Una noche como muchas atrás en los portales del Puerto: la luz en el envés de las hojas de almendros crean una especie de toldo bajo sobre los puestos y caminantes, la torre de la parroquia recortada contra un cielo siempre nublado, repitiendo en otro nivel el efecto del toldo. Palomas en todas las cornisas como la puntuación de una partitura imaginaria en la que caben los sonidos encimados de mariachis, jaraneros, marimbas, soneros y bandas, que se disputan el dispendio precario de los comensales, a treinta la pieza.
Entre las mesas circulan todo tipo de vendimias: queso, camarones y pepitas, llaveros, collares y descargas eléctricas, sexo, piedad y suerte. Esta última es ofrecida por una mujer de gran formato en un vestido rosa. La veo desde lejos insistiendo: -te leo la mano; sus caderas golpean las sillas cuando se retira con un contoneo altivo ante negativas feroces, su larga cabellera está restirada y sujeta en una cola, a pesar de su grosor, los brazos lucen elegantes cuando se sujetan en la línea definida de su cintura o cuando se apoyan en un respaldo o un hombro para convencer. Nadie quiere, casi siento pena por ella, tengo ganas de preguntarle si se cosió ella misma su vestido, si la temporada ha sido dura, si tiene hijas…. Entonces ya está frente de mí exigiendo: -te leo la mano, te digo tu suerte, te digo esa cosa que quieres saber. Le digo que no mirándola a los ojos, buscando una entrada, para un estado de excepción, no rehuye la mirada y seria, casi feroz insiste, -no seas orgullosa, te leo la mano. Aceptando mi derrota agacho la cabeza y extiendo la mano, ella se sienta.
Con un tono rítmico como el de todo demostrador comercial o guía de turistas afirma: --tienes una vida larga y buena, aunque un poco triste, te ha faltado triunfar, ha habido muchas lágrimas; no falta el dinero en tu casa ni amor en tu vida, ahora pregúntame esa cosa que quieres saber. Urga en mis desconfinzas para entrar al paso siguiente, el talismán. Miro de nuevo a su rostro, esta vez de más cerca, las cejas están perfectamente delineadas y su piel es morena y lisa, los poros un poco abiertos, es la edad. Vierte su mirada en mí y es de una negrura sin brillo, no es gitana, es tehuana. El imaginario cambia de inmediato de la romántica desterrada a la bruja india, la del mal de ojo, la de las tlayudas, los huevos de tortuga y las arracadas, la del baile con iguanas, se me eriza la piel.
-Quiero saber sobre mi hijo, si es feliz, si le va a ir bien. Me defiendo de la suciedad del miedo. Recita de nuevo: -larga vida, salud, éxito, amor y buena fortuna. Pero -Hay alguien que te sonríe por el frente pero quiere tu mal, tu desgracia, ha echado tierra de panteón en tu casa. Yo te ofrezco un talismán, una protección ¿la quieres?
-No. No creo en esas cosas. Me defiendo de nuevo.
-No tienes que creer, con que lo tengas te protege, lo traigo conmigo, llévalo, tienes que cuidarte y a los tuyos.
-Y ¿cuánto cuesta?. Exploro su mercadotecnia y la estrategia no me decepciona, mientras pienso ¿Cuándo las tehuanas comenzaron con esto de la mano? ¿Qué no era solo cosa de gitanas?:
-Hay gente que ha pagado por mi trabajo hasta veinte mil o treinta mil pesos, pero tú ofréceme lo que traigas.
-¿No te ofendes si es poco? concedo retomando la búsqueda de contacto, de complicidad.
-No, ofréceme lo que traigas.
Tomo mi bolsa para sacar la cartera, ella se echa para atrás y se recarga en el respaldo como descansando tras la primera exitosa acometida. Yo decido abrir el monedero dentro de la bolsa para ocultar lo que traigo, saco veinte pesos y los ofrezco, se me acerca de nuevo, esta vez enojada.
-Solo la lectura de la mano cuesta cincuenta pesos, aparte lo que quieras del talismán.
-Eso es lo que tengo, eso te ofrezco.
-Si los llevas, dámelos, no le tengas amor al dinero que en tu casa no falta. Demanda con la autoridad de lo que sabe.
-Eso es lo que traigo y es lo que te voy a dar si lo quieres. Le digo retomando el mango del sartén.
Lo toma de un manotazo, se levanta con brío mientras su mirada me odia, empuja la silla con la cadera y sonrío para mí y para el público cercano, al que ahora noto atento.
Mientras se va, el impulso es sacar el cuaderno y la pluma, las frases comienzan a fluir, y delineo lo que ha sucedido. Escribo dos o tres páginas y me pregunto si esta euforia de escribir sea el talismán, involuntariamente cedido, quizás por accidente o por penitencia. Un hado vengativo las condena a aportar dones a quienes las han despreciado, como tal es algo dado sin gusto ni condescendencia, una prenda que en su beneficio, me pregunto si traerá una suerte de maldición.
Dos días más tarde, mi cartera con sus ahorros precarios y buena parte de mi ser documentado ha desaparecido, ¿Cómo no pensar en la tehuana?
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