En el Chat con Franz
alberto dice:
¡Hola, Franz...!
franz dice:
¡Hola, Alberto, gracias por venir!
alberto dice:
Te traje un juego, Franz. Quiero verte sonreír.
franz dice:
agradezco tu intención, pero no creo que lo logres...
alberto dice:
¡Déjame intentarlo...!
franz dice:
¿En qué consiste tu juego? Me has intrigado...
alberto dice:
Cada uno pone un texto breve. El último en retirarse, gana.
franz dice:
Ja...ya me has hecho sonreír.
alberto dice:
Comienzas tú.
Franz dice.
“Quien vive abandonado y querría sin embargo de tanto en tanto ponerse en comunicación, quien teniendo en cuenta los cambios de horas del día, del tiempo, de la actividad profesional y cosas por el estilo, quiere ver simplemente algún brazo cualquiera del que se pueda tomar, no podrá prescindir por mucho tiempo de una ventana que dé a la calle. Y a él le pasa que no busca nada, y sólo se acerca al alféizar de la ventana como una persona cansada cuya mirada oscila entre el público y el cielo; y aunque no quiera y haya echado hacia atrás la cabeza, los caballos lo arrastran abajo con su séquito de coche y ruido, le dan por último la compañía humana.”(1)
Alberto dice:
“”Ruido humano. Aumenta y declina en intensidad como las ondas de radio. Se acerca y se aleja. Se separa y se funde, distorsionándose. La parte más lejana del ruido parece melódica. La cercana es vulgar, casi desagradable. Hay una fuerza que relaciona cada ruido en particular, hasta producir esto, tan heterogéneo y a la vez uniforme. Si es el motivo de la reunión, no tiene trascendencia. Podría ser, entonces, un símbolo de amistad y una plegaria para que subsista. O el temor de quedar afuera, de no pertenecer a la orquesta. El miedo a perderse en la soledad, como el portero del teatro (alberto), o el concertista (franz).
franz dice:
El final está de más, el resto, pasable.
alberto dice:
te toca de nuevo...
franz dice:
“¿Qué vamos a hacer en estos días primaverales que ahora vienen de prisa? Esta mañana temprano el cielo estaba gris; pero si ahora uno va a la ventana, uno queda sorprendido y apoya la mejilla contra el picaporte de la ventana.
Abajo ve la luz del sol que en realidad ya declina, contra el rostro de la infantil muchachita que camina y se da vuelta; y al mismo tiempo se ve encima la sombra del hombre que viene más rápido detrás de ella.
Luego el hombre ha pasado ya, y el rostro de la chica está totalmente iluminado” (2)
Alberto dice:
“La muchacha se acerca a la ventana, corre las cortinas y mira con ojos ansiosos hacia la calle. Apoya la encendida mejilla en el frío del vidrio. El reloj de la calle da las cinco de la tarde. Los paseantes van y vienen a ritmo sereno. No hay prisas, y abundan los saludos al pasar. El tendero Gracchus ha cerrado temprano, y saluda con la chistera a las damas que cruza. Sabe de relaciones públicas. Ellas pasarán luego por su tienda. Un joven llega corriendo, mira ansioso el reloj, y luego se vuelve hacia la ventana de la muchacha, que sonríe y agita una mano en el aire. Él abre los dos brazos y saluda como un monigote. O un espantapájaros. La boca de par en par, la camisa se le desprende por debajo del saco. La gente lo mira al pasar y se vuelve. Ella torna a sonreír, y deja caer la cortina.
Una voz la llama a través de la escalera. Imperiosa, cortante. La sonrisa desaparece, el rosa de las mejillas también, y corre con pasitos cortos hacia la puerta de la habitación.
Abajo, el paseo continúa. El reloj de la calle marca las 5 y cuarto”.
franz dice:
“Pues somos como troncos de árboles en medio de la nieve. Aparentemente están puestos sobre la superficie, y con un pequeño golpe se los podría mover. Pero no, no se puede, pues están firmemente unidos con el suelo. Ahora bien, mira, hasta esto es sólo aparente” (3).
alberto dice:
“¿Usted cree haber leído los párrafos anteriores? Pues en caso afirmativo, se equivoca. Como yo me equivoqué al creer que los escribía: estaba soñando”.
Y ahora, Franz, debo irme. Debo visitar a una muchacha, cuya tristeza me inquieta. Buscaré en las palmas de sus manos donde esa tristeza se concentra hoy , le abriré los dedos uno por uno, y soplaré hasta que desaparezca. Y no debo ser impuntual.
franz dice:
Vé, Alberto, y salúdala también de mi parte. Sopla un poquito por mí, y dile que no debería haber tristeza en el mundo, pues creo haberla concentrado íntegramente en mis dos ojos...
alberto dice:
Así lo haré, Franz. Me llevo tu sonrisa. Y volveremos a vernos.
franz dice:
Aquí estaré esperándote. El juego me gusta. Y recién empieza. Además, ¿a dónde podría ir, inmóvil como estoy? Ja,ja,ja.ja...
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(1) La ventana que da a la calle.
(2) Distraído mirar afuera
(3) Los árboles
de Contemplación, Traducción de Oscar Caeiro. (Goncourt, Buenos Aires)
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