La topografía del caos te advierte, te previene, nos llama la atención por su adversidad. Sus recovecos, sus indecisiones, su insolente y premeditado final.
Miles de caminos a veces sin solución de continuidad. Árido, frío. O no.
Luego esta el orden. Inviolable y eternamente liso en toda su extensión.
Árido y frió, sin posibilidades de distracción.
Mirando hacia delante, pues el orden nos quiere siempre atentos pulcros y ordenados.
Reprimidos.
Y en su ley, nos exige sumisión absoluta eterna y silenciosa. Pero también nos regala tranquilidad. Por eso no quiere distracciones, tal es su precio, no admite malos pensamientos, no tolera desviaciones, y así nos vuelve poco propensos al cambio. Irracionales al extremo. Impensantes. La otra cara de la razón.
Caos nos vuelve sagaces, atentos, ágiles. Pero no perdona y nos pasa por arriba. Tan exigente es.
Pensantes y racionales, hábilmente apuntalados por el corazón, por el espíritu de aventura, arriesgamos. Sentimos.
Orden dice:
No pienses, yo lo hago por vos
Caos dice:
--¡¡!!
Uno mato al otro en la eterna noche de los tiempos.
AZM
MMVI
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