Hablo del misterio, de la fuente subterránea escurriéndose hacia el mar de lo innombrable. Hablo del hambre del espíritu, del hombre, del estrépito que provoca toda habladuría. ¡El espíritu! ...Y ni siquiera sé de qué diablos estoy hablando.
La palabra se me atora, la palabra se me toro, y me cuernea. La palabra se me encorva, se me cuervo, y picotazo. ¡La palabra! ...Y el espíritu huye despavorido.
Hablaba del misterio, ahora lo sé, no era más que una corriente de humo. Hablaba de una corriente de humo, ahora lo sé, era solamente el sueño en la pupila. Hablaba del sueño y la pupila. ¡Mentira! Sólo era una cortina meciéndose en el viento.
¡Viento! ...Y todo lo demás apenas polvo.

Ya no hablo.