En este cuadrilátero blanco-púrpura mi mente, esa que como yo no esta, se va lejos, lejos a reposar entre la brisa en el sin sol del invierno, en la arena fría, húmeda, silente como el tiempo.
Allí estoy o aquí, y no estoy, mas pareciera que sí y sí estoy en mi silueta ennegrecida, entumecida por un grito de gaviota. Recuerdo una mano, que me lleva, suave, tranquila, y luego se va, se pierde, para siempre con sus caricias hechas yagas.
Vestida de bruma levanto la mirada al infinito, es la lluvia, la lluvia esa, que me ahorca, quema, borra, y cruzan entre mis mares miles de barcos cargados. El mar esta vacío, consumido por mis órbitas cerradas, ¡Gritar aquí es gritar en la nada!
En esta calle de altos cajones e iluminados enjambres, los pasos son fantasmas que se pierden a la distancia. Te veo, te veo beso y te beso. Las manecillas del reloj me despiertan y sigo sola.
Llego al río, un cormorán me susurra de lo alto, tan negro, solo, triste entre mis días que huelen a septiembre.
Aquí en los cimientos del mañana arrojo la carga desde un barco en el horizonte perdido.
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