Buenos días mis estimados oyentes, como algunos de ustedes recordarán, mi nombre era Joel Velásquez la última vez que hablé. Me temo que aún lo es.
Sin embargo, mi tema en esta ocasión no será el mismo. Lo que no significa que no esté relacionado. Ya conocemos la locura, me dije, y ahora, ¿que tal hablar de un loco?
Cuando me enteré de que no podía hablar de mi mismo, dije, “si no puedo hablar de un loco lindo, que sea entonces un loco famoso”.
Mi mente volvió con prontitud a los rincones del verano, y recordé que entre todos los mencionados como locos o posibles locos, uno de los que más llamó mi atención fue Salvador Dalí.
Hombre de inigualable y único genio, mi primera impresión sobre el fue negativa. He de reconocer que hasta me sentí incómodo por un personaje tan particular.
Sin embargo, conforme leí más de él, conocí sus palabras y sobretodo su obra, Dalí comenzó a presentar una mejor imagen a mis ojos. Suena insulso que un individuo tan pequeño como cualquiera de nosotros tuviera que formarse una opinión sobre alguien como Salvador Dalí.
Nacido en mayo de 1904 en el norte de España, Dalí vivió una vida marcada desde sus inicios por una concepción distinta, renovada o quizás renovadora, de la Realidad.
Sus padres, Salvador Dalí I Cusí, y su madre, Felipa Doménech Ferrech, habían tenido un hijo, fallecido nueve meses antes del nacimiento de su hermano menor. Su nombre, el mismo que el del hijo que nacería más tarde, y toda la familia llegó a creer que el segundo era reencarnación del primero.
Así, a la edad de 5 años y hasta que abandonó su ciudad natal, Salvador Dalí visitó una tumba con su propio nombre.
¿Podemos llegar a comprender el peso que tal suceso puede llegar a tener en la mente de un individuo? ¿Y en la mente de un Niño?
Sería en 1916 cuando su carrera en pos del Arte se iniciaría, tras visitar a un reconocido Artista francés. El padre de Dalí le enviaría a clases de pintura tras este Hecho, y entonces su camino quedaría trazado irremisiblemente: jamás a partir de este momento sus manos abandonarán un pincel, jamás su Alma dejará de crear, pintar, dar vida y muerte a mundos extraños, lejanos, nuevos.
En 1922 abandonará su hogar y viajará a Madrid.
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