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En el subterráneo de un lóbrego castillo, un genio que tenía mucho de loco y aún más de genio, experimentaba en lo que predecía que sería el invento más grandioso para la humanidad toda.

Ataviado como un médico cirujano y secundado por cinco ayudantes, extraía las cuerdas vocales de un cuerpo humano adquirido bajo cuerda dese la morgue de la ciudad. El occiso había sido un cantante de muy bajo perfil que pereció arrollado por el suntuoso coche de Edith Delagranparte, importante dama de la sociedad de Villaflancos. Como nadie hubiese querido inculpar a tan insigne mujer, dado que ella poseía un gran corazón y cooperaba en cuanta obra benéfica se realizaba en la ciudad, para evitar el escándalo y muchos malos ratos a la distinguida señora, se puso en movimiento un tráfico de influencias que terminó con el cadáver desaparecido de la morgue y llevado al castillo de Nostradimus, que así se llamaba el científico.

Ahora, Nostradimus cercenaba las cuerdas vocales del malogrado cantante y luego las colocaba en una caja que poseía una serie de mecanismos y fuelles en su interior. En su rostro se dibujaba una intensa alegría, ya que lo que ahora ejecutaba, era un sueño que se había forjado desde que estudiaba en la Escuela de Cirujanos de Villaflancos. Quienes eran sus ayudantes, acezaban y sonreían, producto de la exacerbación que les provocaba el ser testigos de tan importante experimento.

Pues bien, una vez instalado el aparato y encendidas todas sus lucecitas, Nostradimus accionó una palanca y el artificio comenzó a vibrar. Después, el científico loco realizó una serie de complicadas operaciones hasta que se hizo audible una voz de tono fantasmagórico, que comenzó a canturrear una melodía reconocible:

“Vamos juntos a bailar,
vamos juntos a cantar,
la vida es bella y amable,
vamos linda a disfrutar…”

Se trataba de una tonada muy popular por aquellos días, pero escuchada por esa voz distorsionada, se tornaba escalofriante. Sin embargo, el científico saltó y bailó al ritmo de la melodía y sus ayudantes hicieron lo mismo.

Lo que nadie esperaba que sucediera, ocurrió en ese mismo momento. La voz, interrumpió su canción y dijo, de modo terminante:
“¡Edith Delagranparte terminó con mi vida! ¡Ella debe ser arrestada y juzgada!”
Nostradimus apagó de inmediato el aparato y un sudor frío perló su amplia frente. Considerando que había tenido éxito en su experimento, trató de cambiar las frecuencias que permitían la resonancia de la voz, mas, ésta parecía determinada por una sed de justicia.

Transcurrido el tiempo, Nostradimus había sofisticado de tal forma su invención, que ahora la voz del fallecido cantor se escuchaba nítida y sin esas deformaciones de ultratumba. Entonces, Nostradimus pensó que era hora de dar a conocer su invención. Para ello, convocó a los más connotados científicos del orbe, a toda la prensa escrita y hablada y también a la televisión.

Reunido lo más granado de la sociedad de Villaflancos y con invitados de las más reconocidas potencias, el científico, elegantemente ataviado con un traje de buen corte y luciendo una humita negra sobre el cuello blanco de su finísima camisa, levantó una pañoleta azul que cubría la caja aquella –que ya no se parecía en nada a la rústica cajuela del primer día- y pidiendo respetuosa atención, oprimió el botón de encendido y la maquinilla se llenó de luces de colores. Después comenzó a manipular un teclado y de inmediato se escuchó la voz clara del cantante fallecido:

“De amores nadie se muere,
Eso lo dijo Polonio,
Mujer en el lecho, piano en el alma,
Cantando y amando en la vida,
Hasta que anochezca, amor mío…”

Nadie reconoció la voz del cantante, que además había sido mejorada por un complejo sistema de ecualización.

Una vez que hubo finalizado el canto, Nostradimus mostró a todos las cuerdas vocales dentro de la cajuela y con su voz inflamada de pasión, expresó:
-“Lo que ustedes han escuchado, es la voz de un difunto. Gracias a este invento, podremos preservar las voces de los más ilustres personajes, los célebres cantantes continuarán entonando sus gloriosas melodías con su propia garganta y si se desea, mediante el manejo experimentado de esta máquina, ustedes podrán componer sus propias melodías, entonadas por el cantante difunto que se desee poseer en su “cuerdoteca”.

La noticia se esparció por el mundo cual si fuese una pandemia. Todos querían conocer al importante científico, que con su invento, pronosticaba una revolución total en el mundo fonográfico. Esto dio pábulo para que los cantantes ofrecieran al mejor postor sus cuerdas vocales, las cuales serían entregadas al asignatario, una vez fallecido dicho artista.

Nadie comprendió nunca el motivo del repentino enloquecimiento de la señora Edith Delagranparte. Ella, poseedora de una cuantiosa fortuna, quiso ser la primera en adquirir el invento. Por lo tanto, se adjudicó por una cantidad importante, las cuerdas vocales del difunto cantor que ella misma había atropellado. La gente la envidió en su momento, pero cuando se supo la noticia de su locura, todos movieron sus cabezas en señal de consternación.

La vivienda de la millonaria quedó abandonada por mucho tiempo, hasta que un día fue vendida a un acaudalado hombre. En medio de la soledad de la enorme mansión, se escuchó de pronto una voz furiosa, que reclamaba:
“¡Edith Delagranparte terminó con mi vida! ¡Ella debe ser arrestada y juzgada!”








Texto agregado el 16-08-2009, y leído por 283 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-08-2009 genial,atrapante,bien narrado.Ningun crimen queda impune,verdad?.********* shosha
 
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