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Me preocupan algunos temas, X. Saber qué es lo que tengo que hacer, adónde tengo que mirar, a qué apuntar. Cuando pienso en ello se me acumulan una serie de ideas y eventos confusos, alternándose sin orden ni lógica.

Anoche, por ejemplo, en vez de intentar responder esas preguntas comencé a recordar citas famosas. Se me vino a la cabeza una de las frases de Einstein. Aquella en que dice que no tiene idea qué armas serán utilizadas en la tercera guerra del mundo, pero que sí está seguro de las que se usarán en la cuarta: palos y piedras. O la cita de García Márquez que dice que el ser humano no nace cuando la madre lo alumbra, sino que a diario tiene que engendrarse a sí mismo. ¿Qué significa eso, X?

Luego pensé en las personas que no tienen citas en absoluto. Gente con un pensamiento exento de la parafernalia social que tanto le gusta al futuro. Entones me di cuenta, X, que yo no deseaba ser ninguno de esos hombres, pero sí compartir algunas de sus esencias.

Porque habían muchas mujeres y hombres que no tenían ni una sola cita, ni facebook, ni weblogs, y que tampoco tenían posibilidad alguna de volverse de moda. Pero si alguien los sacara a la luz, y explicara lo que contienen, esa belleza tierna o su contundente simplicidad para resolver los problemas más difíciles, de seguro serían tan famosos como Vincent van Gogh.

En todo caso, Vincent van Gogh también ilustra lo que quiero decir. Su fama, como tú bien sabes, es posterior a su muerte, y radica en que la opinión pública ha comprendido la singular belleza y fuerza con que tergiversó el mundo para mejor. La noción de su arte sigue cautivando hasta el día de hoy, y sin él no hubiese existido el expresionismo (para mí, la corriente pictórica más importante de la historia). La semana pasada una amiga me dijo: “Huevón, ahora entiendo por qué Van Gogh es tan famoso. Vi un cuadro suyo en Nueva York y todo me quedó claro. Parecía que estaba vivo. Huevón, la pintura se movía”.

En su momento ni Theo, ni Paul -ni nadie-, lograron dimensionar de lo que se trataba. Llegado un momento yo creo que ni siquiera Vincent. Y se me antoja pensar que es desde ese punto en donde más fuerza adquiere su arte: cuando el hombre empieza a crear para sí mismo, absolutamente desligado del reconocimiento social pero sin estar escindido de la sociedad (quizás en Vincent siempre fue así). Porque su trabajo, al final, es un regalo para el mundo. Una excusa para inspirarnos y su manera de conectarnos con una visión reveladora/distinta sobre lo mismo de siempre. ¿Qué otra cosa van a ser, sino, sus campos de trigo con cuervos, sus cipreses, sus trigales furiosos de amarillo melancólico pero poderoso, sus trazos toscos y fuertes, sus colores espiritualmente trastornados?

No hay misterio en la vida de ese hombre. Hay poesía visceral, entendiéndola como la fuerza por conseguir desestructurar lo que vivimos en base a una interpretación catártica del universo. Eso es exactamente lo que hizo Einstein.

¿Cómo llegó a pensar que la luz podía doblarse? ¿Cómo se le pudo ocurrir que el tiempo era relativo? Y mejor aún: ¿cómo pudo llegar a plantear una solución experimental para probar lo que decía? Había que tener mucha confianza para decir que sir Isaac Newton –el padre de la ciencia- estaba completamente errado; para reformular prestigiosas concepciones de doscientos años desde una anónima oficina perdida en las calles de Zurich.

Tanta fe se tenía Einstein que convenció a su primera esposa, Mileva, de divorciarse prometiéndole el dinero del premio Nobel. Además les dijo a todos que en cualquier eclipse solar podían comprobar lo que él decía, ya que según sus planteamientos la luz de las estrellas que pasaba por detrás o al lado del sol se movería alrededor de éste, curvándose por los zurcos que la estrella hacía en el espacio-tiempo. Y así mismo fue. Arthur Eddington, un respetable astrónomo inglés -heredero de una fuerte tradición newtoniana-, sería quien comprobaría ante el mundo la emergencia de un nuevo genio, en aquel memorable eclipse de 1919.

Hoy vi una película al respecto, X. La película intentaba conectar al teórico con el pragmático, a Einstein con Eddington. No era una buena película; tergiversaba demasiado la historia. Por ejemplo, allí Eddington se comunicaba con Einstein en pleno conflicto bélico (cuando que en la realidad recién vino a saber de él en 1918), ¿desde cuando se ha visto que puedas enviar una carta desde Londres a Berlín en medio de una guerra mundial?

Estoy triste, X. Me pasa a veces, cuando el sol se ve con barro o los días están muy oscuros. Estuve leyendo un poco un libro de un psiquiatra sobre la adolescencia. Lo elegí porque hace tiempo leí un ensayo de él sobre la angustia de acuerdo a las definiciones de Heidegger. En un momento se puso a hablar sobre los cuentos de hadas. Le gustaban mucho cuando niño de seguro. Era interesante, pero todavía no entiendo bien qué tenía que ver con el tema que abordaba el que nos dijera tal o cual cosa. Pensé en ello por la forma en que te estoy hablando ahora.

¿Qué tienen que ver los cuentos de hadas con la crisis adolescente? ¿O con la adultez? ¿Qué tiene que ver conmigo o contigo todo esto entre sí? (Einstein, Van Gogh, Roa, mi incomodidad). Todo. Quizás es que todo está relacionado – ¿o nada?-. No, X, una respuesta totalitaria no me satisface: no puedo reducirla y no puedo aplicarla eficientemente a mi vida. No la entiendo. Tampoco alcanza con una respuesta simple o relativa. ¿Se trata esto –la vida, la muerte, el futuro- de una sucesión de eventos confusos? ¿Nombres, años, vidas, sueños, fracasos, acontecimientos, todos y nadas?

¿Se trata de que nos disfracemos y ostentemos misterio? ¿Por qué te hablo tanto de eso? ¿Por qué esta obsesión con los genios? No sé, X, simplemente me daba vueltas por la cabeza. No voy a pegarte aquí crípticos pasajes de los libros que he leído, ni tampoco más citas sobre hombres del pasado o del presente, de la tele o de la historia, del cine o de la política. No quiero fingir contigo, X, que eso es lo más importante para mí porque no lo es. ¿Qué te dije antes sobre las esencias? Te dije que no quería ser como esos hombres, pero sí tener el trasfondo que los caracterizaba.

Quería decirte que a veces amo la humanidad y otras veces la odio. A veces estoy agradecido de estar vivo y me late el corazón y brillo en mi soledad (brisa en las órbitas de mis ojos). Otras veces estoy empequeñecido y atormentado en una negrura patética que no comprendo (petróleo en el vórtice de mis venas). A veces me siento demasiado joven para entender mi vida, y otras demasiado viejo para mejorarla.

Quizás estoy obsesionado, X, con la idea de vivir como se debe vivir; de la mejor forma posible, la más intensa. Pero hay tan pocas respuestas cuando preguntas cuál es esa vida, qué debería tener, cómo debiese ser. Podría preguntarle a una trivia de facebook, o algunas de las personas que conozco. Lo más obvio, y lo más fácil, es decir que no hay respuesta correcta; que toda vida es diferente y por lo tanto, perfecta dentro de lo posible. Pero lo que resulta más fácil no siempre es lo mejor. ¿Se hubiese atrevido Einstein desafiar a Newton de haber sido un conformista? ¿Hubiese existido el arte moderno si Vincent van Gogh no hubiese malinterpretado el impresionismo? (como dijo Schama: cambiar landscapes por mindscapes).

Es verdad, X, no me creo ellos, ni quiero ser ellos. Pero si no puedo obtener inspiración de los mejores, ¿de quien la voy a obtener? No me refiero sólo a los genios indiscutidos, sino también a los marginales de los que te hablé hace un rato. Aquellos que están prácticamente fuera de la vorágine de la vida, de la actividad y el reto continuo, de la eficiencia y la batalla por triunfar/sobrevivir (en) el mundo. Los viejos, por ejemplo. O los campesinos, o los mendigos, o los animales, o las ballenas azules.

Hay vida en todos ellos, X, hay vitalidad y renacer, pero al mismo tiempo una fragilidad perenne, como todo lo que está a punto de extinguirse. ¿De qué me puedo tomar? ¿Me tomo de las biografías de los hombres más famosos? ¿Me tomo de los retratos en blanco y negro de los últimos yaganes? ¿Me tomo de la idea relativista de que sea lo que sea lo que escoja, todo estará bien si estoy conforme conmigo mismo? ¿Por qué, cuando la escribo, esa última pregunta parece una mentira?

No quiero responderte(me) nada. No hoy, al menos. Me gusta preguntar mucho y contener la respiración mientras imagino las melodías más tristes. Me gusta ser una víctima de mi propia incertidumbre, porque me ayuda a mantener la apertura necesaria para escoger bien cuando se presentan las opciones (o eso quiero creer). Me ayuda a estar listo y tenso, agazapado en mi trinchera por si el bombardeo comienza ahora y no queda tiempo más que para correr y saltar, correr y saltar, correr y saltar…

Porque estoy envuelto en todo lo que vivimos, X. Junto a ti, y a todos. Somos jóvenes y fuertes, el futuro es nuestro, y nadie nos preguntó si queríamos esa responsabilidad. Debemos ser como toros rudos, tirando la carreta en una pendiente llena de baches. En la cima podremos ver mejor el valle, si es que existe un valle desde el cielo. No puedo no quejarme, querida X, de todo lo que me pasa, porque también estoy agradecido. Y créeme que estoy consciente de la contradicción que acabo de enunciar. Hace tiempo acepté que estoy lleno de paradojas; que la contradicción me define y me alimenta; me impulsa, me llena y me vacía.

¿Qué puedo hacer esta noche, X? ¿Me dejarás abrir la ventana para esperar que el viento se confunda con la oscuridad? ¿Que el frío me haga estar atento y a la espera de la madrugada? Esto quiero por hoy: respirar la noche y penetrar en la oscuridad más pura de mis pesadillas; pensar que todo está bien y va a estar bien, que el camino es el correcto y no me voy a resbalar cuando intente llegar a la cima; mi carreta, X; mi carreta no se va a desbancar por la cuesta.

Y llegaré. Dime que llegaré y así puedo estar tranquilo. Dime que deje de preocuparme por las cosas que no entiendo, como se tranquiliza a los caballos antes de ponerles la herradura. Porque cuando bufo boto sangre de mis costillas, y me late el corazón como al borde de un infarto. Dime que voy a llegar, porque quiero creerte y estirar mis brazos hasta perderlos en la brumosidad. Quiero galopar por el campo y que el aire me reviente los pulmones de vida.

Quiero todo eso porque siento que la vida se me escapa de las manos, y no sé dónde hallar señales para volver a ser uno. No quiero desmembrarme ni perder el sentido de lo que te digo. ¿Eso no ha pasado, cierto? ¿Logras entender lo que quiero decirte? Es un poco confuso, lo sé, está todo desordenado y armado a la rápida, pero no voy a arreglar ni revisar nada; ésta es la forma en que se me ocurrió pedirte que vengas hoy a abrir el pestillo de mi ventana. No lo alcanzo, te digo, porque la madera es demasiado rígida en mi pieza.

Una vez que la abras podrías decirme qué ves allí. ¿Tengo que saltar? ¿Me quedo aquí? ¿Cómo se siente la noche una vez que el aire te golpea la cara? Te lo pregunto porque no sé bien qué significan esas frases; no sé qué es lo que debería hacer y tampoco está tan claro lo que quiero lograr. No he vivido lo suficiente. Sólo sé que estoy aquí y recuerdo cosas. Vidas y memorias, mías y de otros, incluso algunas inventadas, llenas de esquemas y bosquejos ambiguos, mapas borroneados e imprecisos. Me pierdo entre la multitud imaginaria que me rodea.

También afuera es poco claro. Está lloviendo y el metal se oxida rápido. No se alcanza a ver entre el vidrio y el infinito, por las gotitas que se quedan pegadas de color rojo entre mis ojos y el futuro. Atravesadas en mis nervios y mis sueños, a medio camino entre la euforia y la pena. Ayúdame a subir por donde baja la lluvia; a la negrura total de la noche sin estrellas. Ayúdame porque quiero ir arriba de esas nubes aunque sea a mirar por unos segundos el cielo despejado. Un salto gigante para asomarme arriba de la oscuridad y, como nunca antes, verlo todo iluminado con una claridad absoluta: el fiel reflejo de un millón de astros destellando el paraíso, y luego caer.

16.8.09

Texto agregado el 16-08-2009, y leído por 508 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
16-08-2009 un texto cargado de dudas filosóficas, de posturas frente a la vida, de la pregunta por el sentido en su más puro estado. Cuando las noches son vetustas y frías es cuando se acentúan las dudas, es cuando -como bien tu lo dices- uno quiere cruzar el cielo y cogerse de la estrella más cercana. fafner
 
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