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La mecedora del viejo Reinold


Quería pedir ayuda y no podía, aunque yo no pudiera verlo sabia que el estaba allí.
Sabía que sus ojos me miraban desde la oscuridad de la casa, esperando el momento justo, como un valiente león o un valiente tigre que espera escondido para atacar a su desgraciada presa a quien le espera un pavoroso futuro.
Se veía más aterrador en la absoluta soledad, soledad acompañada por el ruido de las gotas de lluvia al golpear contra el techo de chapa, que me cubría de mojarme.
En ese momento podría irme corriendo e intentar alejarme de aquel encerrado lugar, oscuro, alejarme de ese olor a encierro.
Yo siempre dije que se encuentra presente pero siempre me trataron de loco, pero nunca lo estuve.
Y ahora era testigo de esto.
Podría haber huido, escapado hacia el exterior sin importarme que me mojara, pero tenía un motivo muy justificado para no hacer esto ¿A dónde iría después? No tenia lugar donde correr, correría sin fin hasta encontrar una pronta muerte y las calles del alejado pueblo, calles que serian mi verdugo, pero estando allí tampoco podía hacer nada.
Entonces recordé como había sido mi dura vida en las calles y recordé aquel día en que había encontrado esta humilde morada abandonada.
Temiendo que hubiera un dueño que se hubiera ausentado temporalmente de ella, pregunte por el pueblo.
“su antiguo dueño murió en ella hace tan solo un año” me dijeron la mayoría de los habitantes del pueblo “nadie la ha vuelto a habitar desde entonces, no por temor si no por respeto al viejo Reinold su antiguo propietario”
el pueblo quedaba alejado de la ciudad.
Era un pueblo chico llamado vieja villa.
Tranquilo, con tan solo 1000 habitantes, ideal para alguien como yo, pensé en ese momento y no me importo.
Hasta ese momento nunca había sido supersticioso, ni las maldiciones, brujas, fantasmas o dios habían ocupado mi mente.
Pero ahora tenía miedo.
La gente del pueblo humilde me regalo esa mañana un viejo colchón, una antigua cama que ya nadie usaba y una más antigua aun mesa de luz.
También tenía una silla mecedora perteneciente al viejo Reinold que era muy hermosa en verdad y al igual que la cama y la mesa muy antigua.
También ese día el viejo Hadgers el panadero del pueblo me había ofrecido un puesto como mandadero de la panadería debido a que su anterior empleado se había mudado a la capital hacia unas semanas.
Al ser el único panadero del pueblo tenía gran cantidad de pedidos y como todos sabían que yo estaba intentando establecerme me daban buena propina.
Al poco tiempo era uno más del pueblo, me había comprado ropas, no aquellas elegantes que solo sirven para tapar el ojo del vecino, si no ropa de segunda mano pero que servia para cumplir mi objetivo, también todas las noches cuando regresaba a mi humilde morada, el panadero amigo me dejaba llevar algunos panes y bizcochos según lo vendido en el día.
Y ahora me encontraba en el suelo con las manos sobre mi cabeza, llorando, pidiendo a gritos que se fuera-
- ¿Qué quieres? – Recuerdo que grite en voz alta –déjame en paz la casa es mía –
Entonces me vinieron otros recuerdos a la mente, el día en que esto había empezado, a los 21 días de haberme establecido en mi hogar estaba durmiendo, cuando un fuerte ruido en la cocina me despertó.
“ladrones” pensé pero no, era imposible, en ese pueblo era imposible.
Me levante lentamente y mientras caminaba paso a paso mi mente era un lió de ideas que intentaban explicar aquel ruido en la cocina, pensé en gatos pero no, había cerrado todo antes de entrar.
Agarrando una gran rama que estaba en un rincón que estaba allí guardada para prender una fogatas en la siguiente noche, camine lentamente a la cocina, con miedo.
Prendí una vela usando un mechero de madera que tenia el dibujo de una pequeña águila.
Camine a la cocina con la vela en mano, finalmente temblando entre en ella iluminándola pero no había nada, ninguna señal que indicara de donde había provenido el sonido.
Luego escuche otro ruido en la sala, ruido como el de una silla mecedora al moverse, cuando ilumine la sala, deje caer la vela al suelo y su pequeña llama se apago, esta se movía como si una persona estuviera meciéndose en ella, sin embargo por mas que veía el movimiento de la silla, no veía a nadie meciéndose en ella.
Abandone la casa corriendo y parándome en la calle comencé a gritar en busca de ayuda.
Las luces de los hogares comenzaron a prenderse y la gente del pueblo comenzó a salir a ver que ocurría.
- es el viejo Reinold – grite esa noche llorando – esta en su silla mecedora -
Vi como las miradas de la gente del pueblo se cruzaban preguntándose que ocurría, Maximiliano y sus 2 hijos Eduardo y Franco se adentraron en mi casa.
Yo esperaba conteniendo el aliento.
- no hay nada – me dijeron al salir y todos llegaron a la conclusión que yo había tenido una pesadilla y pronto se olvido el asunto.
Al menos ellos lo olvidaron, no yo.
Yendo a la biblioteca del pueblo, busque los diarios de un año atrás hasta que encontré la noticia de la muerte del viejo Reinold, este había muerto por causas naturales, ya era un hombre mayor y cuando pasaron 2 días y nadie lo había visto, 2 jóvenes se precipitaron a la casa y observaron su cadáver yaciente sobre su mecedora.
Esa misma noche yo cansado y nervioso me había ido a acostar temprano, pero no había podido dormir, sentía que el me miraba.
En ese momento sentí pasos, pasos afuera de mi puerta.
El estaba nuevamente y no le gustaba mi presencia.
Salí de la habitación corriendo y cuando estaba por cruzar la mesa me tropecé y caí al suelo.
En ese momento me arroje al piso escuchando la fuerte lluvia y tapándome la cabeza con mis manos intentando no oír nada.
Ahora me miraba y yo no podía hacer nada.
- ¿Qué quieres tu mecedora? – Grite con fuerza – tómala -
La golpee con una fuerte patada y esta cayo hacia atrás desarmándose debido a que ya era antigua y por ende frágil.
- ¿no te sirve eso? – volví a gritar
Los vecinos golpeaban la puerta preguntando que ocurría.
La lluvia había cesado.
Sentía que aun estaba, que aun estaban sus grandes ojos observándome desde el lugar ocultándose, esperando a que El tumulto de personas que se había congregado en torno a mi hogar se alejaran para volver a observarme, para volver a verme una mirada que me dice mas que si me hablara.
Una mirada que me dice “es mi casa, y no es tuya”
Tome la decisión en ese momento.
Corrí violentamente, abrí la puerta de un fuerte golpe empujando a todos los que intentaban abrirla y corriendo con todas mis fuerzas y me aleje de la esa casa, me aleje de ese pueblo, pero aun alejándome de allí sentía la mirada del viejo Reinold sobre mi nuca, su respiración detrás mío y sentía que me decía “te vas, pero se que volverás”, mientras corría las lagrimas se me resbalaban por mis mejillas.
Pero yo sabia que no volvería a esa casa. Ni a ese pueblo. Continuaría el resto de mis días rumbeando sin un punto fijo. ¿Qué habrá pensado el pueblo? ¿Me creerían loco? No lo se y realmente nunca lo sabré con exactitud.
Pero hay algo que si sabré siempre.
Que estoy seguro de ello
Que si alguien va a ese pueblo como alguna vez lo fui yo, que si alguien busca un hogar y encuentra el hogar que alguna vez habite yo, con el tiempo descubrirá que no va a estar solo.
Por mas que el lo crea si.
Siempre estará acompañado.

Texto agregado el 23-08-2009, y leído por 160 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-08-2009 Un texto atrapante de principio a fin, la narrativa impresionante, el personaje bien definido, me gustó. Eruda_22
23-08-2009 Un texto atrapante de principio a fin, la narrativa impresionante, el personaje bien definido, me gustó. Eruda_22
 
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