- Raúl, te pedí que me llamaras al mediodía para comprar las sábanas y el acolchado - dijo Laura con los ojos itinerantes dentro y fuera de la habitación
- Sí amor, sólo que me retracé en el trabajo, no sabes como está de gente el banco hoy
- Bueno pero ya lo teníamos pactado, yo no puedo hacer todo - insistió ella más arduamente
- Entiendo corazón, pero las cosas son así, lo hacemos el fin de semana, ¿Te parece?
- Estas loco si pensas que voy a comprar las cosas para nuestro casamiento dentro de tres días, imposible Raúl
- Bueno vida, no es mucho tiempo, trata de comprender
- No, quedamos en hacerlo hoy, lo siento, en cinco minutos paso a buscarte por allí - decretó cansada del imperio machista siempre delegando
- ¿Ahora?, imposible, no insistas con tus chiquilinadas, Laura, hasta el sábado no podré ir
- Ah, el señor está complicado con su insignificante puesto de cajero, claro, seguramente con los ojos tras alguna idiota que quiere seducirlo - dijo casi gritando fuera de sí
- Hasta luego Laura, se acabó el tiempo para la locura - esbozó él, mientras colgaba el auricular
- Hola, hola, ¡Mal nacido!, me cortaste, hola... - siguió el hilo de su voz hasta caer en un abierto llanto
Entonces tomó las llaves del coche, mientras no dejaba de gritar improperios en nombre de su futuro marido, hasta llegar velozmente al banco, el cual ya había cerrado. Afuera, una fila de ahorristas indignados, no dejaba de vociferar justicia. Laura bajó del auto para perderse entre la multitud, totalmente enardecida. Fue cuando Raúl pudo verla entrar desde la oficina del jefe, mientras le imploraba a su secretaria que se vistiera a tiempo.
Ana Cecilia.
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