Era una tarde de abril, una hermosa tarde de abril con un cielo de un celeste intenso y limpio cuya única decoración era una luna tenue casi transparente, como si el sólido celeste del cielo la aplastara logrando asomarse a su través.
Además, era feriado, y un feriado de los buenos, de esos en los que ni a los laburantes más fanáticos se les ocurriría abrir el negocio y en los que nadie piensa tampoco en ir a comprar nada. Son esas fechas en las que involuntaria y mágicamente uno olvida todos sus pesares y se regocija en una sensación de libertad y gracia que se contagia en el ambiente.
Pero él no gozaba de esa suerte, y no solo eso sino que no entendía cómo ni por qué. Se sentía desvalido, aplastado, triste, como un trapo viejo. No sentía motivación ni ganas de hacer nada, y tampoco quería ver a nadie, ya que presentarse ante alguien en ese estado tan deplorable y con la carencia absoluta de toda gracia, entusiasmo y carisma (dotes que le eran propios en sus buenos días) lo avergonzaría de sí mismo, además de que le amargaría el día a la contraparte.
Es así que su pozo era cada vez mas profundo y mientras el día resplandecía en su belleza, él, desde el fondo de su pozo solo podía ver un pedacito de cielo.
Ya no veía a las personas a su alrededor, pero pensaba en ellas y sanamente les envidiaba la simpleza con la que disfrutaban el día, la forma en que reían de cosas estúpidas los grupos de amigos, la manera en que las parejas caminaban de la mano y la placidez de los ancianos inmóviles ante las caricias del sol.
Cada tanto torcía su vista para ver el cielo... su pedacito de cielo, y como su pozo era más profundo cada vez, él se iba encontrando progresivamente con cielos más pequeños.
Fue así que en una de sus miradas ya no encontró al sol en su pedacito de cielo, y ante la ausencia de esa luz tan intensa que lo encandilaba... pudo advertir, que en su pedacito de cielo, también le había tocado la luna. Esto le gustó, pero temió que así como el pozo se había llevado al sol, se llevara también a la luna. Entonces siguió mirando su pedacito de cielo con tanta atención que dejó de pensar en las otras personas y de envidiarles sanamente su dicha.
Su pedacito de cielo seguía mermándose y él se preocupaba y se tranquilizaba al ver que aunque cada vez más ceñida, la luna seguía consigo. Se hizo de noche y no aguantaba más el sueño, pero no quería dormirse... su pedacito de cielo (que para ese momento ya era más bien un pedacito de luna) acaparaba toda su atención. Sin embargo después de un rato el sueño lo venció y se apoderó de él, que soñó y luchó soñando contra su sueño hasta que logró despertar en plena noche, desesperado por volver a encontrar a su luna.
Pero no la encontró ni encontró su pozo tampoco, y para su sorpresa le llegó de ese no-hallazgo un sentimiento hermoso de paz y felicidad que lo dejó contemplando manso un bello cielo lleno de estrellas.
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