Los dos eran muy jóvenes cuando se casaron.
Sin completar treinta años, ya tenían vivido tantas cosas juntos…
Cuando se conocieron, todavía gurises, iban siempre a bailar. Bailaban cualquier ritmo, hasta el Himno Nacional si cuadraba.
Y eso que eran una pareja bien despareja, ella era mas alta, el muy flaco, con cabellos rebeldes y una mirada pícara. Ella siempre seria.
Después de casados continuaron frecuentando los bailes, por lo menos dos veces por semana.
Todo mudó radicalmente cuando ocurrió el accidente.
En una pronunciada bajada de Petrópolis, el camioncito que usaba para repartir madera y los muebles que fabricaba, perdió el freno.
El choque fue frontal y brutal.
Fueron varios meses en el hospital, el regreso a su casa en silla de rueda, para siempre sería un paralítico, con secuelas serias.
Solo el cariño de su familia y el profundo amor de su amada le permitieron salir adelante y recuperar la autoestima y las ganas de vivir. Tuvo que aprender a vivir todo de nuevo, la silla era un apéndice de su cuerpo, aprendieron juntos.
En la carpintería adapto las herramientas, adapto el camión, volvieron a frecuentar los bailes. Ahora ella se sentaba en la falda y el rodaba como loco y a ella le gustaba y hasta se reía.
Aquel sábado era de fiesta en el barrio, ella traía cervezas para los dos, y se sentaba en su falda, estaban felices, el le mordía el pescuezo y la oreja, ella le acariciaba los hombros y brazos súper desenvueltos por el ejercicio.
Ella sintió primero la humedad, se olvidaron de vaciar el colector de orina (bolsa de plástico) que él usaba por causa de la incontinencia, lo aplastaron y ahora estaban los dos mojados por la orín.
Se miraron serios y desataron a reír al unísono, como locos comenzaron a bailar y festejar la vida.
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