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Los fantasmas no existen (Puro cuento)

Mentiría si les dijera que padecía de alguna necesidad económica. Mis padres son indecentemente ricos y mi casa es lo suficientemente amplia para tener un estadio de futbol y veinticinco habitaciones que sirven de lobby, oficina, bar, cocina, sala de música, salón de baile, etc. Sin embargo, existía algo que no me dejaba disfrutar como antes de los bienes que poseía, se había apoderado de mí una especie de infelicidad nunca antes descubierta.

Lo siento señores, pero ha sido todo por hoy, espero que hayan disfrutado de su estancia por esta su casa, dije a mis invitados y me bebí el fondo del vaso con vodka y tonic, que me supo amargo más que otros días, y acompañe a mis estimulados amigos hasta la calle.

A punto de cerrar la puerta, atrajo mi atención la espalda encorvada de un anciano que barría la acera, me acerque mientras él continuaba barriendo sin voltear, le apreté el hombro por encima de su camisa ajada, pero él seguía barriendo sin inmutarse, entonces, le pregunte quién era. Volteó la cara y una sensación de frío me recorrió los huesos. No es que fuera un espectro, era real, pero tenía la cara arrugada como la cascara de una nuez de nogal y debajo de sus ojos hundidos color del mar turbio, una nariz larga y deforme como un demonio de ilustración de Gustave Doré.

No pude evitar dar un salto atrás, pero el viejo no dejaba de mirarme, me estaba reclamando con los ojos, luego se dio la media vuelta y se marchó. Yo me quedé pasmado y no le seguí, no tenía ningún derecho a seguirle. Regresé a mi oficina y me quedé un rato pensando en quién era este viejo.

Me dormí sobre una mesa y me despertaron los ruidos de las teclas del piano azotadas por una tranca o algo similar. Salí corriendo a ver el que tengo en la sala de música, pero estaba cerrado y sin huellas de que algo hubiera ocurrido. Levanté la tapa y toqué algunas teclas, sin duda los sonidos que escuché provenían de algo muy parecido al de mi piano, esto ya ha ido demasiado lejos me dije, es momento de comenzar una verdadera fiesta, y me puse a fumar coca hasta que vi salir, meterse, salir y volver a meterse al sol del lado oscuro del planeta, durante ese tiempo ningún ruido me perturbó.

Desperté en la grada cinco de mi estadio de fútbol (una vieja pasión de mi adolescencia) recordando los partidos, desnudo con mis amigas, el único vestido era el árbitro que servía los tragos y no marcaba las faltas, me castigaban llevándome al centro del campo y me acostaban boca arriba, una por una venían a montarme hasta que me dejaban hecho una especie de raíz en la tierra abonada con LSD.

Alguien está golpeando de nuevo las teclas del piano, me fui corriendo en busca del responsable de ese sonido infernal, el sonido se hacía cada vez más intenso a medida que me acercaba al cuarto donde tengo mis instrumentos musicales. La puerta está cerrada con llave, el sonido provenía de adentro no cabe duda, golpeo con fuerza la cerradura hasta que cede y se abre la puerta, el sonido desaparece por completo, el piano está abierto, tampoco veo mi guitarra roja y la ventana que da a la calle está abierta, alguien estuvo en la habitación y salió corriendo cuando me escuchó golpear la puerta.

Tomé el teléfono y llamé a mi padre. ¿Que pasa hijo? Alguien se ha metido a mi casa, necesito de tu ayuda. Estaré ahí en unos minutos, tienes una pistola cargada debajo del bar, no dudes en usarla. Fui corriendo en busca del arma pero no estaba (ese “alguien” debió tomarla) de pronto escuché que tocaban la puerta, pero era nadie. Adiós, yo no entro ahí de nuevo, viene un Mercedes negro que casi me arrolla, es mi padre.

¿Pero qué pasa hijo? Hay alguien en la casa, creo que deberíamos llamar a la policía. No hijo la policía no, tú no te enteras porque vives bajo la protección de tu familia y esta casa, pero afuera hay una guerra, y los policías de hoy suelen tener dos trabajos, uno de día y otro de noche, una vez que se adentren no se irán jamás, regresarán una y otra vez a sacarte dinero, algunas veces uniformados, otras encapuchados y habrán veces en que no los veras. Entonces acompáñame pero te aviso que no encontré mi arma. Aquí tienes otra hijo, cuantas veces te he dicho que las armas son como las mujeres, hay que tener más de una, lo sabes bien, iré por delante si te parece.

Después de recorrer gran parte de la casa llegamos al cuarto de música. Es como si alguien estuviera burlándose de mí, aporreando las teclas del piano. ¿Es todo? Solo eso papá. ¡Cabrón! ¿Hace cuánto tiempo que no limpian la chingada casa? ¿Y los gatos? Se largaron todos ¡No chingues! ¿No ha quedado ninguno? Ninguno. ¿Y Marianito? Se ha regresado a su pueblo. De cualquier manera parece que no les pagaras para que la mantengan limpia. Seguramente andas en otra de tus chingadas crisis, es por esa puta madre que te metes. No seas pendejo, esas madres son de gente que no se anda con mamadas. Igual y te están dando veneno para ratas.

¡Vamos John! El verdadero poder no lo tiene el dinero, ya quisiera yo ver qué haríamos los ricos si los pobres se negasen todos a obedecernos. No hijo, el poder no está en el dinero, el poder lo tenemos en las mentes que hemos sugestionado, no permitas que te controlen, esa es la más alta traición a nuestra clase, nacimos para dominar. Consume lo que quieras pero no permitas que te controlen, no tengas miedo de fantasmas, los fantasmas no existen. Sabes John que no me gusta verte así. Está bien papá contrataré a cualquiera para que arregle y dejaré que pase algún tiempo.

Eso fue lo que hice, a la mañana siguiente conseguí una familia entera que sin pensarlo dos veces se traslado a vivir a mi casa. Esa noche para alejarme de todo tomé un avión y me fui a Las Vegas, donde aposté hasta que gané un poco más de lo perdido y después me fui a un motel con una hermosa rubia que cambiaba fichas en el casino.

De camino a la costa en un Jet, pensaba que el viejo tenía razón, no hay que hacer mucho caso a los nervios. Recordé que me quedaba un Albert Hoffman en la billetera, me lo puse debajo de la lengua, cuando aterrizamos me metí a un cine y vi una película alucinante, después comí langosta y entré a un lindo bar de jóvenes con pelos de colores, donde en un baño volví a hundir mi pelvis en otro pubis, para variar olvide usar condón. Continué alucinando con la música electrónica y los neones, terminé en la playa con unos cuates a toda madre. Los colores del amanecer pueden hacer que te rechinen los dientes. De vuelta en el avión me la pase durmiendo.

Ahora que regresaba a mi casa tenia curiosidad por ver como se veía limpia de nuevo. La familia que había contratado había hecho un buen trabajo y todos estábamos felices. Disculpa John pero ha estado viniendo un sujeto que dice venir a reparar el piano, no lo hemos dejado pasar. ¿Cómo dices que es? Pues un viejo algo encorvado, no levanta mucho la vista cuando habla, pero eso si, me dio a entender muy claramente que venía a reparar el piano, desde luego que no lo dejé entrar. Hiciste bien, no tengo idea de quién podría ser. Después, ya solo, me asaltó la idea de que podría ser el mismo viejo que hace algunos días me puso los pelos de punta en la puerta de la casa.

Esa noche tuve un sueño igual de extraño que mi vida: Volví a escuchar azotar impacientemente las teclas del piano, tampoco encontré a nadie, decidí entonces que era el momento de llamar a la policía para que encontrara al tipejo que me había estado asustando con quien sabe que propósito. Minutos después llego la policía y con ella venía aquel anciano que para entonces se había convertido en una especie de raíz con forma de gnomo. ¿Qué hace este tipo acá? Está buscando a un niño perdido, el piensa que podría estar aquí, muy bien busquemos al intruso, dijo el policía. Tres horas después de recorrer la casa de punta a punta en busca de aquel desconocido continuábamos igual. ¿En donde dices que has estado escuchando los ruidos extraños? En la sala de música, en el piano. Pero si el piano está intacto ¡míralo! Incluso está lleno de polvo.

Como si estuviera viendo una proyección de fotografías, las imágenes comenzaron a pasar por mi cabeza, veía sangre por todos lados, un niño muerto y lleno de sangre, y era yo quien lo estaba descuartizando para guardarlo en el interior del piano, sentí nauseas. ¿Sucede algo señor? quizá algo que debamos saber. No, no lo creo. Pues no se ve usted nada bien, dijo el otro policía. ¿Qué es lo que ha hecho señor? Insistió. No lo sé, en verdad no lo sé. ¿Es posible que no sepa lo que hace? Es posible. ¿Y Para qué nos llamo entonces señor? Pues ya les he dicho que alguien está tratando de asustarme para quién sabe qué fin. Me temo que volveremos señor, usted ha hecho algo muy malo y nosotros lo vamos a averiguar. Haga usted lo que quiera, pero dígame ¿Cómo demonios está tan seguro? Es muy sencillo señor, los fantasmas no existen.

Esa mañana decidí abandonar a mis fantasmas para siempre, después de observar por un rato a un vagabundo me puse a divagar por la ciudad confundiéndome entre los jornaleros que a diario suben y bajan, semana a semana, de los camiones de esta ciudad, llena de drogas y endrogados. Cuando llegué al final de una carretera levanté el dedo en señal de pedir aventón, rato después una camioneta destartalada color de la flor del flamboyán se detuvo.

Mientras viajaba sin dinero y sin más equipaje que lo puesto, podía sentir cómo se alejaba de mí ese dolor que infringen la ciudades sobre los sujetos, ese poder que impide nacer a las ideas, embrutece y reduce a los “ciudadanos” a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos. De alguna manera comprendí que yo también me había convertido en un asesino de hombres y mujeres, vamos, no te hagas el tonto, que no hay mayor crimen que la injusta repartición de la pobreza y la riqueza.

En general fue bastante duro, pasé varias noches en plazoletas y parques, cargué cajas, repartí volantes, limpié aceras y arranqué las hierbas, me enfermé de los pulmones, me atacó un perro, fui detenido varias veces, incluso por recostarme en la vía pública, pasé hambres, lluvias y toda clase de tristezas, al final de una montaña hallé una mujer como nunca se dio en las mujeres de mi ex -clase, de la que sigo enamorado y perdido, tenemos cinco hijos que no saben mucho de mi pasado, si acaso que soy el dueño de un enorme albergue para personas sin hogar; ocho nietos y muchos animales, árboles, flores y frutos, porque vivimos en el campo, donde hay una gran cantidad de carencias pero nadie está tan enfermo como en las ciudades. Casi todo lo que temía vivir lo viví por aquí, y todo lo que temía perder lo encontré por acá. Nunca más volví a saber de aquel barrendero que me dio tremendo susto, nunca más. Poco tiempo antes de que falleciera mi padre, me contó que había sido él quien había mandado a reparar el piano en mi ausencia.


Capitulo II

Esa Mañana

Después de despedirme de don Melchor, Blanquita y sus niños, me fui caminando hacia la calle poseído por una extraña entereza que se había apoderado de mí. Los titulares de los diarios anunciaban que los Estados Unidos habían invadido el norte del País: Baja california, Sinaloa, Sonora, Monterrey y Tamaulipas, habían sido tomados por soldados de su ejército.

No tardé mucho en encontrar a un vagabundo que comencé a seguir de puro gusto hasta darme cuenta que había llegado a un mercado de gentes apuradas en bajar y subir cajas de unas camionetas destartaladas. Ahí se detiene nuestro vagabundo, ahora encuentra en la bolsa del pantalón un cigarro a medio fumar, lo enciende y sigue caminado. Una perrita negra sale corriendo de atrás de un tacho de basura y lo sigue, yo también le sigo. Las calles están de fiesta, las señoras conversan a gritos, los maridos beben cerveza, niños flacos y harapientos corren y saltan por todos lados, suenan canciones, hay una hablando de un tipo esperando el día que lo quieran.

Por seguir al vagabundo he caminado veinte cuadras, hemos llegado a la orilla de una carretera, ahora esta silbando, ahora se detiene a levantar el pulgar en señal de pedir aventada ¿Viejo a donde vamos? Pero no me responde, así ha transcurrido el resto de la mañana, hace calor, pero eso al tipo del saco polvoso no parece importarle. ¿A dónde va este sujeto?

Mucho, pero mucho tiempo después una camioneta destartalada color de la flor del flamboyán se detuvo a preguntarnos a donde íbamos, pero el vagabundo no le contestó, solo se quedo mirando. A donde sea hermano, le respondí. Yo creo pensó que estábamos huyendo de algún peligro porque nos dejo subir a la camioneta ¿Podríamos llevar al perro por favor? imploró el viejo mientras subía. Así que hablas re- cabron, pensé pero no lo dije. El vagabundo subió adelante y la perrita negra subió conmigo en la parte de atrás de la camioneta.

A medida que avanzábamos el calor se disipaba. Esté no era un día gris, la furgoneta surcaba el viento haciendo que el aire aligerara las penas. Después de unas horas el sol de la tarde agonizaba en carmín para dejar paso a una luna turca con un cielo estrellado.

Cuando al fin se detuvo la camioneta nos pregunto el conductor ¿A dónde van ustedes? Ninguno dijo nada. El vagabundo volteo a verme y dijo. Ya veremos. ¿Estarán bien? Volvió a preguntar el chofer mientras me miraba, estaremos bien le conteste en automático. Ni el bien ni el mal eran parte de la agenda. La perrita bajo de un brinco y nos pusimos a caminar. “Martina” así se llama la perrita, cuando la encontré estaba perdida, al parecer su antiguo dueño la echó a la calle por que se había preñado de un perro callejero, fueron seis los cachorros, estaban hermosos, dijo el vagabundo.

Después de un par de esquinas llegamos a la plazoleta de aquel pueblo desconocido, tampoco se me ocurrió preguntar en donde estábamos, había una procesión de personas de blanco que caminaban con su terno. En la banqueta habían señoras torteando maíz en el anafre, dulces de guayaba y cacahuate, unos pasos adelante. “La Gloria” tenía las puertas abiertas de par en par para los desconocidos, así que entramos por una cervezas, ahí me contó Remigio, que para esas horas ya sabía que se llamaba Remigio Contreras, que Martina era el animal más fiel que había tenido, que hace más de doce años que lo sigue, entre miles de lluvias y algunas separaciones involuntarias, como aquel día en que unos sujetos se los llevaron a la fuerza, el mismo día en que fue a visitarlos el señor presidente, “no vaya a ser que se manchase la mirada con fealdades del paisaje”

Remigio no hablaba tan poco como parecía y no era nada ignorante como pude pensar en un principio. La perrita se pasó rondando de mesa en mesa en busca de sobras con éxito regular. Después de asegurarnos de estar bien pedos buscamos un lugar donde pasar la noche, eso aconteció a escasos metros de la cantina sobre unas bancas de la plazoleta, donde una orgullosa procesión paseaba un santo con vestido color morado, que en nada agradó a Martina que ladro hasta poner inquieta a la gente. Deja de joder Martina, los hombres no somos tan sabios como los perros, dijo Remigio. Sonaron petardos y en el cielo había luces de voladores, mientras la gente cantaba al ritmo del himno nacional de España “Somos cristianos y somos mexicanos, guerra, guerra contra Lucifer”

Milagrosamente después de algún tiempo la gente fue retirándose hasta dejar la plazoleta vacía, salvo por las siluetas dantescas que dormitaban sobre las bancas Esa noche unos fantasmas visitaron a Remigio, se le metían por los dedos de los pies y después de un rato eran expulsados en forma de tosidos. Y esa fue mi primera noche lejos de todo, recuerdo que estaba soñando con un tipo de ritual onírico de hashis en el Medio Oriente, ahí por las arenas de los árabes, una voz doliente lamentaba la caída de Babilonia en manos de los infieles. La noche era negra, porque la luna era el filo de una espada vengadora para los hijos de Alá. Tosidos, Martina vigilaba en silencio. Primero sientes un frío entumecedor, después cantan al mismo tiempo todos los gallos, así amanece en este lugar.

Me desperté con un repentino dolor de muelas, recordé que hace mucho tiempo olvide ir con el dentista. Remigio ya está de pie bajando naranjas de un camión ¿? tengo hambre, que tal, buenos días y me pongo a bajar naranjas, un bigotudo que parece ser el dueño del camión me mira pensativo. ¿Cuánto tiempo más haremos en este pueblo Remigio? Nos iremos esta tarde. ¿A dónde? A donde vaya este camión. ¿Y a donde va este camión caballero? Vamos a Santa Esperanza, esta es mi oportunidad pensé, si usted me alcanzara a comprar aspirinas, sabe, es una muela que lleva aguantando con vida demasiado tiempo. Por la salida hay donde comprarlas, si vas con nosotros puedo llevarte, yo asentí con la cabeza y las muelas. El camión de las naranjas era enorme, ve tu a saber cuántas naranjas le cabían, cuando terminamos de bajarlas el chofer se despidió de una señora que contaba las naranjas que bajábamos, luego encendió el camión e hizo el ademán con el que usualmente uno entiende que debe subirse o lo dejan. Les daré cien pesos a cada uno por ayudarme a cargar y descargar el camión, ¿van o se quedan? Necesitaba demasiado esas aspirinas y Remigio no dudó un instante en abandonar aquel poblado de procesiones. Por indicaciones del conductor del camión, Martina se tuvo que quedar encargada con la señora cuenta naranjas, ella dijo que no había de que preocuparse y que podríamos pasar por la perra cuando quisiéramos. Remigio se puso muy triste y no lo escuche hablar más.

¿Qué hace usted por aquí? Me pregunto el conductor del camión, que para esas horas ya sabía que se llamaba Eliades. Bueno, eso ciertamente no lo sé, pensé un montón de pendejadas que no le dije y luego dije en tono mamon ¡la verdad no sé qué hago por aquí! Esta usted entonces confundido, me dijo. Menos que eso “Empiezo a conocerme, no existo.” Hombre, usted exagera. Tan solo un poco, dije en tono de licencioso literato, piense usted lo que significa una simple vida don Elidades, es claro su enorme valor para los vivos, pero es tan solo un accidente, la excepción que confirma la regla muerte. ¿Pero qué cosa es la muerte, hombre, no ha pensado usted vivir la vida un poquito? Pues eso sí. En tener una esposa, hijos. ¿Qué te hace pensar que no la tengo? Usted dijo que no existía. Mira que cabron me salió este, seguramente a un torturador de peso completo se le hubiera ocurrido algo brillante que responderle, pero a mí no. Mira en donde viene uno a sentirse vivo. Tal vez el mundo estaba cayéndose a pedazos pero yo tenía mi propia historia y solo eso me importaba.

De pronto el camión se detuvo al frente de una casita de paja, yo me baje del camión porque dentro de la casita había una viejecita sin dientes detrás de un mostrador de cristal con medicinas estibadas. Unas aspirinas por favor, y me vendió por diez pesos una tira de pastillas de paracetamol de la marca Seguro Social, después pensé que tengo que ir con el dentista. Dentro de la tienda había unos diarios estibados anunciando que ya eran cincuenta mil los muertos en el campo de batalla. Tabasco, Veracruz, Yucatán, Puebla y el Distrito Federal habían sido tomados por los “marines” del vecino del norte. Por un televisor que había en la tienda me pude enterar que los Estados Unidos anunciaban que venían en son de paz para ayudar a nuestro Gobierno a combatir el narcotráfico. Las asociaciones de empresarios, los legisladores, la Suprema Corte de Justicia, el Presidente con todo y su gabinete y los Gobernadores de los estados, anunciaban públicamente su adhesión incondicional a las acciones militares de los Estados Unidos, y pedían a la sociedad que no interviniera con las actividades militares. Pero lo cierto es que la gente pobre de las ciudades invadidas se había volcado en masa para formar barricadas, impidiendo con esto un mayor avance del ejército extranjero.

Después de muchas horas de viaje al sur y cuesta arriba de la montaña llegamos a una casita de madera -unas chivas balan al vernos pasar- La casita estaba arreglada con muy buen gusto, adornada con plantas y con cortinas de bambú, al centro había una mesa de madera. Eliades tienes una buena mesa le dije. Y un buen ron, me contesto. Al fin volví a escuchar la voz de Remigio: ¿Donde pongo el saco? Esa noche Eliades nos presento a su hija Noemí, y nos bebimos el ron y nos contó que hace más de quince años que vive ahí recogiendo naranjas y bajando a venderlas al pueblo.

Noemí es muy graciosa me recuerda a una novia que tuve cuando era estudiante, es menudita y tiene una mirada dulce, además de unas grandes caderas. Podría decir que estoy a gusto en esté sitio. ¿Estas estudiando? Le pregunte –Ella leía un libro- Estudio la secundaria en Asunción, un pueblo cercano a unos cuantos kilómetros de aquí. Y entonces me pareció que era hermosa como la noche lluviosa que deja un olor a tierra mojada en el campo. Después de unos cuantos tragos Eliades roncaba desparramado sobre la hamaca y Remigio quien sabe donde estaba. Noemí me miraba con ojos de gata, yo estaba totalmente perdido por la hija de nuestro bienhechor. Como si fuera cosa de algún amigo demonio también había parado de llover, así que nos internamos entre los árboles de copas inalcanzables, y entre besos adolecentes y caricias saladas nos resguardamos junto a un enorme tronco y ahí, aunque todo estaba mojado, prendimos un hermoso fuego, y yo me sentía en perfecta comunión con el universo.

A la mañana siguiente subimos todavía más arriba de la montaña para recoger naranjas en medio de otro aguacero. Es la única forma explicó Eliades, mientras manejaba, aquí no para de llover en semanas y necesitamos gasolina y leños para hacer fuego. Llegamos hasta un enorme huerto de naranjas, camine unos cuantos pasos y ya estaba empapado de nuevo, recordé inevitablemente esa pulmonía fulminante de la que tanto hablaba mi madre y que ha matado a tantos desconocidos míos, pero no me importó.

Luego todo me pareció una enorme confusión, en unos momentos estaba completamente solo y bajo la lluvia, caminé hasta que me dolieron los pies y solo habían arbustos y malezas a mi alrededor, ruidos de monos y pájaros, insectos y piedras, la lluvia no se detenía, no encontraba la camioneta, ni a Elídales, ni a Remigio, solo el recuerdo de Noemí me acompañaba. Había comenzando a desesperar ¿Se habrán enterado y por eso me dejaron aquí?

Un par de caídas y muchos litros de agua después, al fin llegue a un terreno escampado lleno de hongos y esporas, de cansancio me deje caer al piso, que erá un enorme charco, y estoy a punto de convertirme en una raíz o en un gusano. Estoy sediento así que bebo un poco de lluvia agradablemente dulce. Así pasó un largo tiempo hasta que de pronto escuche unas voces a mi alrededor.

Take the brown mushroom, oh sheet look at this, its so fuking good. Al parecer nadie había notado mi presencia cuando me levante del piso, imagínate un tipo lleno de lodo que sale de entre las malezas, uno de ellos pego un grito ensordecedor Arrrrrggggggggh, cuando me vio levantarme. Dont make me hurt please! Grito otro de ellos que también estaba desprevenido cuando me vio salir. No hacer daño please, ahora me dice una rubia regordeta de unos treinta años. Bueno pues qué demonios les pasa, no pienso hacerles daño, estoy perdido en medio de esta selva ¿No han visto pasar una camioneta con dos sujetos a bordo? No entender que mucho tu decir. Oquei forguedit les dije ¿Uat are duing jir? Is very denyerus for uds my friends. Oh, we have days recollecting mushrooms ¿Do you like mushrooms? ¿uds dont know about war? What are you saying, what war? Oh, oh, algo me dice que estos están peor que yo. Estos amigos venían del mismísimo imperio de las guerras, las transnacionales, el neoliberalismo y la “globalización” Un tipo rubio, con pinta de bonachón saco de un frasco con miel unos cuantos hongos y me los dio para comer, dudé pero solo un instante y me los metí a la boca, estaban dulces, sabían a miel y a humedad. Las chicas del grupo recolectaban hongos del suelo y los ponían en una bolsa que les colgaba del cuello. Las setas tienen un sabor húmedo y dulce, los de esta zona brotan de los mojones del ganado y los caballos.

De pronto he vuelto a sentir que el mundo es un lugar mejor donde todo encaja perfectamente ya que todos somos parte de algo, las rocas respiran, todo tiene vida, no hay necesidad siquiera de creerlo mucho menos de demostrarlo, la única verdad se me demuestra de súbito en esta selva.

Una nueve idea me asalta ¿Esté es mi fin? Un extraño recuerdo viene a visitarme ¿Que habrá sido de Marcela? Que habrá sido de aquella mujer. Creo que nunca saldré vivo de esta selva ¿Habrán fieras cerca? La idea de ser comido me atemoriza, aunque reconozco que sería algo justo tomando en cuenta la cantidad de animales que habré comido yo también. Pienso que no me dolerá tanto, saldrán mis tripas al aire con la primera mordida, luego me desangrare y finalmente mi cerebro dejara de funcionar, nada de mí se desperdiciara, seré excremento y luego flor, luego un poco de aire. El sol ha comenzado a perder su brillo, el aire es frio, menos mal que ha parado de llover, veo una pequeña luz a lo lejos, parece un potrero, espero que haya alguien que me indique el camino, veo humo y huele a café.

¿Qué haces aquí paisano? Pasa, te vas a congelar, hay café caliente sobre la mesa. Se me hace que serás el primero de muchos que vendrán. No lo entiendo. Para cómo van las cosas los indios acabaremos adentrándonos más al interior de estas montañas,así lo hemos hecho durante siglos para sobrevivir, lo hicimos cuando llegaron los europeos, y volveremos a confiar en que nos salvaran las dificultades del terreno. El invasor siempre es numeroso pero se tropezara con una naturaleza abrupta y enriquecida. Tomé el café y me desplome al suelo en un sueño profundo.

De pronto estoy de nuevo en casa de Eliades, Remigio está ahí sentado junto la mesa jugando cartas con Eliades, no se han percatado aún de mi presencia. Busco a Noemí pero no la encuentro, tampoco están sus cosas, hay alguien acostada en su cama, me acerco para descubrir que es Marcela ¿Qué demonios haces aquí? le digo. Pues supongo que es alguna coincidencia, bien te dije que me iba. Bueno en todo caso será una ilusión de coincidencia ¿Pero cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo has llegado tú? No lo sé. Entonces yo menos ¿Qué buscas? ¿Que buscas tu? Eres un espejo. Eres un espejo ¿Cómo es posible? ¿Cómo lo es? ¿Entonces eres Noemí? No, no lo soy, pero tal vez lo fuí en otro tiempo y lugar ¿Conoces a Remigio? Es posible que conozca algún Remigio ¿Cómo llegaste hasta aquí? Pues parece que has llegado al precipicio más hondo de tu vida, al fin lo lograste, yo he venido a despedirme, esta será la última vez que nos veremos tal cual, parece que iras a un lugar lleno de vació. Siempre supe que eras una diosa, abrázame, quiero que me abraces mientras bajo a los infiernos, fuiste mi razón de todo Marcela, Siempre estuviste ahí, yo no podía acercarme a ti sin derretirme como saborin, éramos tan iguales y nos veíamos tan distintos ¿A dónde crees que vas John Víctor? No lo sé, solo me voy. Te la pasaras buscando lo que crees que no estás buscando, pero te entiendo Víctor, no creo que nadie esté preparado para vivir con alguien más, pero se puede aprender, digo si quieres aprendes, siempre se puede aprender de los demás, dicho esto desapareció de la habitación. Ahora yo estaba acostado en la cama, sudando como en un sauna. En la habitación contigua Remigio y Eliades jugaban cartas sin inmutarse, bebiendo ron como piratas, cuando al fin se percataron de mi presencia Eliades me dijo ¿Que te ha sucedido muchacho? Estábamos caminando y te desapareciste, te la has pasado hablando en sueños, te trajo don Marcial, el que cuida los ranchos de don Eusebio, sí que te alejaste muchacho ¿Y qué carajos le hiciste a mi hija que no deja de preguntar por ti? Ya le dije que te secuestraron los hombres mono. En esé instante cruzó la puerta Noemí, que se me tira de brazos al cuello y me besa los labios con emoción y ternura. Yo también olvidé que enfrente de mí se encontraba Eliades, que estaba en su casa y que ahora besaba a su hija. Espero que trate usted muy bien a mi hija,no me gustaría tener que matarlo, me dijo. Tenía razón. Noemí estaba contenta y yo estaba enamorado de nuevo, eso sí que era suerte de principiante de vagabundo. Pero qué suerte tiene esté sinvergüenza dijo Remigio en voz alta. El amor es la sustancia más fuerte del juego de química, esá noche no dormimos, nos quedamos abrazados viendo pedazos de planetas extintos entrar a nuestra atmosfera, hasta que amaneció y el cansancio nos ganó. Cuando despertamos Remigio ya no estaba. En las noticias dijeron que el ejército invasor había abandonado el país.

Winston Tamayo

Texto agregado el 13-08-2009, y leído por 97 visitantes. (1 voto)


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