COMO HACER FUEGO EN
MAR ABIERTO
La noche en que salté desde la cama para huir corriendo después de resbalarme por las sábanas, tú te habías quedado inmóvil finalizando el polvo. Los ojos grandes de mi madre volvieron a abrirse en la pared del cuarto, Sabina se colgó de mis oídos con el son de “ya eyaculé”, y la linterna luz-azul del celular no prendió.
Después de estar sentado sintiendo, desde alguna parte de mi espalda, como terminabas de enfriarte, mis manos se empeñaban en hacerle un nudo al jebe, envolverlo en papel higiénico y tener suerte con la puntería.
Alguna vértebra mía también llegó al tacho de la basura, tu labial se pegó entre mis dedos, mi tobillo hizo un tango en soledad y termine de culo en el piso.
Te juro que quise quedarme contigo, o irme contigo si eso te hace sentir mejor, te prometí tantas cosas que no recuerdo muy bien, pero ya no importa, tú no las escuchabas, y yo… yo no las podría cumplir
La noche en que salté por la ventana, limpiándome los dedos en la cortina, para ver si así dejaba tus fluidos encerrados contigo, supe que me quedaría para siempre sumergido en el masturbable olor de tus flores abiertas para mí, como bocas rojas que se descolgaban todas desde el mismo aliento, abiertas para la última boca sedienta, abiertas para mi ultima boca amatoria.
La primera hora de clases, te desee como todos los días, pero con el temor incendiario de no poder incendiarte, temor a que te quedes quieta al final del polvo, temor a que me mires por segunda vez a través de tu frigidez absoluta.
Te miré…
Parada contra la puerta del parnaso
En tu cuello de mármol latiente
cincelé mi beso
y como golpe en un Iceberg
terminé hundido entre tus mares
empobrecido por mi calor congelado
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