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1 - Luisa la orgullosa

Roberto es el clásico joven que en el argot juvenil se le conoce como un buen chaval. Ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, tampoco destaca en un sentido o en otro al juzgar su inteligencia, pero que dentro del grupo de camaradas cae estupendamente, siempre dispuesto a seguir cualquier iniciativa que se le proponga, y fiel e incorruptible amigo de los amigos. Roberto, además de todo eso, con las muchachas es tímido hasta la exageración.
El pobre Roberto ha tenido la malhadada idea de enamorarse de Luisa, compañera de curso y una de las bellezas de la facultad. Alta, espigada, cimbreante como la espiga dorada del trigo cuando la mece el viento, de formas armónicas que, sin perder la elegancia, se muestran sexuales con moderación, con un luminoso rostro de perfectas formas que emite destellos de inteligencia y bondad.
Roberto no es capaz de disimular sus sentimientos y todos los compañeros del curso están avizor del momento en que Roberto se tropieza con Luisa, en qué, el rostro de aquél, se torna de un rojo tan subido que incide con el temor de que las extremidades de los vasos capilares revienten. A Luisa, las personas que habitualmente forman su corte, suelen advertirle: -Ahí tienes a tu amapola. Y Luisa se enfurruña, por que la convierte en el blanco de la cuchufleta que los compañeros hacen de estos amores. Lo que revierte en que se muestre esquiva con el infeliz enamorado, al punto de aparecer como un ser altivo y engreído.

2 - Luisa la esclava.

Los designios del Señor son.... ¡Quién le iba a decir a Luisa que iba a caer en las garras del más ruin de los compañeros! Jorgito, que es lo que se dice un guapo mozo, tiene el poder mágico, patrimonio de escasos mortales, de atraer irremisiblemente a las mujeres. Y, de retruco, causar la mayor envidia a sus congéneres masculinos. En clase, de soslayo, Jorgito se da cuenta de la mirada intensa, fija sobre él, que le dirige Luisa. A la salida de clase, Jorgito se acerca a Luisa, y con la seguridad de la persona que pisa con pie firme en terreno conquistado, le dice:
-Esta tarde te espero a las cinco en la Alameda. - y sin tan siquiera esperar contestación se va directo al grupo de sus amigos.
Con la puntualidad del reloj, Luisa a la cinco está en la Alameda, mirando a uno y otro lado, la llegada de Jorgito. En todo ese interregno, desde la cita hasta este momento, la mente de Luisa ha estado llena de la presencia de Jorgito. Y ha sentido apetencias y necesidades incomprensibles que jamás de los jamases pensó pudieran ocupar su mente.
Luisa está nerviosa. El tiempo de espera, escasos minutos en realidad, le parecen una eternidad. Con aire tranquilo, sin prisas, seguro de si mismo, Jorgito se acerca por la Alameda. Al encontrarse, le pasa el brazo por el cuello, le da un beso en la mejilla y sin mediar palabra así unidos se ponen a andar.
-A donde me llevas? -indaga Luisa, sin que muestre ninguna oposición a la ruta emprendida.
-Ya lo verás -contesta Jorgito displicente, sin más explicaciones.
Han llegado frente a una verja. Jorgito la abre y cruzan el umbral eranerado hasta acceder al hermoso chalet. Embebidos en el mismo silencio, Jorgito le cede el paso a Luisa para que entre en la habitación, donde una hermosa cama doselada se demuestra incitante presagio de las aviesas intenciones de Jorgito. Luisa quiere reaccionar contra lo que considera un ultraje a sus sentimientos de chica honesta. Pero los labios de Jorgito sellando su boca en un beso que la hace trastrabillar y la mano ducha que acaricia su seno con la pericia de avezado amador, le hacen vislumbrar la realidad de los sueños que horas antes, cuando pensaba en él, la encandilaban en el mayor de los placeres soñados.
Parco de palabras, Jorgito la desnuda, haciendo él lo propio, y unidos cuerpos y bocas como sinapísmo se acuestan en la cama. Guiado por los instintos más bajos Jorgito le hace adoptar todas las poses que le dicta su lubrica y calenturienta imaginación, a lo cual, como la más servil de las esclavas, se pliega Luisa, con la torpe idea de que condesciendo a sus deseos la amará como ella desea ser amada. Y Jorgito, prevaliéndose de esta sumisión, la penetra por uno y otro conducto sin dejar abertura sin explorar con el príapo ayuno de sentimientos, solo sumiso al designio de ofrecer placer a su dueño. De nada sirven las quejas de Luisa, dolorida por la penosa intromisión en sus cerrados esfínter, que hasta ese momento se mantenían vírgenes de intromisiones, ya que en lugar de un sentimiento de conmiseración en Jorgito, todavía las evidentes y no disimuladas muestras de sufrimiento lo encrespan más en su torpe designio sexual de sojuzgarla y domeñarla hasta el vicio.
El lloroso rostro de Luisa, transido por el dolor físico de la violación, no obstante refleja la fiebre sexual en que se consume, mostrando la faz de una vacante procaz, sumisa y dispuesta al sacrificio que Jorgito le proponga, en aras de ese inmenso amor que hacia él la domina.

3 - Luisa, ella misma.

Se acabó el curso académico. Quién sabe si en el próximo volverán a ser el mismo grupo de alumnos del presente. Roberto sigue tan enamorado de Luisa como el primer día, y el desvío de ésta le ha hecho perder lozanía y prestancia, desenvolviéndose en su transcurrir por la facultad como una alma en pena. Jorgito, al siguiente día de su aventura con Luisa, siguió cosechando sus éxitos donjuanescos, sin que prácticamente ninguna compañera del curso dejara de visitar el célebre chalet y refocilarse con él en la doselada cama que le servía de palestra para sus desenfrenos sexuales.
Luisa, la incauta y enamorada Luisa, no pudo sobreponerse a la pena y la vergüenza de haber sido juguete del más ruin y malvado de los compañeros. Y su rostro, que mientras se mantuvo virgen emitía destellos de inteligencia y bondad, a contar de aquel aciago día en que fue mancillada su virtud y pisoteado su amor, se trastocó en una máscara fría e introvertida, sin ningún atisbo de sentimiento ajeno.

Texto agregado el 03-06-2004, y leído por 330 visitantes. (1 voto)


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