¿cómo será que ando perdiendo
cada canción que te regalé
en mi monedero de Guevara?
no entiendo el por qué
de estas cosas;
busco y rebusco y nada,
¡no lo encuentro!
(y puede que ni quiera)
será que anoche no dejaste
ningún suspiro en mi buzón,
que al entrar por la puerta
sólo oí el “¿qué tal?” amargo
de mi padre,
que aún viajo para no encontrarme,
que mi mora se pudre de asco y vida
en la ciudad luz.
no entiendo qué sucede
cuando sólo pienso en el sudor de tus labios,
cuando deseo la enfermedad
a cualquier atisbo de humanidad,
cuando quiero encontrarme
con el gris de tus ojos
en ese feo local verde
de geranios y radios rotas.
me arden los dedos
por no versificar mi tratado
ateológico, mi pequeña y dulce
revolución.
ese mundo mágico
en donde las praderas
aparecen partidas
y en donde una rosa no sea una mujer
sino un ridículo chocho descosido.
y, fíjate, que ya me lo dijeron
los jóvenes poetas:
la poesía actual sale de la mierda,
y dale que dale que a mí me sale
de la bragueta.
pero a medias, eso sí,
mitad para un pene de carbón,
mitad en busca de la percha
donde guardas cada noche tu corazón.
una bonita percha de madera,
color ocre y olor a almendro,
con la textura del niño que no despuntó tu vientre,
con el sabor a sal de la playa
donde nunca bailé para ti.
y es que no puedo,
¡no puedo!
ni escribir los versos más tristes esta noche,
ni el último verso que te escribo.
y es que me muero
¡y no muero tanto! (ni ganas)
porque lloro y escribo,
como un compás dando vueltas
sobre una papel en blanco;
dando vueltas
sin ningún sentido.
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