TU CARTA LLEGÓ AYER
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Cierta tarde Marcos recibió una carta y a la misma hora del siguiente día, la visita de su destinataria. El muchacho sonrió.
-No hacía falta que vinieras- comentó él al verla en su puerta
-¿Hice mal en venir?- preguntóle Azucena
-Tampoco hacía falta que vinieras- aseguró el joven -tu carta llegó ayer a destino.
-Te fuiste de allá de improviso, Marcos, y después de todo yo no tengo un lugar propio en esa casa, aunque somos con Alicia amigas de años y hemos compartido mucho en común.
-Fui testigo de ello.
-Pero no tengo obligación de seguir viviendo con ella- le respondió Azucena al transponer el dintel
-Pero esto último es lo que más te ha alentado a venir a verme- opinó el muchacho
-De verdad...sí- ella quiso agregar algo más pero se calló
-¿O por un instante te emocionó la soledad de un hombre?
-¿Y qué me ha dado alguna vez ese hombre?- preguntó algo airada la chica, casi con disgusto -Marcos, soy tu amiga y acompañé en forma asidua la pareja que ustedes formaban. Ahora te has ido. Alicia quedó allá muy sola. Los niños jugarán aún mucho tiempo.
-No viniste hasta aquí, sólo para recordármelo, pues formo parte de esa soledad y de esos niños.
-La verdad, no.
-Tu primera carta. Tu primera visita ¿Querías realmente que yo volviera hacia allá para reconstruir un nido roto?- insistió Marcos
-No lo sé. Soy libre ¡Yo nací sin cadenas!- gritó ella
-Pero las estás buscando.
La habitación era de tamaño medio. Ella tomó asiento. Afuera los automóviles abrían sus ojos iluminando el centro citadino. El sol teñía de rojo hacia la distancia, el panorama de la sierra que rodeaba la ciudad, pero en las calles céntricas ya se había ocultado. Las grandes moles de cemento construídas en su interior, impedían su paso, haciendo que los habitantes deambularan entre luces mercuriales.
Los jóvenes descendieron a la calle y un torbellino humano les salió al encuentro. La vorágine caía sobre ellos, mientras hombres y mujeres pasaban ante sus ojos entremezclando sus guerras. La emocional y la real, la de una ciudad politizada, con su entorno de subversión y represión, dentro de un país en conflicto.
-No me amedrenta, hasta lo prefiero, después de haberle huído en un tiempo atrás- comentó ella casi con énfasis
-Lo sobrepasaremos, creo que es posible- aceptó él
-Estoy dispuesta a enfrentarlo.
-¿Has calculado el riesgo?- preguntóle a su vez Marcos
-Ambos lo lograremos, ya verás...
Solos, entre dos fuegos. Aquello que habían abandonado, la sierra imponente con su río crecido y majestuoso. Esto, la contienda dramática por las calles con barricadas, cual una llamarada dantesca en un horizonte de desesperanza.
¿Cómo tallar el diamante en una ciudad caótica? Las veredas temblaron con las bombas, los gases lacrimógenos herían las miradas de Marcos y Azucena. Los transeúntes y los niños ya no estaban por las calles. Tampoco el rocío. La ciudad, esa noche, habíase convertido en un vértigo negro de un sueño despoblado. Y por el laberinto sin tiempo, caminaban ambos.
-¡Acércate!- le dijo él -Mañana no divisarás este escenario. La mente de los hombres cambiará, vendrá la paz y la quietud. El silencio habrá llegado anunciando el reposo para nación... ¡Pero cautiva el esplendor de la tragedia!
-¿Es libertad como la que nosotros dos buscamos, Marcos, este incendio donde nos hallamos ahora precipitados?- interrogó ella
-No. Es tragedia ¿Te asomaste a verla alguna vez? Mañana ya no estará. Yo caminaba bajo su techo palpitando mi vida, agobiado por este resplandor. Mi soledad era completa. Ahora estoy frente a este último día.
-Valioso para mí como imagen de un final- susurró casi para sí Azucena -Yo que llego a mi ciudad después de larga ausencia en un día como éste, donde me reciben los gases lacrimógenos entre autos y quioscos en llamas.
-Lo superaremos.
-Sí, lo creo. Estoy dispuesta a lograrlo, pues en medio de estos fuegos y a pesar de ellos, las calles de mi ciudad natal son nuevamente mías... aún del dolor que las envuelve.
-Tienen sus límites propios- le confirmó Marcos -No hay diamantes, hay seres, sólo seres.
-Ya lo voy comprendiendo...de a poco.
La calle chamuscada era como una balsa donde todo convergía hacia sus brazos, lentamente, pero sin abandonarlos, flotando en medio del caos. Llevándolos hacia otra orilla más segura.
La obscuridad envolvía las moradas. Todo el microcentro había apagado sus luces, terminados los incendios. Surgía la bruma, en el confín, en los límites de ese mundo. Y al retornar de esa vorágine, ya ellos no estarían juntos.
La ciudad en crisis podría reunirlos o separarlos. Ellos plograrían ser almas gemelas o elegir la distancia, quizás el exilio para volver a abandonarlo todo.
-¡Aquí vivo yo desde hoy!- señaló con el dedo índice la chica, hacia una ventana del cuarto piso
-Mañana vendré a buscarte- le confirmó el muchacho
Ciudad dolorida. Dañada por el caos. Pero allí en medio de ese escenario en ceniza, estaban de pie dos testigos asombrados, dispuestos a retomar su camino para tallar las facetas del Diamante.
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Alejandra Correas Vázquez
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