La observé durante largo rato. Sus ojos marrones, sus lentes, su cabello corto.
Estaba del otro lado del andén. En un instante, un solo y breve instante, ella tomaría un carro hacia un lado, y yo hacia el otro.
Pero no aún. Aún seguía frente a mí.
¿Cómo acercarme? ¡Gritarle sería tan extraño!
Cierto, ella me conocía. Y hace meses que no nos veíamos.
Pero no podía gritarle.
¿Y saltar? Saltar hasta el otro lado del andén. ¡Dios santo, claro que no! Me mataría.
Entonces de sus ojos brotaron dos cristales.
Dos perlas derretidas, dos lágrimas. Lloraba.
Grité su nombre sin dudar dos veces.
Ella miró.
Entonces llegó el tren.
El grupo de gente esperando junto a ella la empujó y la obligó a entrar.
Miré.
Y entonces volteé y me cambie de andén. La encontraría en la siguiente estación.
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La observé durante largo rato. Sus ojos marrones, sus lentes, su cabello corto. Su mirada triste, su aire impreciso.
Estaba del otro lado del andén. En un instante, un solo y breve instante, ella tomaría un carro hacia un lado, y yo hacia el otro.
Pero no aún. Aún seguía frente a mí.
Me moría de ganas de hablarle, de saber su nombre.
Llevaba un libro bajo el brazo. O quizás un cuaderno.
¿Como sería su voz?
¿Qué música escucharía?
Dio un par de pasos en círculos. Parecía ansiosa. Su caminar era delicioso. Se mecía suavemente, parecía volar o flotar.
¿Qué aroma tendría?
En ese instante, precioso instante, me miró.
Llegaron ambos trenes.
Cuando se fueron, repletos con su cargamento humano,
Ni ella ni yo, los habíamos tomado.
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Estaba allí, del otro lado del andén. Sus ojos marrones, sus lentes, su cabello corto.
Su mirada triste, su aire impreciso.
Tomaría en un breve instante, uno solo, un carro hacía un lado y yo hacía el otro.
En un instante. No aún.
Frisaría, ¿Qué? Los 17 años. Cargaba un libro bajo el brazo.
Ansiaba con todo mí ser hablarle. ¿Quién sería? ¿Cómo se llamaría? ¿Qué música oiría?
No sabía cuanto tiempo había estado mirándola. Me encantaba. Era todo lo que me
Importaba. Comenzó a caminar en círculos, probablemente por el frío. Su andar era Absolutamente perfecto. Parecía, de algún modo, flotar.
¿Qué aroma tendría?
En ese instante, precioso instante, me miró.
Llegaron ambos trenes.
Cuando se fueron, repletos con su cargamento humano,
Ni ella ni yo los habíamos tomado. |