_____UN RECUERDO, UNA REALIDAD
Esas imágenes. Esos sonidos. Esas secuencias. Ese video ha cambiado por completo su parecer. ¿Por qué? ¿Qué esconde esa combinación ordenada para que haga que uno se desmorone por dentro? No he parado de hacerme estas preguntas una y otra vez. Y para mi sorpresa, cada vez que concluyo la reflexión me encuentro en el mismo lugar que al principio. Y se me viene a la cabeza aquella frase de Píndaro que decía:
No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, sino que apura el recurso hacedero.
Me siento como el mismo Sísifo cegado y vengado por los dioses. Desterrado de por vida a arrastrar el peso de la condena día tras otro con una única finalidad, la de sufrir. Montaña arriba empujo perpetuamente el peñasco del dolor hasta la cima y sólo, para verlo caer rodando hasta el valle; para luego volver a subirlo. No hay sentido porque no tiene sentido. Esa es la mayor de las tragedias que le puede ocurrir a un hombre; sentirse desorientado en su experiencia vital. Y esta idea se hace presente con mayor fuerza, cuando lo que ocurre no está del todo en tus manos.
Y me pregunto: ¿Qué son los recuerdos? Hoy, como casi todas las veces que siento en mi interior unas ganas de explotar en creatividad, me viene a la mente los recuerdos. ¿Y qué son los recuerdos? Me repito una y otra vez. ¿Por qué ciertos símbolos se nos impregnan en la mente como el sabor de la miel en nuestro paladar? Rápido. Dulce. Denso. Embriagador. No hay manera de eliminar ese enorme aljibe de imágenes a presión. No es posible detener ese incesante torbellino de sonidos, voces, saludos, abrazos, miradas. Todo un conjunto de elementos que danzan al son de una melodía armoniosa. Y yo; yo soy el espectador solitario que contempla semejante exquisitez artística. Que saborea y degusta esa visión, como quién saborea y degusta un buen vino. Mi tristeza: no poder compartir con nadie ese festín de secuencias y momentos de exhibición. Ya no se presta la más mínima atención a aquello que nos rodea. Se opta por dejarlo pasar como se deja pasar el tiempo. Irreversible. Indomable. Como aquel que aparta la mirada del sol porque su fuerte luminosidad es dañina para su vista. Esas imágenes. Esos sonidos. Esas secuencias. Ese video ha cambiado por completo su parecer. ¿Por qué?
Los recuerdos. ¿No son una forma de huir? Es importante tener recuerdos, sí. Creativos. Energéticos. Vitales. Que repongan a uno las fuerzas necesarias para resistirse a sí mismo. El límite del recuerdo: que no se convierta en hábito. Pues si uno traspasa esos límites; si uno hunde las raíces en el pasado puede que nunca vuelva a ver la luz del día presente. ¿Y para qué los recuerdos? Esta es la lección que he aprendido de ellos: sólo para dar sentido al presente. Para poder vivir en el presente. Los recuerdos aún no se han cansado de mí, ni yo de ellos; pero he de dominarlos.
Aquí sentado en el sofá, pensado en las cosas que me están ocurriendo me viene un grato recuerdo casi olvidado. Casi nadie piensa en el momento en el que aprendió a caminar. Y tal vez con razón, éramos demasiado pequeños. No obstante, sabemos por los demás, la de golpes y caídas que sufrimos. Sabemos que al final logramos una victoria sobre el obstáculo convirtiéndose así en hábito. Sólo después perdió todo interés. Sólo nos queda su utilidad. Caminar. Desplazarnos. ¿Y qué es lo que hemos olvidado? El esfuerzo y empeño que invertimos para lograr un fin. Y es curioso, como a esos niveles en los que uno no levanta más de un palmo del suelo es capaz de generar toda una fuerza que lo sobrepasa. Y ahora, nos quejamos porque tenemos que luchar por mantenernos en pie. Como si no lo hubiéramos hecho desde pequeños. Por eso digo que hemos olvidado. Hemos olvidado mucho de aquello que no hemos de olvidar: Nuestras victorias sobre los obstáculos. Nuestra imposición triunfante sobre barreras que se muestran erguidas ante nuestros ojos. Y sin embargo, hoy nos enseñan a recordar la pena y el dolor. Nos enseñan a doblegarnos ante los miedos. Nos enseñan a tener miedo. Miedo de nosotros mismos, de nuestra soledad, de ahí que huyamos.
Por eso grito: que la repetición no venga de manos del olvido. Que no sea el olvido el sujeto que se imponga sobre lo repetible, sino que éste sea querido en el recuerdo para el aquí y ahora. He aquí la verdadera lección que me ha enseñado el recuerdo: No lo uses para huir. Que todo lo que suene a recuerdo, sea para elevarte hasta la dominación de ti mismo. Para crecer con él y cruzar puentes que te trasladen a grandes montañas.
Todo esto lo pensaba mientras me decidía qué comprar para comer. Al final hice una lista de la compra. He de sobrevivir de alguna manera. Así es que me cambio de ropa y bajo al aparcamiento para ir en coche. Al llegar, me encuentro una situación conocida; prácticamente es imposible aparcar. Al final he tenido suerte y pude dejar el vehículo cerca de la entrada. Recogí un carro, eso sí, habiendo introducido previamente una moneda de un euro. Subí a la planta del supermercado y comencé a comprar. Allí me encontré una antigua compañera del instituto. Estuvimos hablando un rato, tampoco fue una gran conversación. Suele pasar que al perder contacto con las personas que has conocido hace ya algún tiempo, no logras percibir ese lugar común que compartías. Sin embargo, se alegra uno de ver que la gente sigue adelante, que le va más o menos bien las cosas. Al pasar un rato nos despedimos y cada uno siguió su camino. Traté de seguir un orden en la comprar, de manera que así ahorrase un cierto tiempo. No me agrada estar en las grandes superficies. Toda la gente corriendo de aquí para allá como si fuera el último día en que fuesen a comer. Por supuesto, lo que más me agota es la espera en la cola de la caja. En ese momento me viene nuevamente a la cabeza: Esas imágenes. Esos sonidos. Esas secuencias. Ese video ha cambiado por completo su parecer. ¿Por qué?
Permítanme que les cuente un detalle que siempre me ha sorprendido. Hay una imagen que siempre que la observo impresiona mis sentidos oculares. Atraviesa todo mi cuerpo hasta llegar a la espina dorsal, permitiendo así un escalofrío. Sus manos, a la altura de las orejas. La boca completamente abierta. Los ojos torcidos con una mirada desorbitada. Su cara no es figurativa; más bien representa una deformación onírica y fantasmagórica de un hombre asolado. Consumido como se consumen las cenizas en el tiempo. Volatilizadas sobre la ciudad. Tal vez no seamos más que eso, un sistema que se volatiliza como cenizas en el cielo. La visión completa de este magnifico cuadro, genera la necesidad de querer ir más allá. De prolongarse hasta un horizonte temporal y atravesarlo para ver que hay detrás. Nace una enorme empatía con el personaje principal. Está de pie. Sobre un puente de madera o eso parece. Y está como presenciando una de las mayores tragedias humanas vividas. Al ver dicha imagen uno se pregunta: ¿quién grita así, y por qué? Sí. Hablo del grito de Edvard Munch. ¿Y si dicho personaje estuviera presenciando en ese enorme cráneo pelado, al pobre de Sísifo arrastrando la piedra en eternidad? ¿Y si fuera consciente de la inutilidad de la vida industrializante del momento? Hasta la naturaleza se pone de parte de su visión más trágica. El cielo anaranjado con algunos destellos de color amarillo. Parece como si fuera a resquebrajarse por algún lado. Como si el propio espacio aplastara de un solo soplo su pensamiento. Su cuerpo, que parece de carne y hueso, se contonea al tiempo en que lo hace el viento. Da la impresión de que le queden pocas horas para estallar de tanta tristeza y locura juntas. A lo lejos, dos personajes se acercan por su espalda. Apenas se diferencian sus contornos. Tal vez por ello, representen la vacuidad de la muchedumbre de la época. ¿Qué vendrá después de todo esto? Se pregunta angustiado el personaje central. Qué dolorida puede ser la esperanza cuando uno no quiere que ésta le acoja. Esta imagen siempre me ha sorprendido porque expresa una situación y una sensación que no todo el mundo quiere sentir ni expresar, si no que más bien se la calla y la oculta. Pero en verdad, es parte de nuestra existencia. Una existencia trágica. Inevitable. Pero con posibilidad de ser vivida y disfrutada.
A todo esto, volví a poner los pies sobre la tierra. Terminé de hacer la compra y coloqué todos los productos en el carro. Bajé por el ascensor hasta el aparcamiento y fui directo al coche. Lo cargué y me dirigí a casa. Por el camino puse una de esas canciones que levantan el ánimo. Es curioso como la música puede hacer que uno se eleve o se hunda. En ese momento crecí como crece la hierba en plena primavera. Vigorosa. Con fuerza. Como si nada en este mundo pudiese acabar con ella. Inmortal. Su color: el verde que más apetece a los ojos de cualquier espectador. Sólo con verlo crecer, dan ganas de reír. De alegrarse. Todo se ve desde arriba. En lo alto de la cima uno no tiene porque sentir miedo, al contrario. En la cima es cuando uno siente el poder de la libertad. Hasta el mismo Sísifo siente ese placer aunque por breve tiempo. Sólo ahí, nace el poderío. La fuerza. El esplendor. Para ello hay que querer escalar con dureza y firmeza a pesar de que el camino sea rocoso y resbaladizo. Porque el regalo que proviene después de superar los miedos que a uno le doblegan, hacen de uno un verdadero hombre. La hierba crece a pesar de que el lugar no sea el más adecuado. Ésta no se cuestiona si ha de crecer aquí o allí. Lo hace y punto. Y muestra todo su esplendor ya sea en la cima, en la mitad del camino o cerca de un desierto. Porque su vigor está tan implícito en ella como lo está la sombra a nuestros pies. Hay que imponerse ante la adversidad, pues es ahí cuando más lo exige uno. Se requiere avanzar. También, para avanzar se hace necesario desconectar de todos los problemas que no interesan. Después de un rato, tomé la decisión de volver. Mis energías habían sido explotadas al máximo. Ahora el cuerpo se me repliega como un armadillo en defensa. Para la ocasión me propuse cambiar la melodía y fue en ese preciso momento cuando de nuevo: Esas imágenes. Esos sonidos. Esas secuencias. Ese video ha cambiado por completo su parecer. ¿Por qué?
Empecé a manipular el aparato de radio. Sin quererlo comenzó a sonar una de esas canciones lentas que desgarran a uno por dentro. La respiración quedó entrecortada. Una lágrima timorata se desprendió sinuosa por mi cara. Parecía retraída. Le costó lanzarse mejilla abajo. Es una de sus canciones favoritas. Triste. Emotiva. Evocadora de recuerdos, imágenes y miradas. Triste por la pérdida de lo que un día se tuvo y ahora ya no. Triste porque no había sido consciente de que se estaba perdiendo algo hasta que se perdió del todo. Duele más cuando viene todo de golpe. Cuando en un abrir y cerrar de ojos se observa todo lo que se ha acumulado sin advertirlo. No sabía si el fuego que nacía en mi interior era por culpa de mi resignación o se acrecentaba al resistirme a ella. Y me di cuenta de que el amor trata con más aspereza y ferocidad a aquellos que no se confiesan esclavos suyos y se resisten a él.
Al oír esa canción me imaginé el momento. Los dos estábamos sentados viendo una película. Él nunca se lo esperaba. No se imaginaba que realmente estaba tan cerca del final. No de su relación. A ella le quedaba poco de vida. Para su sorpresa, ella tampoco se lo esperaba. Sabía que solo podía durar un mes. Cada uno podía durar un mes. Nunca pensó que llegaría a vincularse tanto que no pudiese desentenderse en el momento preciso. Él no era más que un juego en su vida. Tal vez él lo sabía. Aún así decidió continuar y cambiar todo lo demás por un sueño regalado. Pero esa canción, además de triste, contenía una carga emotiva que encerraba uno de los momentos compartidos inolvidables. Ese instante representa la primera apertura sincera. Esa mirada descubierta. Esa sensibilidad exagerada. Ese abrazo duradero sin tiempo predeterminado. Esa despedida que nunca llega. Esa sonrisa inocente y cariñosa que muestra cercanía. En mi caso, ocurrió igual salvo que nunca se pactó nada. No sabía cuando iba a llegar el momento. Aunque siempre pensé que cualquier día podría pasar. Pero nunca está uno del todo preparado.
Hablando de los recuerdos, me viene a la mente un sueño que ella no recuerda; pero que un día me mostró. Un sueño sencillo. Me regaló deseos, imaginaciones y proyectos, pero un tanto peculiar. Un sueño de horas habladas. De tiempo detenido en eternidad. Así nos sentíamos cuando hablábamos, como si el tiempo no fuera parte de este mundo. Pero hay un verdadero sueño que ella ya no saborea, que tiene que ver con una imagen onírica e ilógica. Ella se veía en la proa de un bote divisando nuevos mundos y nuevos horizontes. La velocidad era tranquila. Viajaba en una enorme embarcación. Pero no era de madera, ni de acero, sino que era algo ilógico como ocurre en muchos de los sueños. Ella viajaba en una enorme zapatilla de baile, en una bailarina. Sus cordones eran enormes palas de navegación. El cielo parecía despejado. Como uno de esos cielos de verano caribeño. El mar se entregó a la tranquilidad. Aún recuerdo cuando ella me desveló ese curioso sueño. Estaba sólo, recordando sin cesar cada instante, cada palabra. Después de darle muchas vueltas, me propuse dar forma a ese sueño. Traerlo aquí a la tierra. Hacerlo descender con todas mis fuerzas como se hace descender mil globos de helio. Poco a poco, fuimos generando un sentimiento de afectividad que nos atravesaba profundamente a los dos. Día tras día, noche tras noche se fue procurando una fértil cercanía. Como el buen nitrato que garantiza que de ahí salgan exquisitos frutos. Y así fue pasando el año; con una lejanía real y con una cercanía virtual; pero no por ello menos intensa y vivida.
Ahora me he abandonado y vencido. Me he desterrado de mí mismo. Me siento desorientado, sin rumbo. Como un muñeco de trapo zarandeado por una tormenta marítima en medio del océano. Mi sombra y yo (la única compañía hasta el momento) tratamos de buscar algo firme. Pero todo es escurridizo, todo es resbaladizo. Todo parece en balde. Ya no hay refugios ni náufragos en el mar. No se si eso será posible ahora. La desesperación se hace patente. Todo va muy deprisa y no tengo forma de parar este ajetreo. Es tremendamente turbador ver como se desvanecen tus logros. Ver como se desploma aquello por lo que has luchado durante toda la vida. Dan ganas de dejarse caer como cae un edificio derrumbado por los fuertes huracanes de la naturaleza. Ella, que no actúa intencionadamente enseña al que le presta atención. Y el significado que de ahí se desprende muestra la fragilidad de nuestra existencia. Nuestra limitada vida. Cómo gran parte de ella depende del vaivén del viento que la hace rotar sin saber dónde se va a detener. Es preciso ser consciente de ello, pues cuanto más niega uno la realidad, más incomprensible se muestra ésta. Y entonces ¿qué es la paciencia? Qué diferente se ve ahora ese concepto. Es curioso como cambian de parecer los pareceres. No siempre la paciencia fue vista desde la paciencia. Por eso ahora me asfixio en la inquietud. Por eso me cuesta recordarte en este preciso instante. Cada vez está más lejos de lo que pensaba.
Después de dar una braza más por impedir que las olas terminen con mi vida; sé que aún puedo respirar. Que aún me queda un halito de fuerza. No puedo hacer otra cosa que resistirme. Negar que el mar me atrape y me hunda hasta el fondo. No es digno de confianza dejarse atrapar de esa manera. Más bien se merece mi desprecio. Odio esos momentos en los que uno se hunde sin hacer nada por impedirlo. Mi vida no se merece esa indiferencia humilladora. No puedo ser embaucado por aquello que violenta mi existencia. Aquello que me negará por y para siempre. He decidido salir a flote. Procuro reencontrar aquellas cosas que han caído en el olvido. Hay algo de lo que no puedo desprenderme. Algo que sólo lo puedo perder al final. Ese algo soy yo. De carne y hueso. Aquello que lucha con uñas y dientes por mejorar cada instante. Aquello que trata de hacer realidad los deseos que quiere realizar. Y en esa realización he de dar la vida, porque la vida no es más que realización. Desenvolverse uno a medida que va avanzando y experimentando nuevas vivezas. Hay que superarse. Y es asombroso como esas imágenes. Esos sonidos. Esas secuencias. Ese video ha cambiado por completo su parecer. ¿Por qué? Esta reflexión me nació después de hacer un último esfuerzo por conseguirla. Recopilé aquellas imágenes que encerraban todo lo cercano de nuestra afección. Le puse aquella música que detuvo mi respiración por un momento. Quería hacerla partícipe de mi fuerte sentimiento hacia ella. Un día quedamos juntos y estuvimos hablando, recordando nuestras pequeñas vivencias. Yo no podía esperar más. Me apetecía mucho entregarle ese video. Verlo en su compañía. Y así lo hicimos. Ella me dijo que le apetecía verlo. Yo le dije que era una recopilación de canciones y, que esperaba que le gustase. Coloqué el cd en el aparato y lo vimos. A pesar de haberlo visto unas cuantas veces, no pensé que ese momento generase uno de las emociones más intensas vividas hasta el momento. Sin embargo, aún no está definido el final de nuestras vidas. Lo nuestro aún está pendiente de un último reencuentro. Nadie sabe que nos va a deparar la vida. Tal vez eso le da cierta emoción y veracidad a la relación. Quien sabe. Ahora sólo espero el momento de fortaleza adecuado.
Así es que al final, cuando ya había caído el último rayo de sol; me detuve una última vez más a reflexionar. Me di cuenta de cómo sustentamos nuestra vida en dos ámbitos que se contradicen: lo idealizado y lo realmente existente. Ambos forman parte de una misma vida y no pueden ser negados sin más. Es más, al igual que mi reflexión (que acaba donde empezó y empieza donde acabó) la vida va negándose a sí misma cada instante que pasa. Se trata de algo necesario para poder vivir, para aprender. Y el aprendizaje que se me mostró como se me muestran mis errores expresaba algo así: los deseos está para conseguirlos, para traerlos aquí a la tierra. No lograrlo confundiría mi existencia perdiendo el sentido. Pues el sentido de lo que ocurre, proviene de ese hacer realidad lo realizable. Por esa razón, hemos de hacer un esfuerzo por conseguir que las personas sean aquello que desean ser; eso es más importante que tenerlas por miedo a perderlas.
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