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MITO y MAGIA
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(Acuarelas Argentinas)
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El “Puente Centenario” -cuyo nombre nos está señalando un hito histórico en el proceso del tiempo- une el casco céntrico cordobés con el barrio de Alta Córdoba, situado en la zona alta. Es un gran puente de diseño finesecular, el cual, antes de que la barranca ribereña del Río Suquía (conocida como “Bajada del Negrito Muerto”) fuese absorbida por una elegante construcción moderna, constituyóse en el espacio panorámico de deleitación visual, elegido por los pintores paisajistas.


Fue inaugurado a comienzos del siglo XX, al cumplirse cien años de la independencia argentina, como parte de sus bulliciosos festejos. Ornamentado en aquella ocasión con guirnaldas y serpentinas, más los fuegos de artificio que desde allí se contemplaron. Una ciudadanía entera se dio cita en sus largos barandales de cemento, para contemplar aquellos festejos únicos en su tiempo. A partir de ese día y por varias décadas, iba a transformarse en el apostadero favorito de los pescadores citadinos, sobre un río mucho más caudaloso que el de hoy. Colmado por bravías crecientes donde las aguas rojizas de greda barrancal inundaban las calles cordobesas, arrastrando peces desde la sierra que se diseminaban como un tapiz plateado, sobre el empedrado de las calzadas. Un espectáculo resonante antaño, para esta ciudad estudiantil.


Apoyados sobre sus bordes y junto a una finísima vereda hecha para un solo peatón (ampliada en parte por balconetas llenas de niños inquietos) los pescadores veteranos ocasionaban serios inconvenientes en la circulación del puente, sobre el cual pasaba en loca carrera cuesta abajo, un estrepitoso tranvía. Creaban situaciones de verdadero peligro.


-“¡Cuidado!”


Gritaban los pescadores casi a destiempo, cuando alguna criatura cruzaba temerariamente la calle de “su” puente, al no poder los niños transitar por la veredita que ellos mismos atascaban. Y el tranvía ruidoso de siempre, cuya loca carrera bajaba a toda máquina desde la Estación del Ferrocarril, entraba ya descontrolado en el centro citadino. Atrás suyo los pescadores, luego de comprobar la inexistencia de heridos, volvían a sumergirse en su tarea deportiva y estática.

Eran ellos sin saberlo, las últimas reminiscencias de aquellos pioneros andaluces llegados junto con el fundador, Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo (un judío sevillano) “autoexiliado” aquí de la hoguera del Santo Oficio. Quienes luego de perderlo, supieran nueve años después elevar un memorándum a la Real Audiencia de Charcas, para destacar la importancia de la pesca en el Río Suquía, entonces muy caudaloso y navegable : “¡Con peces de una vara de largo!”


Como quiera que sea, aunque ningún habitante de las márgenes de este río a comienzos del siglo XX, fuese conciente de su deuda con esos andaluces del siglo XVI (quienes plantaron civilización en medio de tribus nativas indolentes)... lo cierto es que la barranca llamada Bajada del Negrito Muerto con su población vernácula, marginal y folklórica, disociada de la universitaria, debió gran parte de su subsistencia y duración a la fauna ictícola y gratuita de estas aguas providenciales, que cruzaban un desierto de greda.

En los años de 1940, la pesca era todavía abundante, sobre el lecho de un río mucho más torrentoso que el de hoy y profetizaba la continuidad de dos décadas más.


La barranca defendía su estilo propio de vida, en esa circunstancia perenne y sin prisa, de un tiempo sudamericano olvidado ...¡Mítica y misteriosa Bajada del Negrito Muerto!... donde la historia como tal, habíase detenido.

Frente a ella, en la otra margen del río, la ciudad universitaria de Córdoba se extendía y se elevaba. Cruzaba a través del Puente Centenario ese páramo perdido, loteaba sus gredales, construía y la cercaba. La iba lentamente devorando. Consumiendo. Rodeábala con un cinturón de cemento y jardines. La barranca comenzaba ya a deshabitarse, quedando cada vez menos pobladores nativos y menos greda.


La árida barranca convivía entonces al límite del medio siglo, con las casas de dos plantas de una clase media alta que comenzaban a emerger en aquel escenario agreste, exhibiendo sus fachadas señoriales. La Bajada del Negrito Muerto, sería reemplazada finalmente por el barrio residencial céntrico que hoy la ocupa (Cofico) cuyo crecimiento rápido en aquellas décadas, produjo un deterioro del clima barrancal en su paisaje, tanto como la exclusión de sus típicos habitantes propios. Cuando el resto de las barrancas cordobesas aún mostraban su hechizo ornamental de inmensas formaciones esculturales de greda, y fue cubierta por la ciudad primero que ninguna otra.

En esos años 40 la visión del Río Suquía era todavía ostentosa. La sierra decoraba el gran telón expandido y a la noche, al iluminarse el centro de la ciudad desde la otra orilla sobre una superficie más baja, el paisaje parecía ofrecer una continuidad entre las estrellas celestes y las estrellas terrestres.

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Y nace el mito. Allí, en el momento mismo cuando se encuentran, cuando es edificado el Puente Centenario que unirá a ambas comunidades humanas, sin poder relacionarlas.

Se estructuraron los rituales paganos y mágicos al pie de la ciudad universitaria y erudita (apodada “La Docta”)... y a espaldas de ella. La urbe crecerá en su derredor y nunca querrá mirarlos, admirarlos o sorprenderse con ellos. La Bajada del Negrito Muerto pervivirá dentro de estos rituales, sobre una barranca mítica, cuyos habitantes vernáculos no tendrán nunca ningún diálogo posible con el citadino intelectual de la Docta, ni la Docta intentará aproximarse a ella.

Ajenas una a la otra, en sus dos orillas del Río Suquía, coexistiendo en una muda indiferencia, vivirá cada una su destino. Así como nació la Bajada mítica sin que se supiera cómo, sobrevivirá sin lograr saberse de qué forma. Inmutable al devenir o al progreso. Pero subsistirá mientras subsista la greda, la creciente del río y su fetichismo... Fuera de todo plan de vida, al pie de una ciudad que por el contrario, nació y progresó por un plan prefijado. Esta Bajada del Negrito Muerto poblada al azar (no hay registros de ella en tiempos coloniales) junto a una ciudad universitaria cuyos pobladores en cambio, llegaron ab initio, con un programa especialmente detallado y con un plano ciudadano diseñado por un ingeniero en la oficina del rey.


Será la Bajada de Alta Córdoba, un mito en sí misma, sin comunicación con el exterior. Un mundo mágico, conocido sólo por sus actores. La Córdoba del siglo veinte por contraparte, se irá en pos del progreso para hallar un lugar dentro del mundo moderno. Mientras que la Bajada del Negrito Muerto congelará el tiempo, evitando ser tocada por él.
Mientras el reloj más se detenga, más largo será su tiempo de vida.


Por aquellos años aún se veían en las crestas de la barranca, extrañas procesiones nocturnas que avanzaban en fila de a una, portando luminosas antorchas. Producían un efecto alucinante. Como fuegos de un mundo imaginario, tornado realidad en el barranco mítico. El camino zigzagueante por el cual circulaban entre sinuosos gredales, volvíase diurno en medio de la noche estrellada. La Bajada con sus formas esculturales de greda, recortábase en el firmamento como un gran cuadro mágico.


Los habitantes de la clase media alta en esas casas nuevas y señoriales de dos plantas, edificadas en su contorno, asomábanse a los resquicios de sus ventanas para verlos, por curiosidad y asombro. Como también, con la perspectiva de que la sugestión de aquel espectáculo, no los dejase dormir en toda la noche.
Y desde allí contemplaban atónitos aquellas figuras portadoras de antorchas, cuyos ropajes veíanse en penumbra, mientras los rostros sobresalían luminosos por los reflejos del fuego. Era una imagen abismal. Muda. Cautivante. Eran dos mundos de herencias irreconciliables, que se observaban a distancia y desde lejos, pero que nunca habrían de incorporarse. Sería el uno o el otro.


Los espectadores de las ventanas llevarían para siempre en su retina, perviviente en sus memorias, aquella mágica escenografía nocturna y fantasmal que agigantaba las figuras barrancales. Recrearíanla con los años en el pensamiento del adulto y en su vejez, que llegaríales hacia el final del siglo XX. Y habrían de recordarla con nostalgia como una parte lejana de su juventud pasada. Una vez que el devenir avanzara sin pausa modificando todo aquel entorno, con el crecimiento ciudadano definitivo. Cuando el Río Suquía cedió su caudal a la sed de los citadinos, la greda convirtióse en asfalto y el progreso terminó por borrar finalmente a toda esa mistérica Bajada del Negrito Muerto.

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Alejandra Correas Vázquez

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Texto agregado el 24-08-2009, y leído por 211 visitantes. (2 votos)


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