EL GLOBO ROJO

Ocurrió en un pueblo que había crecido en el medio del viento.
En cierta ocasión, llamados vaya a saber por qué circunstancia, se encontraron una chicharra cantora y un grillo con pretensiones de actor.
Ella traía en su bolso canciones con sabor a fruta fresca y miel. Él, junto con su mochila hecha de sueños, transportaba olores marinos y juegos que había aprendido más allá del arco iris.
El día que se encontraron, ella tuvo la sensación de haber crecido junto a él. Él, sintió que esa chicharra era parte de su vida; se dio cuenta que había nacido conociéndola. Sintió ganas de reír con una risa que brotaba de todos sus poros.
Solamente se tomaron de las manos y se miraron a los ojos. Casi no hicieron falta palabras, porque ambos comprendieron todo.
Esa noche, pasearon bajo el cielo azul oscuro de ese pueblo y (cosa curiosa) comentan los vecinos que el viento dejó de soplar cuando la chicharra y el grillo le cantaron a la luna.
El grillo no pudo conciliar el sueño, vivía en una especie de dulce pesadilla; él mismo no podía creer lo que le sucedía. Cada vez que ponía sus ojos en ella, sentía un manantial que le corría por el pecho, mezcla de menta y miel y las antenas le vibraban al compás de los élitros, para cantarle al amor, al afecto, a la vida.
Ella le enseñó los sonidos del agua y él palpó una a una todas las formas marinas que conocía y fue al mismo tiempo grillo, pez, pulpo, coral, hipocampo.
Como tenían que volver, le hicieron una zancadilla a la suerte. Ella le regaló un globo rojo enorme y reluciente que él infló con todas sus fuerzas. Se tomaron de la mano muy fuertemente, salieron de sus cuerpos y colgados del globo se elevaron por el cielo muy lentamente, hasta llegar a la luna. El viento volvió a soplar en el caserío.
Los cuerpos volvieron a los lugares de donde habían partido y casi nadie se dio cuenta del cambio, porque siguieron comportándose como si tuvieran vida.
Y cuentan los viejos vecinos de aquel pueblo, que algunas noches la luna se pone roja como un rubí y del cielo parece escucharse, mezclado con el viento, un canto de esperanza.