Las noticias anunciaron que el asteroide chocaría con la tierra pasadas las nueve de la noche, hora del centro del país. Laura y Miguel habían subido a la azotea de su casa con dos sillas, una mesilla, un radio y una pequeña cubeta llena de hielos y cervezas.
–¿Tienes miedo? –Preguntó Miguel, destapando una cerveza.
…during the last hours, looting in most of the major cities of the country has increased dramatically. It must be noted that long before the last space shuttle departed, most of the countries suffered from a wave of anarchy that…
–No. Para ser sincera, no tengo miedo –dijo Laura, tomando un trago de la cerveza de Miguel.
Detrás de ellos, en las prestigiosas calles de Evergreen Terrace, decenas de personas corrían por las calles quemando casas y automóviles. Entre el frenesí, se escuchaban estallidos de pólvora o dinamita y uno que otro grito de alguna mujer.
–Yo no me puedo imaginar un escenario que dé más miedo, un asteroide a punto de azotar la tierra, exterminar la humanidad, arrancar tu vida…
–Entiendo porqué te podría dar miedo –dijo Laura–, pero no tengo miedo.
…Tenemos reportes desde París, en dónde el presidente acaba de suicidarse, luego de que el último intento por desviar el asteroide fracasara. Es el tercer presidente en cometer dicho acto en las últimas horas…
–Pero… ¿por qué no?
Laura volteó a ver a las calles detrás de ella, repletas de violencia y decadencia. Vio a lo lejos la iglesia abarrotada de lucecitas, rodeada de ríos de gente que susurraban plegarias. Observó el resplandor de las luces del sótano que se filtraban a través de las puertecillas de madera escondidas en el jardín de uno de los vecinos, y se preguntó si realmente todo esto era tan diferente, si acaso no todo era la expresión de un mismo sentimiento.
–Es difícil explicarlo pero viendo este cielo preciosísimo, lleno de estrellas, con la roca en medio acercándose a toda velocidad, mientras nosotros estamos aquí sentados juntos por última vez, esperando el fin del mundo, tomándonos unas cervezas, escuchando los temores del mundo… –dijo Laura, haciendo una pausa–, me pregunto si estar aterrorizado, petrificado de miedo, es realmente estar a la altura de nosotros mismos, del mundo.
… es inminente la colisión, toda esperanza se ha esfumado, ya sólo queda rezar, y esperar un milagro.
–¿Entonces qué sería estar a la altura? –Preguntó Miguel.
Laura se desentendió un poco de la conversación y pudo observar como a su alrededor había al menos quince parejas, algunas con sus hijos, sentados en su azotea. Uno de ello, avisó su mirada y le respondió asentando con su cabeza y levantando su copa de vino. Laura le respondió el gesto con su cerveza, sonriendo casi al borde de las lágrimas.
–Sabes, realmente te quiero mucho.
Miguel dejó caer su cerveza. Miró intensamente a Laura. Observó su nariz puntiaguda, sus labios rojizos, su mirada enterrada en las estrellas. Apreció su suave piel de porcelana, su dócil mejilla de terciopelo, sus delicados dedos de muñeca sosteniendo la cerveza. Dibujó con sus ojos los pequeñísimos pliegues de sus labios, los delicados párpados aromatizados, las iluminadas pupilas reflejando el fuego del cometa. Fue la última vez que la vio a los ojos. Fue la última vez que se dieron un beso.