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Inicio / Cuenteros Locales / leonardofabinchi / Miedo a la muerte

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En esta ocasión traigo a ustedes una historia bastante sencilla. Nada del otro mundo, por el contrario, algo bastante particular.
Empezando pues haré referencia a un hombre. No cualquier hombre, era un hombre cuya vida le había enseñado a ser fuerte. Era un hombre que día y noche exponía su vida, un militar activo, cuyas experiencias le habían hecho lo bastante duro como para asegurar con absoluta certeza que no le temía a la muerte, y es que en su profesión esto era lógico. El no solo hacia el papel de muerte llevando vidas con so hoz de balas y su capa no muy negra por razones de camuflaje. Además jugaba con ella y aun así esto no lo inmutaba. Pero sin falta los domingos en la noche ese hombre iba a su casa, y en ella lo esperaba su esposa. Lo esperaba para envolverlo en un amor tan grande que volvía a el la humanidad después de una semana de salvajismo y violencia. Sin esta dosis semanal este hombre sería un animal. Pero esta mujer tan importante en esta historia era también una mujer de fuerte conciencia. Ella era una doctora que trabajaba en un hospital militar. Justo allí conoció a nuestro hombre mientras le atendía una herida grave, y desde ahí este hombre estaba fuertemente aferrado a ella. Pero el ambiente de ella era un ambiente duro también. Ella vivía rodeada más de muertos que de enfermos. Las heridas de la guerra rara vez no eran mortales, y así en ella se había desarrollado una filosofía de la muerte, una realidad que le hacia valiente, casi insensible. Así es, ella no temía ya a la muerte, igual, a todos nos llega. No es otra cosa que la realidad, y es valiente el que sabe asumirla.
En muchas ocasiones en que la pareja disertaba sobre las duras experiencias de sus profesiones, evidenciaban una frialdad en lo que respecta a la muerte, al punto de haber llegado a un mutuo acuerdo, bastante lógico por cierto. Si alguno de los dos moría, esto era lo mismo que nada, y así como cada uno vivía sin el otro antes, así volvería a ser, esa era la vida. Tal vez buscar a otra persona con quien terminar esa vida, o tal vez cualquier solución, no importaba, los dos estaban dispuestos a aceptar la separación con frialdad, con realismo y hasta con crueldad. Pero tenían claro que mientras estuvieran juntos los uniría el amor, algo irónico pero lógico.
Pero algo más habían acordado. En caso de que uno de ellos hiciera falta, el otro correría la total responsabilidad por la salud y el desarrollo de su hijo. Si, un hermoso niño de cabello rubio y algo escaso aun, que para esa mañana de domingo cumplía tres meses. Es claro que con tres meses era desconocido para él el significado de la muerte. Era obvio entonces el que el niño no le temiera a esta. Así que uno podría concluir a simple vista quela muerte se moriría de aburrimiento en esta casa. Pero un examen profundo revelará su astucia.
Eran ya las 9:00 am, y la mujer cuidaba el hermoso bebé. Este venía mostrando síntomas de enfermedad, y por esto la mujer se beneficiaba de un permiso especial de una semana para cuidar de su hijo. Él lloraba constantemente y, el instinto de madre y esa conexión inexplicable entre los niños y su progenitora, le dejaba en claro el sufrimiento del pobre. Ella por su parte seguía procurando calmarle, mas no parecía tener efecto.
A las 11:00 am el bebé se encontraba semidesnudo, mientras su madre con un termómetro en una mano y un abanico en la otra fruncía el seño con desesperación y en su mente oraba a Dios, y también a la muerte para que se marchase ya. Mientras, esta los observaba en el otro extremo de la cama y con una sonrisa en su rostro.
A la 1:00 pm el bebé se encontraba envuelto en paños de agua, mojado por las lágrimas desesperadas de su madre, quien se mantenía en silencio mas sus ojos no escamoteaban en escandalosos caudales. En su mente solo había desconsuelo. Pensaba en lo peor, en la muerte, en esa compañera de trabajo que quería traicionarla antes de tiempo. Y en esto meditando veía su futuro, ya inevitable, la locura.
A las 2:00 pm la locura ya estaba empezando a tomar su lugar en la vida de la mujer. Ella ya no lloraba. Gemía y bramaba. Y es que su vida perdía sentido. Ella se deslizaba hacia la demencia con plena conciencia de esto, y así viviría el resto de su vida camuflándose en la locura mientras en si misma se ahogaba con su conciencia que era totalmente cuerda pero ya inservible para el resto de lo que ya no pudiese llamarse vida. Y mientras permitía que todo sucediera en su mente, como sabía que debía suceder, yacía en sus brazos y sin vida el cuerpo de su hijo de tres meses con sus cabellos dorados y su hermosura aun no extinta.
Más, mientras desesperadamente las lagrimas bañaban el cuerpo del niño y la madre se aferraba a este bramando de forma ensordecedora, uno de esos milagros últimamente tan comunes e inexplicables, tal vez como en los cuentos de hadas que son causados por las lagrimas, o tal vez por los cuentos románticos que los explican como resultado del exagerado amor, los ojos del hermoso niño volvieron a abrirse y su llanto a escucharse por encima del llanto de su madre. Esta al escucharlo calló de inmediato, y sus lagrimas bajaron por sus mejillas mucho mas rápido. En respuesta el bebé perfectamente conectado con su madre calló también. Una sonrisa torpe y que limitada por la carne no permitía expresar el sentir absoluto, invadía el rostro empapado de lagrimas de la mujer. Todo volvía a valer la pena, el futuro, la familia, todo.
A las 5:00 pm el bebé estaba estable. Su madre con tremendas ojeras de aquellas que son producto puro de la preocupación extrema, y con una mirada perdida, meditaba en la muerte. En como esta se burlaba de ella, de una mujer de nervios de acero, y le mostraba lo vulnerable que era. Mas frágil de lo que cualquiera lo esperara con un rápido examen, pero que la muerte había logrado sacar a la luz. Así ella siguió meditando y orando, dando infinidad de gracias que nunca cesarían al gran Dios, quien es finalmente el responsable más común de los milagros de tal magnitud.
A las 6:00 pm llegó el hombre, quien presentía ya algo desagradable. Y no tardó mucho en ser informado por su esposa quien desesperadamente y con miedo y alegría a la vez le contaba cada detalle. Esta charla junto al bebé se extendió hasta las 11:25 pm, entonces todo quedó en silencio. Los dos se sentaron junto al niño y lo contemplaron examinándolo por si alguna nueva señal surgía. Los ojos del niño se alinearon con los de su padre. Este, con una cara de terror y meditando incansablemente sobre todo lo escuchado, imaginando la locura de su vida si todo no hubiese mejorado, dejaba entrever en sus ojos algo que el niño tal vez no entendía, pero de grande inevitablemente, como a todo ser humano, lo humillaría en algún momento. El terror, el pavor, el miedo a la muerte.

Texto agregado el 12-08-2009, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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