La puerta del subte se abrió, era media mañana con lo cual el movimiento de pasajeros era escaso, Laura sentada, casi por costumbre dejo de lado el periódico y observó la gente que ingresaba. Primero una joven delgada con tatuaje en el hombro y oídos cubiertos por infaltables auriculares que provenían de un sofisticado celular, desafinaba una canción, por detrás, un hombre robusto desprolijo y transpirado en su ropa de trabajo. Cuando parecía que la puerta cerraba, una mano arrugada la sostuvo, dando paso luego, a la figura de un hombre mayor, vestido con un saco gris que denotaba haber pertenecido a alguien más, pantalón beige que obviamente no armonizaba y zapatos negros tan bien lustrados como añosos.
Laura acomodó sus lentes y retomó la lectura más inmediatamente volvió su vista hacia el anciano quién se había sentado frente a ella, quizás la mirada clara, sus arrugas y la vestimenta sencilla despertó en ella un sentimiento de ternura, miro la mano del hombre y vio que no llevaba anillo matrimonial.
Laura no solía distraerse más que esos pocos segundos del ingreso del pasaje pero esta vez dejó volar su imaginación o tal vez su imaginación no pidió permiso y se instaló en ella, para cuando el tren tomó velocidad la mente de Laura veía con tristeza y angustia la solitaria vida del anciano sin dinero y sin alguien que lo cuidase.
Para la siguiente estación Laura volvió a la realidad de hecho era su parada, con gusto vio que el anciano también se levantaba, estaba dispuesta a acompañarlo aunque más no sea en las escaleras.
Las puertas se abrieron y Laura cortésmente le preguntó si podía ayudarlo, el anciano la miró con sus ojos claros asintió y ella le tomó el brazo.
Una vez en la calle Laura observó la renguera del hombre y preguntó donde vivía, este contestó con dudas, era cerca ella insistió en acompañarlo, el dijo no querer abusar, Laura dijo - es un placer para mí, aparte con los robos y las cosas que pasan usted no debería andar solo- no terminó de decirlo que se había percatado del error, era obvio que nadie tenía el anciano para ir con él, -digo no quiero ser entrometida- agregó a modo de corrección, el anciano la miró y dijo - está bien joven es verdad estoy solo y no debería hacer estos viajes pero ya sabe los médicos, la pensión no puedo eludir algunas cosas-.
Llegaron en algunos minutos a la puerta de la humilde casa, el anciano agradeció y Laura con una enorme sonrisa de deber cumplido dijo que había sido un placer.
Laura se iba y el hombre de ojos claros le ofreció una taza de té, lo más que puedo y lo menos que debo, dijo en tono humilde, ella dudó pero sería una linda anécdota para contar con sus amigas de la facultad, por lo que ingreso siguiendo al anciano.
La casa era realmente pobre casi diría que era un lugar inhabitable por definición, mientras se adentraban Laura impresionada iba preguntar por la antigüedad de la casa cuando el anciano expreso firme-ya vengo- y se perdió en lo que sería la cocina, Laura quedó sola, la tenue luz, las telarañas, el crujir de las antiguas maderas y el desagradable hedor generaban escalofrío, observó alrededor ya no estaba tan cómoda, le gritó –señor, señor no se moleste ya me voy- pero el anciano y las dos tazas humeantes aparecieron, Laura se calmó al ver los tiernos ojos y bebió su taza de té.
Después de 2 o 3 sorbos Laura sintió los primeros calambres abdominales, algo no estaba bien, el hombre ya no tenía la mirada tan tierna, de hecho no parecía tan indefenso ni abandonado menos aún cuando reía con espeluznante crueldad ante el retorcido cuerpo de Laura.
El anciano se sentó, tomó el periódico y con la tenue luz leyó el artículo completo acerca de las mujeres desaparecidas los últimos meses, Laura, ya comatosa, debió seguir leyendo el diario en vez de distraerse con la gente que ingresa en cada estación.

Ness 30/01/09
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