Es una misión suicida. Debemos entrar por el extenso túnel que conduce a la entrada del pueblo rebelde, una de las zonas más llenas de soldados, para iniciar una invasión más grande y certera que acabará con los ataques y amenazas. Soy un soldado raso, me metí en esto porque mi familia está al otro lado del túnel, viven en plena zona candente y hace mucho tiempo que no los veo. Sé que la están pasando bien según lo que me han contado los infiltrados, dentro de las posibilidades del régimen. Tengo miedo de llegar a convertirme en un infiltrado, o un perseguido por ambas leyes, las de acá y las de allá, pero no puedo involucrarme más de lo que ya estoy. Estaré muy equivocado esta noche.
Estoy asustado. Sólo mi fusil, que tengo presionado contra mis labios y rostro, lo sabe. Sé que llegará el momento en el que tenga que entrar, pero como es sorpresa hasta yo mismo desconozco cuando será. Mi respiración se entrecorta, no sé cómo guardar la calma, podría muy bien arruinar el operativo. Miro al cielo y sólo veo nubes blancas, las veo así porque la noche está adentrada hasta entre mis botas, negra y peligrosa para ellos, pero dulce y cómoda para nosotros que tendremos la victoria. En este mismo momento no me viene ningún pensamiento, estoy como bloqueado, atento, dispuesto a obedecer, a disparar, a entrar con todo.
¡Ahora! Ya detonó la primera granada. Un resplandor café y mucha tierra se ha levantado, es el momento de entrar. Las balas cruzan todo mí alrededor y no me tocan, pasan despacio, las puedo ver, horadando la gran nube gris que nos rodea a la entrada del túnel, pero no oigo voces ni gritos; los fusiles los usan como bayonetas. Nadie ha caído a pesar de la confusión, la oscuridad, las balas. El combate es fuerte, pesado, tengo los ojos muy abiertos, es como si el tiempo se hubiese detenido. ¿Qué? Suéltenme, no quiero que me lleven, que me maten. Saco el revólver de la espalda y le disparo entre los ojos a quien me había agarrado. Lo veo flotando entre el aire, cayendo de espaldas. Antes que toque el suelo estoy en la otra esquina, escondido detrás de un muro, respirando rápido, preguntándome qué estoy haciendo.
Ya no me interesa estar acá, voy a salir corriendo, me adentraré en el túnel para ver si puedo llegar al pueblo. Según un informante, el túnel es de un kilómetro, y ahora todo depende de ser cuidadoso y que no me encuentren. Aunque es casi imposible, porque hay muchos soldados saliendo para cubrir la entrada. La ventaja es la oscuridad, volaron la electricidad del túnel, entonces nadie reconoce a nadie, y creo que puedo ir tranquilo entre los soldados rebeldes sin que se den cuenta. Fingiré que estoy herido para que no se detengan a ayudarme, en momentos de guerra lo que menos sirve es alguien herido. Será el kilómetro más largo de la vida. No entiendo del todo porqué este túnel; sé que tenían que proteger la ciudad, pero podían haber construido unas murallas como en otros tiempos, aunque no tendrían el mismo efecto ni la seguridad. Estoy seguro que nadie de mi grupo entrará hasta la ciudad a punta de sangre y fuego. En la entrada del túnel se quedarán, dándose candela hasta que se maten todos o se aburran y tengan que irse.
Ahora puedo ver la entrada al pueblo. Hay varios soldados en la entrada, ya no puedo fingir que estoy herido porque me llevarían a enfermería y se darían cuenta de mi uniforme y botas. ¿Qué puedo hacer? En sólo un momento, sin darme cuenta cómo, estoy afuera, pero ahora me están buscando, con carros, lámparas grandes, perros, y muchos soldados dando vueltas. Sin embargo no tengo miedo, ya estoy al otro lado, metido en una zanja, a través de los alambres de púas asomo mi cabeza y veo la luz de las lámparas a mi lado, encima de mí. Desde acá puedo observar la ciudad, es emocionante ver todas esas luces, tan bien colocadas, es una ciudad blanca, un pueblo iluminado, con árboles frondosos y altos, silenciosa, me atrevería a decir que hasta respetuosa. Me gustará vivir acá. Era poco exacta la información que tenía sobre este sitio.
He ubicado la casa de mi familia, es en un tercer piso. No me estaban esperando, los levanté tarde en la noche, preocupados ahora por lo que iban a hacer para ocultarme de los soldados y el régimen. En el pueblo no se habían enterado del ataque a la entrada del túnel, y pasadas algunas horas los soldados empezaban a regresar, a organizar filas en las calles, a marchar para darles seguridad a los habitantes, tal como lo prometieron desde un principio. Ya amaneció y están haciendo requisas en todas las casas, para ver si han dado apoyo a los invasores. De inmediato no sé qué hacer, y en la calle veo un perro salchicha amarrado, lo agarro y pretendo que lo estoy paseando. Cual será mi sorpresa al saber que el perro pertenece al general, que tiene una apariencia como de Hitler, tanto en la ropa como en la cara. Y para más sorpresa el general da por sentado que soy el hombre que entrena perros y me da un abrazo frente a todas sus tropas, explicándome qué debo enseñarle y cuando debo entregarlo a la casa. Será una estadía interesante en este pueblo rebelde.
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