Todo es literatura, sólo y nada más que literatura… se repetía las mismas palabras una y otra vez en un intento de borrar de su interior cualquier pequeño resquicio de esperanza. Matar la esperanza, eso era lo primordial, ese era el gran objetivo y al mismo tiempo la gran barrera que superar. ¿Cómo matar la esperanza? ¿Cómo encuandrarlo todo dentro del gran arcón de la imaginería? Los espejos superpuestos habían creado múltiples imágenes imposibles de discernir cúales eran reales y cuales pertenecían a la distorsión óptica, pero dentro de toda aquella madeja de sentimientos, sensaciones, deseos y realidades ficticias o virtuales se encontraba como un diamante todavía sin depurar la respuesta a todas sus preguntas, la gran verdad.

Inquieta, por no encontrar escapatoria del laberinto, decidió convertirse en un alquimista en busca de la piedra filosofal. La idea le pareció fascinante y a la vez le servía como método ordenado y sistemático para iniciar su trabajo, debía ir recogiendo muestras, textos, palabras, gestos… para después con gran paciencia, en una labor que tenía algo de sacro y de ritual someterlos a un proceso constante y continuo de destilación.
Imaginaba sus ojos, su boca, sus manos, aquella mirada cómplice, la sonrisa pícara hervir en grandes alambiques en donde, sometidos a la temperatura adecuada, dejaran paso a lo oculto, al sentimiento puro sin más tamizados; sin embargo pronto comprendió, tras la alegría y la emoción inicial, que el proceso sería mucho más duro y costoso de lo que imaginaba. Los ojos se convertían en mil ojos que a través de la serpentina la miraban de forma alarmante y turbadora. Sus labios pasaban a ser depositados en varios matraces clasificados según el rictus que definían una expresión ,un sentimiento y las palabras recorrían los pequeños tubos y ondulaciones como en una orgía de significados y referencias múltiples que complicaban aún más la idea inicial.

Tras varios intentos de elaboración se sintió agotada y entendió que el gran alambique de su cabeza estaba a punto de explotar, todo se había multiplicado en miles de formas diversas y extravagantes que más que dar luz al enigma parecían oscurecer el cielo con enormes pinceladas de un gris marengo metalizado; notaba la presión en las sienes, notaba el bombeo de la sangre acudir a la cabeza para dar más calor, más temperatura que provocaría un estallido de mayor confusión.
Sin apenas fuerzas le vino a su cabeza una imagen salvadora, cerró los ojos, se dejó batir por el cansancio y la desidia y cual Vivien Leigh en Scarlett O’ Hara, se dijo ” Al fin y al cabo mañana será otro día”.

PEPA ROBLE