En esta ocasión entraré en el tema de forma directa. Hablemos de educación. Llevo bastante tiempo reflexionando un poco sobre este tema, primero porque el interés que tengo hacia mis estudios me obliga a hacerlo, y segundo, porque la importancia del tema es más que sobresaliente como para que todos lo hagamos.
La educación es algo que todos hemos padecido y seguiremos padeciendo. No sólo se educa en el colegio, en casa o en la calle, sino que hasta en tu más absoluta soledad te sigues educando. Esto siempre lo denominé como el conocimiento de uno mismo: un aprendizaje más.
En cuando a lo que concierne a un niño, una vez haya nacido, su educación comienza con sus padres, como todos sabemos, hasta llegar al colegio. Es en este momento cuando personas ajenas a su vida intentan entrar en su mente de la forma más inteligente posible. ¿Qué queremos los profesores? Conectar. Saber qué es lo que piensa un niño en cada momento. Construir, a partir de su pensamiento, una nueva persona, introduciéndole conceptos a partir de juegos, o mediante complejas estrategias muy estudiadas. Los niños nos pueden. Queremos ser más inteligentes que ellos y no lo conseguimos, porque sigue habiendo guerras, asesinatos, maltratos, odio general, y esto viene producido por una desastrosa infancia en la que la educación es muy influyente. No sé, pero me da la impresión de que hay algo que lo estamos haciendo mal.
Si no les interesa saber mi punto de vista al respecto dejen aquí su lectura. Yo seguiré. Y es que los niños no son tontos. Todos creemos que su exprimida inocencia va a hacerlos débiles mentalmente, y no es así. Los débiles somos nosotros cuando acabamos suicidándonos porque nuestros alumnos no responden a lo que queremos. Un niño no sabe sobre política, y seguramente si se la explicas, no la entenderá. Tampoco sabe sobre cada una de las culturas del planeta, ni entiende sobre protones y electrones. Pero probablemente, si a un niño le explicas que ese señor que sale en la televisión es una persona que nos administra el dinero lo entienda. Y también si le dices que en el mundo no existe la Navidad para todos porque hay otras culturas que tienen otras religiones con otras costumbres. O que un cromo está formado por millones de "bichitos" pequeñitos llamados átomos. Sin embargo no nos interesa esto. Si un niño entendiera que existen más dioses que el nuestro probablemente acabe sumergido en otra religión, y “dios mío, mi hijo se convertirá en un loco en nuestro país. No, no, no, que crea en Dios, el resto son todo inventos de otros”. No señores. Esto no es sano, porque cuando crezca matará al musulmán que crea en Alá como dios supremo creador de todas las cosas.
¿Entendéis de qué hablo? No me gusta que todos seamos iguales. Ya lo sabéis. Me gusta que existan personas con diferentes formas de pensar. Y la mejor manera de hacer esto no es convencer a un aula de una cosa y a otra de una diferente. Lo que debemos hacer es plantear a todos los alumnos las diferentes posibilidades religiosas, políticas, sexuales, de comportamiento ante determinadas situaciones, etc. y conseguir que cada uno, con un razonamiento, decida cual cree que es mejor. Esto ya sé que es muy complicado. Los niños, a diferencia de los adultos, no razonan solos, necesitan algún impulso a hacerlo. Y nuestra labor es darles esa chispa que les encienda la mente y les haga indagar, investigar y decidir.
Como veis parece que hablo de profesores, pero no. También hablo de padres. No es lógico que un joven llegue a casa con intenciones de concluir un tema y que su familia se las hunda porque es “amoral”; lo amoral es lo que atenta a la integridad física y psicológica de las personas, lo que la diferencia es “inteligente”.
¿Cómo encender la chispa? En un aula, tratando a tus alumnos como quieras que te traten a ti. Enseñando lo que es el respeto, lo que os diferencia y los que os hace iguales. Haciéndoles entender que tú no eres quién va a enseñarles las cosas. Serán ellos los que saquen sus conclusiones y tú decidirás con qué nos quedamos. La responsabilidad en un niño es como un búnker de hormigón en una guerra: los hará más fuertes que nunca, los motivará a seguir adelante, y lo mejor de todo, les hará pensar en lo que hacen, razonar cosas sencillas, tareas que se les han atribuido. Esto permanecerá bajo sus pieles por el resto de su vida. En casa, a vuestro hijo, prácticamente igual. Existirán unas normas de convivencia y otras de comportamiento. Pero absolutamente todas tendrán una explicación coherente que el niño comprenderá. Cuando entiendes el porqué de algo, lo asumes con más afinidad que cuando lo haces “porque sí”.
No soy padre, y casi no nos profesor, pero sí fui niño, y las cosas habrían sido distintas según cómo me trataran. Todos los jóvenes de este mundo deben conocer las buenas y malas personas que les rodeen y saber alejarlas de su vida a tiempo para evitar daños innecesarios. En nuestra mano, como siempre, está la solución. Espero que no me dejéis solo todos.
*Javier Santalices* |