Entrada la madrugada, en la estación de trenes de Tropezón, como una foto, sin dinámica, el desolado andén albergaba la angustiada humanidad del hombre.
Camino inquieto, transpiraba a pesar de la temperatura, era obvio que su metabolismo estaba en alarma, se asomó a la boletería, estaba cerrada, los boletos se sacaban arriba del tren a esa hora, la formación llegaría en minutos, miró ansioso el viejo reloj por enésima vez. Quizás no la vio o sí pero no la consideró, de todas maneras la joven mujer, en la otra punta, despreocupada lo observaba. Los minutos faltantes se transformaron en segundos, divisó excitado la luz lejana pasando la curva de Villa Bosch, se arrimó al extremo del andén, cerró y abrió sus ojos varias veces, expulsó el aire agitado, volvió a mirar hacia las vías, ahora la luz era más nítida y se veía con todo el contorno, la poderosa máquina llegaba veloz tronando su claxon estremecedor.
Cuando el tren se detuvo, el maquinista bajó y comprobó lívido y perplejo que era un hecho, un hombre destrozado yacía entre las ruedas y metales.
La mujer se arrimó con la misma actitud de todo momento, confirmó la muerte y pensó, bueno este ya está, solo me queda el del gas, menos mal que solo ese, hoy no estoy de humor para suicidios…
Ness 9/07/09
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