Bajo el liderazgo del Gik Khan, los Chile-Arauco comenzarían una
oleada de conquistas que extendería su dominio desde Europa Central
hasta la América Latina. En esta expansión, hordas
literarias, conquistarían importantes reinos en Asia, África,
y Oceanía, imponiendo en toda su extensión el castellano y
todas sus variantes dialectales como lengua oficial.

Perteneciente a este inmenso imperio azul, la silueta de la ciudad de
Retoburgo se recorta sobre el cielo claro; hilos de nubes entrelazados la
cubren ocultándola de la vista de los mortales, rodeándola de
misterios. Es imposible describirla, no es convencional. No tiene
edificios, ni nada que pueda parecerse a una ciudad; no esta hecha con
materiales de construcción, sino conformada de textos y de
relaciones escritas entre nosotros, sus asiduos visitantes.
Se muestra como un conjunto armónico en el que ningún
escrito o sugerencia dejan de ser considerados; siempre son parte, son su
verdadera esencia. Es por eso que posee todos los atributos necesarios para
ser considerada una culta metrópoli.

A pesar que algunas veces sufrimos la ansiedad del resultado de sus
ingeniosos retos y de los posteriores comentarios, que suelen sernos no
satisfactorios, incluso hasta considerarlos molestos, los visitantes de
Retoburgo, centramos la atención en la princesa soberana, que con
poder y autoridad legisla e impide la incursión de ateos literarios
dentro de sus muros. Reclamamos su presencia, cuando algunas veces
desaparece en forma transitoria, porque ha acudido a alguna otra de sus
moradas en Diomira, Isadora, Dorotea, Zaira, Isaura, Tamara, o
Nínive, la ciudad mística de donde es originaria y ama
visitar con frecuencia. Quizá lo hagamos estimulados por su
sabiduría o porque sabemos que contamos con su justa
protección conciliadora.

Las personas que deambulamos por Retoburgo no nos conocemos, jamás
nos vimos, pero nos leemos mutuamente e imaginamos mil cosas los unos de
los otros.
Todos los seres humanos tenemos necesidad de las demostraciones de afecto
y de admiración que creemos suscitar; aunque más no sea por
algunos instantes ser protagonistas, y recoger el fruto de las semillas que
sembramos de la mejor manera que fuimos capaces, algunas veces intentando
trasmitir las emociones que nos irrumpieron desbordándonos; cuando
acariciábamos las teclas de la computadora para componer las
palabras que nuestro corazón nos susurraba.

Creo que sea por eso que miro Retoburgo con los ojos del amor, tal cual
es: una magnífica ciudad seductora, satisfecha de imponer sus
caprichos a nuestra voluntad y de persuadirnos a transitar dentro de ella
compartiendo la alegría de vivir nuestras fantasías de
escritores ignotos. Veo en ella un lugar diferente que nos atrae con la
fuerza de un imán, un lugar donde vivimos, intensa, la felicidad que
nos brinda sin pedirnos nada a cambio.