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Inicio / Cuenteros Locales / koul-tattler / Sonrisa Tras una larga espera

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Había acompañado a mi hermano menor ese día, camino a su clase de violín.
La casa de su profesora quedaba en una zona de la ciudad que no solía visitar.
La verdad, era un Área que me quedaba bastante a trasmano.
Pero al día siguiente sería feriado y en mi horizonte solo había un fin de semana largo.
Dejé al pequeño Ligh( se pronuncia Laif, porque es un nombre extranjero) junto a su música y partituras. Yo ya había hecho el intento con los instrumentos hace dos años, pero había fracasado.
Mis padres entonces decidieron que quizás yo había comenzado muy tarde y contrataron clases inmediatamente para mi hermano. Dicen que los seis años es buena edad para empezar con el Violín.
Entonces reemprendí el camino a casa.
Era un barrio bonito. Las casas eran algo melancólicas, nostálgicas.
Parecían el reflejo de un mundo un poco más antiguo. Algo sin Internet, sin teléfonos, con más árboles y cielo y lluvia. Bonito.
El día era agradable. Un poco de viento, justo la cantidad necesaria para que el calor no fuera asfixiante. El cielo tenía una o dos nubes que hace un par de horas eran blancas pero que ahora eran rosadas.
Estaba escondiéndose el sol.
Entonces, la vi por primera vez.
El cabello rojo y largo, con una mirada algo lejana. Lentes con marcos negros, que cubrían ojos cuyo color en la distancia no pude reconocer.
Su rostro. Oh! su rostro...
Era suave, si, pero no demasiado como para parecer tonta. La piel clara, evidentemente acostumbrada a un cielo más cubierto que el nuestro en el desierto. O semidesierto.
Un auto me robó su imagen durante un segundo.
Caminaba por la acera opuesta.
Sus labios se curvaron en una sonrisa sencilla. Llevaba audífonos en los oídos. Verdes.
Llevaba ambas manos en los bolsillos, quizás por la costumbre de un clima más frío.
Camina erguida, pero no era demasiado alta.
Vestía el uniforme gris de todos los estudiantes y llevaba una mochila verde, lo mismo que yo, pero más clara. Estaba rayada, sin lugar a dudas por sus amigos y compañeros.
Entonces dobló en la esquina opuesta y desapareció de mi camino.
Miré el reloj. 6:40
Su recuerdo no me abandonó con facilidad.
Se resistía a dejar mi memoria, y durante la noche hablé con ella, en sueños.
Al día siguiente me robó numerosos momentos de la tarde, y me di cuenta de que necesitaba verla nuevamente.
Decidí probar si sobrevivía durante el fin de semana. si pasado ese plazo su recuerdo no se iba, trataría de encontrarla.
El día lunes llegó y yo seguía en el mismo estado.
Mi mente durante los cuatro días de asueto había maquinado un plan un tanto extraño.
Volvería al mismo lugar donde la había visto la primera vez, a la misma hora.
Quizás aquel camino fuera habitual para ella, y me hice la esperanza de volver a verla.


a las 6:00 partí al lugar definido.
y a las 6 :40 volví a verla. Entonces comenzó un periodo único e inesperado en mi existencia. Todos los días pasaba por aquella parte de la ciudad solo para verla pasar.


Con el tiempo me hice amigo de algunas de las personas que vivían por allí.
el dueño de la rotisería, por ejemplo, que después de verme varios días esperando frente a su local me preguntó:
-¿planeas asaltarme algún día o tendré que regalarte la mercadería?-
Su nombre era Gerardo, y era un hombre de carácter muy fuerte, pero era honesto.
Un sujeto enorme, gordo y alto, no dejaba de infundir respeto incluso cuando maldecía. Siempre me recordó la imagen típica de Vulcano, con su barba gris y sus ojos azules e inexpresivos. O también la pequeña Mariah, una niña de más o menos la edad de mi hermano, muy parlanchina. Le conté porque pasaba por allí todos los días, y ella me dijo:
-¿y porque no le hablas?-
La verdad no me costó conocerles.
No tenía problemas para hablar con la gente, pero ella era diferente.
Quedaba paralizado apenas la veía, y solo podía seguir caminando.
Pasaron varios meses.
Todos los días la veía, y esos dos o tres minutos que duraban su visión eran los que hacían que el día valiera la pena. En ciertas ocasiones la acompañaban amigas o amigos y podía oír su voz.
Era dulce como la miel, algo grave y llena de matices que daban más información que cualquier palabra.
Algunos días sonreía, otros caminaba cabizbaja, con la mirada perdida en algún punto de la acera.
La situación comenzó a volverse angustiante.
Me di cuenta de que necesitaba conocerla. Hacerla parte de mi mundo más que un par de segundos al día.
Necesitaba saber de Ella.
Y entonces, una tarde me planté frente a Ella, dominado por el nerviosismo y el ansia.
Nos detuvimos uno frente al otro. Tomé conciencia de lo extraña que sería la situación
-no se como decirte esto. La verdad es difícil para mí hablarte, porque los últimos cuatro meses me he estado desviando de mi camino habitual para poder verte pasar. no creo que me hayas notado. Realmente se que es extraño, pero desde el primer momento en que te vi dominaste mis pensamientos y mis ideas con una fuerza inusitada, algo que sobrepasa lo que puedo entender.
Yo no creo en el Amor a primera vista, pero tengo que reconocer que si de verdad existe debe ser muy parecido a lo que me ha sucedido con tigo.
Me miras con esa expresión de sorpresa y algo de temor. No te asustes. No interrumpiré tu existencia mucho tiempo. Solo deseo concerté. Quizás salir algún día, saber tu nombre, conocer tu Aroma.
Saber en que colegio estudias, quizás, si la fortuna me sonríe lo suficiente, que llegáramos a ser amigos.
Perdona que interrumpa tu camino de esta manera, pero dejé pasar demasiado tiempo desde la primera vez que mis ojos miraron a los tuyos, y necesitaba hacerte saber lo que siento por ti.
si te produzco desagrado o temor, dímelo y no dudaré en desaparecer de tu vida.
No resistiría tu desdén-

Y cada palabra fue pronunciada tal y como yo había pensado que lo sería, pero con otra voz.
Porque todo el discurso que yo esperaba decir había salido de los bellísimos labios de Ella.
Y ambos sonreímos.

Texto agregado el 12-08-2009, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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