Cuando la Andreita dijo acepto, ante una audiencia emocionada y en conjunto con el sacerdote que pudo verla pasar por las santidades de sus confesiones, así como por su primera comunión y confirmación, nadie imagino de lo que era capaz de hacer o decir, tan tímida y tácita mujer, delgada, con la palidez del mantel de la iglesia y el rostro de cansancio constante.
Tampoco sospecharon y menos se percataron de todo cuando esa misma noche entre el baile, la comida y la bebida al novio le vino una extraña “crisis de pánico”, según lo que el médico tuvo bien en diagnosticar, puesto que al verla bailar tan bonito junto al primo aviador, ojos color piedra de río y cuerpo de isleño, le hicieron patear sillas, suegra y hermanos.
Se abalanzó contra ella rojo de la cólera, una cólera más grande que la del pélida Aquiles, gritando y puteando a quien se le cruzara en su camino, que ya todos conocían.
-¡Puta de mierda!- Gritaba mientras empujaba a algún tonto valiente que quiso detenerle.
– ¡Maricona barata, que te atreves a cornearme en mi noche de bodas, si hasta te haces la huevona haciéndote la que no mata ni una mosca, mientras tanto le mueves el culo a tu primo!- gritaba enfurecido hasta llegar finalmente hasta donde ella estaba, solo haciendo una pausa para respirar y limpiarse la saliva que le colgaba de la boca. - ¡A tu primo!
La Andreita parada en el centro de la pista no movía ni un solo músculo, solo se mordía los labios y roja de la vergüenza no le soltaba la mano al primo aviador, miraba como el novio vestido de pingüino se resoplaba esperando alguna clase de respuesta, quien sabe que pensaba, ella repasaba en el entretanto el recuerdo de las palabras que solo hace algunas horas atrás el mismo había dicho, donde le juraba amarla y respetarla por sobre todas las cosas. En eso estaba su cabeza cuando el tiempo pareció pasar más rápido para el novio quien sin pensarlo mucho alzó su mano con ruta directa a la mejilla de la Andreita, que ya estaba roja en la previa de la vergüenza, se le figuro el recuerdo de las veces que repudiaba a la mujer que aguantaba el maltrato y que callaba ante la mano en alto. Sin embargo parecía congelada en el espacio y solo atinó a soltarle la mano a su primo y caminar de espaldas hacia la torta de los novios, hasta ahí estaba su límite de huida cuando el pingüino la alcanzó, levanto la mano suya y con fuerza le detuvo la mano y con la misma calma que feligrés a comulgar, se lo acerco al pecho donde su corazón latía con la fuerza suficiente para que él la escuchase, se giró con él en el pecho y mirando la torta rompió una copa, de las del brindis, y le susurró al oído.
-Mira maricón de mierda, tu a mi no me tocas.- resopló acercándole cada vez más la copa rota al estómago y agregó. –Tú no me lastimas, porque no sabes de lo que soy capaz, si tú me pegas aquí y ahora, te juro por el santísimo que no me importaría pasar mañana del blanco al negro para tu funeral cabrón, porque tú me pegas hoy y yo te juro que te mato.
De lejos los invitados veían como ella lo tenía en su regazo mientras con una mano le acariciaba el pelo y con la otra, sin que nadie le viera, el apretaba la punta de la copa contra el estómago. Comentaban entre ellos; “Pobre Andreita, venir a tocarle pasar tamaña vergüenza acá delante de todos, solo por un baile… y con el primo todavía”, otra señora a lo lejos decía; “Pero tan propia ella, que le abraza y le da todo su cariño, cuando el jetón le quiere dar de puños”.
Ella no temblaba más que él, sin embargo no permitió que se le alejara y recuperando su calma habitual resopló y besándole la frente le dijo:
-Ahora mi vida, ¿no te parece que mejor te vallas a dormir esa borrachera?
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