Clara, recién levantada se dirigió a la cocina, eran vacaciones; dio un beso a su madre y le pidió el desayuno.
Ella ni siquiera contestó, su gemela llamaba y al instante salió hacia la habitación; otra vez su gemela prioridad, otra vez sin poder compartir un momento a solas con su madre.
Cecilia había nacido con malformaciones óseas que hoy, a los 17 años, le daban un aspecto grotesco. Leticia, la madre de las niñas las amaba por igual, pero había sido difícil criarlas sin su marido; un alcohólico sin retorno, quien no había soportado ser el culpable de ceder los genes aberrantes, de manera tal, que la patología de Cecilia volcaba toda la atención hacia ella desde un primer momento, Clara nunca lo aceptaría.
Habían sido 17 años de médicos, esperanzas, y dolor; nada podía hacer la ciencia al momento, era el verano de 1917.
Diría con tristeza que lo más angustiante no era la malformación, sino la capacidad intelectual intacta de la que estaba dotada Cecilia. Por cierto, lo que debía ser una virtud en sí misma, solo le servía día a día para entender la cruel realidad, no ser como su hermosa hermana, no tener una vida como todas las jóvenes de su edad.
La imagen que devolvía el espejo no era tolerable, sin embargo esos hermosos ojos azules… esos ojos azules.
Esa tarde, al regresar, Clara pudo hablar con su madre, quería invitar a un joven a cenar, estaba entusiasmada con él, Leticia, complaciente, dijo que sí, que estaría encantada, entonces Clara pidió un favor más, - ¿qué? - pregunto su madre; Clara con voz suplicante rogó que Cecilia no estuviese en la reunión, Federico no estaría preparado para conocerla, ella ni siquiera le había manifestado su existencia. Leticia clavó su mirada de leona en los opacos ojos de Clara y no dejo dudas, esa noche Cecilia se sentaría a la mesa, - ella sabe conversar muy bien y tiene unos hermosos ojos azules - le espetó.
Alrededor de las 21 horas golpearon a la puerta, Federico había llegado. Nerviosa Clara salió a su encuentro, lo saludo y lo hizo entrar. Federico dejó su sombrero y saludo con un beso en la mano a Leticia, - encantada - dijo ella y pasaron al comedor.
La cena estaba lista, Leticia le indicó a Clara que la sirviese, mientras ella traía a Cecilia, - es mi hermana gemela - explicó Clara - esta algo enferma.
Cuando apareció Cecilia en la silla de ruedas junto a su madre, Federico no supo como actuar, en su interior el horror lo invadía, pero era un caballero y solo atinó a decir, - encantado señorita Cecilia - y beso la mano deforme.
Comieron, bebieron y a medida que la velada avanzaba los ánimos se distendieron. Cecilia como era costumbre había sido el centro de la tertulia. Verdaderamente a medida que se la escuchaba el horror de su figura daba paso a la belleza de su interior y a esos hermosos ojos azules que la hacían seducir a sus interlocutores.
Al dar la medianoche, Federico creyó conveniente retirarse, agradeció la atención y se postuló como anfitrión para un próximo encuentro, beso a Leticia y luego se inclinó hacia Cecilia, la beso y le dijo – ha sido un placer, jamás he visto ojos tan bellos, Cecilia sonrió sonrojada, Clara lo acompaño a la salida, estaba molesta y ya no escuchó la galantería que Federico, seductor, le expresó.
La hermosa cara de Clara no podía disimular el odio de sus opacos ojos, otra vez la “pobre hermana inválida” la había desplazado.
Mientras su madre acostaba a su querida hermana fue a lavar lo usado en la cena, los platos y cubiertos bajo el agua eran fregados sin concentración, Clara y sus opacos ojos estaban idos.
Todos dormían menos Clara, la idea de haber pasado casi desapercibida a causa de su hermana una vez más, terminaba por desequilibrar su mente en forma definitiva.
Se levantó de la cama decidida, bajó las escaleras descalza, se detuvo ante el crujir de la madera, contuvo la excitada respiración, al ver que su madre no despertaba continuó, se dirigió hacia la habitación contigua donde Cecilia dormía, la vela iluminaba tenuemente su rostro deforme. Se acercó y la llamó por su nombre - ¡Cecilia! ¡Cecilia!- cuando los ojos se abrieron, los iris azules desaparecieron dando paso a pupilas dilatadas, dilatadas de terror, un grito desgarrador vino inmediato, luego la oscuridad.
Leticia acudió en segundos desorientada y alerta a la habitación, estupefacta se encontró con Clara parada a los pies de la cama de Cecilia, quien inconsciente, yacía con un tenedor incrustado en uno de sus ojos; esos hermosos ojos azules…, solo atinó a preguntar entre un llanto estremecedor y enloquecido - ¿por qué?
Clara con sus opacos ojos llenos de odio y encogiendo los hombros contestó - quizás sean los genes de papá.
Ness 1/08/07
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