El sabio reflexionaba frente al mar. Analizaba las olas, la marea, el baile de los pájaros en el cielo. El sol se sumergía lentamente al final del horizonte y en ese momento lo descifró.
Frente a sus ojos estaba todo claro, cristalino, diáfano. Se detuvo un instante y miró hacia su interior. Un interior más vasto y rico que la vida que se escondía bajo las profundidades del azul frente a sus ojos. Pensó en los libros y las enseñanzas del pasado. Dibujó sobre la arena líneas sin sentido hasta que dos se atravesaron azarosamente e hizo una pausa. En ese instante comprendió la increíble semejanza entre el ahora y la cruz católica.
Cuándo el maestro era flagelado, castigado y humillado, la cruz representaba todo el dolor, toda la tristeza y la desesperanza. Aquel hombre luchó contra esos leños de madera que lo laceraban, abriéndole la piel, sangrándolo hasta lo indecible.
Igual que el ahora, igual que este preciso momento.
-SI lucho contra él, lucho contra lo que ya es. Me desangró y me flagelo. Meditó
Cuándo el hombre de la cruz llegó hasta el monte y su final se acercaba, siguió gimiendo y luchando contra la cruz, contra el dolor y el sufrimiento, pidió ayuda a los cielos, clemencia. Y cuándo el cansancio y el dolor eran ya insoportables, finalmente aceptó esa realidad. La tomó como lo que era. Un hecho en el presente y se entregó a él. La cruz cambió, se transformó, pasó de verdugo a héroe, de dolor a paz. La cruz que lo mataba segundos antes, ahora lo liberaba y le regalaba los cielos.
Igual que el ahora, igual que este preciso momento.
-Si acepto este momento, como lo único real seré libre. Terminaré con la ilusión del sufrimiento. Concluyó sereno.
La cruz y el ahora se funden y se mezclan como la teoría y la práctica. Mientras más luche y rechace este instante, más difícil será develar la realidad, más profundamente quedaré atrapado en el espejismo del tiempo, del ayer y del mañana. Solamente existe este momento. Solamente existe ahora.
Y ahora soy la parte que le da sentido a este sol que se sumerge, a los pájaros que bailan acompasados en el aire y a este azul profundo, desbordado de vida frente a mí.
El sabio se levantó con calma de la arena y por primera vez entendió que él no era los eventos de su vida, su pasado y su futuro; sino el espacio en dónde los eventos de la vida se desarrollaban.
En aquel majestuoso atardecer frente al océano, el sabio dejó de ser, para solamente estar.
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