La hegemonía de la imbecilidad humana es indiscutible. Del latín imbecillis, la real academia española la define como alelamiento, escasez de razón, perturbación del sentido. La lengua popular identifica la imbecilidad en igual medida con la soberbia del ignorante y el arribista. Lo que para la definición culta seria la de estúpido –del latín, stupidus- que para la de la RAE significa necio, falto de inteligencia. Es claro que el imbécil, y acotémonos en este termino porque no necesariamente el imbécil es un ser carente de inteligencia sino de agudeza y sensibilidad, tiene mejores condiciones para el éxito que el talentoso. Recordemos la sentencia del gran Oscar Wilde sobre aquello de que el éxito no es sinónimo de talento y tenemos una aproximación al porque de la hegemonía de la imbecilidad.
Profundicemos. El capitalismo y su lucha de todos contra todos hacen del arribismo y la mediocridad una vía de supervivencia. El talento en el capitalismo es una mercancía al servicio de reproducir la imbecilidad del exitoso como modelo infinito de vida. La condición para ser alguien dentro del sistema, que es un orden jerárquico basado en la propiedad, su gerenciamiento y la reproducción piramidal e innecesaria de una escala de ordenes y mandatos sociales que naturalizan …la propiedad y el dinero, es renunciar a una inteligencia critica y asumir la estupidez de mandatos huecos e intolerables como fundamento de vida. Modas, subculturas, costumbres, pensamientos, hasta los hábitos sexuales y problemas psicológicos son formateados por el fetichismo de la mercancía donde el que más tiene o desea tener es el más exitoso y donde el que menos tiene –y peor aún el que menos desea tener- es un perdedor nato. La inteligencia en el capitalismo, es en primer lugar aceptar sus reglas y leyes. De aquí las características del imbécil social, necio con respecto a entender razones que vayan más allá de lo socialmente establecido, moderado en su actitud frente a la vida, correcto o desaforado pero siempre vocero del sentido común y la espera de la oportunidad, soberbio de la nada como pocos, uniformado en los cliches del grupo social al cual pertenece como señal de distinción. La imbecilidad erotiza a los imbeciles, que confunden el goce sexual con eyacular un poco de moco blanco o con un orgasmo fingido. No importa el goce sino la posesión del imbécil, sinónimo de la corrección social o la búsqueda del éxito.
Este tipo humano se reproduce en todos los ámbitos porque es hegemónico. Son el molde social a reproducir. Que se entienda, así como los capitalistas son una pequeña minoría, los imbeciles también son minoría, pero como buenos reproductores de los mandatos “naturales” del orden y el fetichismo mercantil, los imbeciles imponen su impronta en la vida y las conductas sociales. Y así encontramos imbeciles en todos los ámbitos. En el arte reproduciendo hasta el hartazgo el modelo de creador de obras que siempre giran sobre los mismo. Poetas obtusos empalagados por no decir nada cuando hablan del amor. Opinólogos que opinan con la lengua de que manda en nombre de la independencia de criterio del individuo. Clasemedieros que se creen portadores de verdades únicas recubiertas de mierda como toda verdad nacida del poder. Los imbeciles en general ocupan un cargo intermedio en la maquinaria jerárquica de los macropoderes y de ahí su soberbia nacida del palo otorgado por el jefe en compensación por la alcahuetería. Lamentablemente hasta en los sectores revolucionarios que abnegadamente y lucidamente comprometen su existencia en la lucha por derrotar al capitalismo, que es la negación teórica y militante del régimen social. Quien no ha conocido algún dirigente o cuadro político que reproduce ordenes sin pensar y que representa la idea de que el silencio frente a los dirigentes y la bajada de línea como orden divina son los fundamentos del buen dirigir, a diferencia del consejo de aquel viejo político que decía que la cualidad del dirigente era la sensibilidad para dar cuenta de las cosas –dirigir es prever decía Illich Ulianov- y la imaginación para resolverlas –llevarla al poder era la consigna del Mayo Francés-. Son los que prefieren dar pescado antes que enseñar a pescar al hambriento. Quien no se ha sorprendido por la justificación de este tipo político por las necesidades de la organización. Aún en la subversión la imbecilidad deja su huella.
Así que sigamos el viejo consejo de Groucho Marx, si habla como estúpido y parece estúpido, no se confunda, es estúpido. Hacer algo distinto de usted depende.
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