¡SE HA PERDIDO UNA GUAGUA!
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En la zona andina de Argentina —como también en Chile— se llama “Guagua” a los bebitos de meses o a los niños de corta edad, sean éstos nenes o nenas. Es un término calchaquí o quichua incorporado al castellano. No especifica una edad clara ni un sexo determinado. El hábito está tan arraigado que es común oírlo en los noticieros chilenos.
Estando yo de viaje por la Rioja (provincia argentina limítrofe con Chile) y hallándome contemplando ese bello panorama del cerro Famatina nevado en todo su esplendor bajo el intenso sol de altura, mi anfitriona Graciela, quejábase de su marido quien se iba de guitarreadas nocturnas y la dejaba a ella “Cuidando Guaguas”. Fue la primera vez que escuché este término y tuve que adaptarme a él. Aquella pareja tenía tres guaguas. Dos varones y una nena. En un par de años se separaron y el esposo, después de un litigio de derechos civiles, se vino con las tres “guaguas” a Córdoba, de donde él procedía. Como siempre, es raro el comportamiento masculino en lo referente a hijos ¡No se los toquen!
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Un tiempo después pasé el período más bello y bucólico de mi vida en Miami (1994-1995). Para todos los que ven en Norteamérica al mundo ultramoderno y anglosajón, yo allí viví en una vieja casa de campo que fuera de un antiguo confederado, entre exquisita gente (cubana y colombiana) de una gran cultura castiza, que me hablaban a diario de Ortega y Gasset y Vargas Vila. Hallábame en medio de una selva tropical, con flores gigantes, diluvios, árboles de mango, inmensas mandarinas muy dulces, jugo de guanábana, tamarindo, guayaba ¡y el exquisito dulce de guayaba en panes!
Me enamoré de la perra negra Gaya y puedo decir que pocas veces he tenido un can tan adicto y cariñoso. Adivinó el día de mi partida y no quería comer aunque la acariciara.
Al llegar allí, nuestro anfitrión Juan (un cordobés) nos ofreció un dormitorio bellísimo y amplio. Pero yo sentía algo extraño y me dije ¿Porqué Juan ha perfumeado tanto esta casa? Era casi molesto ¿Habrá sido para recibirnos?
Pero cuando salí al inmenso jardín que rodeaba toda la casa, en estado casi salvaje (pues Juan no tenía vocación de jardinero, yo me convertí en su jardinera) descubrí que aquel perfume potentísimo estaba en las mismas flores que entornaban ese espacio. Gigantes y coloridas. Cuando escribí una postal a mi familia puse en ella que estaba viviendo en plena selva tropical en la que sólo faltaban Tarzán y la Mona Chita. Los pajaritos azules semejante a nuestros canarios eran unos atrevidos, comían mis galletas mientras yo tomaba mate en la galería. Las ardillas subían y bajaban a mi lado de los árboles. Fui feliz.
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Una tarde volviendo a la casa desde el centro de ciudad de Miami (Down Town) bordeando un amplio predio llamado “Arena” (cuentan que era la Plaza de Toros en tiempo español) apareció junto a nosotros una familia cubana. Siempre en tribu. Abuelos, padres e hijos. Ya me había acostumbrado a ver estas tribus cubanas, papel que en Argentina protagonizan las tribus gringas (italianas). De pronto una de las mujeres me dijo :
—¿Ha visto pasar una Guagua?
—No, no he visto ninguna— contesté muy afligida, y me puse a mirar en todas direcciones
—¿No vio usted una Guagua? —insistió un señor
—Habrá que dar parte a la policía— contestéle yo —y me miró en forma extraña.
Me sentí muy afligida cuando al fin el grupo se marchó ¡se había perdido un niño o niña! ¡Se había perdido una guagua! Algún secuestro, algo espantoso. No dormí, busqué avisos en los diarios en español. En radios y tv, españoles. Nada se decía.
Tal les comenté a dos amigos cubanos Raúl y Andrés, pocos días después, muy alarmada… Bueno …no era así.
¡Los cubanos dicen Guagua a los coches de pasajeros que allí en Arena tienen su centro de estación.
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Alejandra Correas Vázquez |