No sé muy bien en que parte me perdí. Los días son demasiado largos, la vida, demasiado corta. Me gustaría que todo esto fuera simplemente un sueño, pero no lo es.
Ya han invadido mi cabeza y esto se ha vuelto realmente tormentoso, una verdadera guerra. A muchas he logrado matar, las he matado con pensamientos tristes, con mi pena y cierto es que no lo han podido soportar. Esto me ha producido un desgaste enorme, no tengo fuerzas. Ya casi no me muevo, pues no sólo invadieron mi cabeza sino también el resto de mi cuerpo, desde entonces, me he refugiado en la oscuridad y ya casi no recuerdo la luz del sol. Las más fuertes permanecen ajenas al dolor y el sufrimiento, se meten en mis sueños, me los arrancan, los transportan e intentan guardarlos en su hormiguero, pero en un corazón óseo y desahuciado ya no caben los sueños. Me arrastro hacia la salida, y allí me quedo tendido en la tierra. Es una noche muy fría y una guerra perdida.
Ya no siento, sólo me queda el eco y la sensación de tener mi cuerpo lleno de hormigas, las cuales, han decidido salir y abandonarme llevándose consigo los vestigios de alegría que me quedaban y toda una vida de lucha interior, irónicamente lo hacen por mis ojos, como si estos estuvieran alegres, y así van saliendo, de todos los colores, mientras las hormigas más poderosas cortan mis últimos y oxidados recuerdos y así se los llevan, sobre sus cabezas, como si fueran hojas, mimetizándose con la luz pura de un nuevo amanecer dejando dentro de mí sólo el vacío y el olvido.
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