánico y la fiesta, reconociéndose como hermanos, tras una larga separación, se abracen en un levantamiento revolucionario” (Walter Benjamin)
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