De noche
(Aunque no lo creas, aunque el mundo sea tan extenso,
yo no me perdería, para llegar a tu casa.)
Caminar en el ambiente nocturno de los hospitales, siempre me fascinó, desde que era practicante y me tocaba “hacer noche”.
La atmósfera en contraste de penumbras, y luz. Sombras que recorren claridades, y las beben. Las apagan.
Alguien musitando.
El silencio, y los olores. El eco casi submarino de mis pasos en los grandes pasillos dormidos.
Me he gastado los sueños por dar contigo...
La explosión de un acceso de tos, insistente, molesto, se ahoga y esta cada vez más lejos. Otros sonidos se lo llevan. Lo matan.
Lo pierden.
Una voz apagada, murmurando un quejido, una suplica. Una radio, un ruido metálico. Molesto. Música que no es música. Alguien viste ropa fúnebre, pero su rostro es exageradamente blanco. Acuoso como un llanto.
No comprende la agilidad de la muerte.
El estampido de una puerta que se cierra, que creo escuchar o es un delirio.
Lo invento.
Camino solo por el arrebato que rodea ese delirio. No voy por lugares concretos. Es trance.
Voy por el filo del aliento, por el suspiro.
Mi amor es algo así como tu sombra, callado te persigue...
Es tribulación, es magia. Los pasos aparecen nuevamente, el ruido de la goma en los pisos encerados. Los pasillos y las puertas, pasan. Tengo que abrirlas para no chocarlas.
En el silencio vuela una brisa inesperada.
Y en la misma brisa. La siento en los ojos, en el cuello, apenas en el pelo, me roza, me envuelve, es como un abrazo, ligero, tan tenue, una caricia que pasa muy rápido.
Viaja un espíritu.
Que en su despedida trata de tocarme, no para quedarse enganchado en mí.
Se le escapa entre los dedos a la noche. Vuela. Con un rumor de fuga. Vuela.
Es un naufrago seguro. Una brisa que seca la garganta.
Una brisa que congela los ojos. Una danza furiosa que termina.
Ya va definido, ya dejó este mundo.
Con una sonrisa (la veo). Es solo el brillo de un ventanal, o del techo o una lamparilla lejana. Una luz que tiembla.
Sigue su camino. Volverá a encarnarse (lo presiento).
Va rumbo al cielo.
El cielo o ese espacio de perfección donde uno quisiera ir después de la muerte, si es que existe, debe ser un instante de sexo congelado, frenado para siempre en un relámpago de goce sublime.
Hablo de sexo con amor, de apasionado encuentro con el otro, de ese momento que salimos de nosotros, donde el tiempo se detiene, donde dura más o queremos que dure más que nunca.
Así el acto es sobrehumano.
Quizá la única ocasión en que vencemos a la muerte.
Fundidas nuestras pieles con el Todo, somos en ese soplo eternos e infinitos, volcán en erupción, magma incandescente, el vino magnífico, licor de los dioses, toda tu dulzura junta inundándonos.
El cielo, si es que existe, solo puede ser eso (o algo parecido).
Sigo caminando, ahora perdido. No sé adónde voy.
Ni que paciente tengo que ver, ni en que cama o sala estaba, ni quien me llamó, ni donde estoy exactamente parado, ni a que lugar tengo que volver.
Me congelo en el momento justo que tengo que dar el próximo paso.
La oscuridad agazapada, abusa de su tiempo y se prolonga.
Alargando la noche.
(2004)
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