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EL ULTIMO BESO
El viejo caminaba lentamente, como si su cuerpo le fuera demasiado pesado para llevarlo encima. Había tantas arrugas en su rostro que parecía que a sus ochenta años no había vivido solo su vida sino la de cinco ancianos más. Su pelo blanco, donde tenia, y sus anteojos con los que un astrónomo descubriría los confines del universo. Le daban una apariencia, en vez de enternecedora, desechable. Era su día libre, así que podía hacer lo que quisiera, o mas bien lo único que podía hacer, arrastrar sus pies por las calles mientras pensaba en las ultimas palabras de sus hijos. Siempre pensaba en estas desde que lo dejaron en el acilo. Aunque no se las dijeron a él si no a las enfermeras, le dolieron en el alma.
Justo ese día mientras caminaba las estaba recordando en su cabeza. Hacían ya 20 años que las había escuchado, pero las recordaba con tanta exactitud que parecía que las acabara de escuchar. A decir verdad todo el tiempo se sentía como si las estuviera escuchando en ese momento. Por eso su andar cabizbajo, su apariencia desechable. Recordando cuando sus dos hijos y una enfermera se encerraron en el despacho del sitio donde pasaría su última fase en la vida, la fase de viejo. Recuerda cuando él, haciendo algo que su honradez nunca le permitiría, pero que por primera vez la curiosidad lo obligaba, colocó su oído bueno junto a la puerta del despacho, y escucho la conversación más mentirosa y rastrera, la más traicionera, la más…
-Vamos, ambos sabemos que no podemos encargarnos más de él. Tú tienes una familia, debes responder por ella. Y yo estoy esperando una bebe que me quitará todo el tiempo.
-Bueno, yo no he dicho que yo me vaya a encargar de él. Me refiero a que el ha vivido bien en tu casa, y yo te he dado dinero para que siga siendo así.
-Las cosas han cambiado. Mi esposo apoyaba la idea de que viviera con nosotros, pero ni el ni yo lo soportamos mas ni podemos seguir ocupándonos de el.
-Bueno entonces no se discuta más. Ambos sabemos porque estamos aquí, así que para que perdemos tiempo.
-Disculpen que los interrumpa, les recuerdo la etapa de viejo es como volver a ser niños, hay que bañarlos, escucharlos, cuidarlos, y sobre todo saber aguantar sus berrinches. Son sensibles, son niños, y aquí los cuidaremos así. Si no tienen ningún problema en dejarlo en nuestras manos coloquen sus firmas en este documento.
-Bueno, usted tiene razón, es un niño consentido y llorón.
-y una carga que yo no voy a seguir llevando.
-Han tomado una decisión sabia, todos tenemos que seguir con nuestras vidas, es lo único que podemos hacer. Que tengan un buen día.
El viejo recuerda, y llora. Pero no como un niño llorón, esa es una gran mentira, nadie sabe nada de la vida mas que lo que ha vivido. Por un lado el viejo deseó haber seguido siendo honrado, así su dolor no seria tan grande. Por otro lado el era consiente que las últimas palabras de la dueña del acilo eran en parte ciertas. Hasta sus hijos habían tenido algo de razón. Él no esperaba que siguieran cuidándolo hasta su muerte. Pero había una cosa en esa conversación que lo indigno. Así el viejo pensaba en las palabras que él mismo dijo alguna vez a su padre cuando era joven: “Papa, ser viejo no es tan malo. Yo pienso que es la unión de todas las etapas de la vida. Desde que se es niño, pues se es muy consentido; de la adolescencia, pues se es terco; de la adultez pues se es maduro, y de la vejez misma, pues se es sabio”. Y la contestación corta de su padre: “hijo, cállate. No sabes nada”. Por fin lo entendía. Solo en la vejez se desplegaba una actitud que se caracterizaba por ser la defensa a una realidad, todo lo contrario a lo que alguna vez pensó. Y era la ausencia de algo presente en todas las anteriores fases de la vida. ¿Que?, bueno el viejo recordaba toda su vida para responderse.
Desde el momento en que nació. Él no lo recordaba exactamente esto, nadie lo recuerda. Pero sabía que su madre lo tomaba entre sus brazos y lo besaba con todo su amor. Como toda madre amorosa lo arrullaba todas las noches para que durmiera. Y si esta lo descuidaba, el arrancaba a llorar para que lo alzaran y besaran mas. Es cierto, era un consentido.
Luego cuando fue creciendo su madre dejo de besarlo, pero otras bocas la reemplazaron. Él exploraba el amor que apenas florecía precozmente. Conquistaba a niñas mayores que el. Era un Don Juan. Vivía del amor de sus incontables novias y se escapaba del colegio, de su casa y de su mundo, para pasar horas junto a sus adolecentes enamoradas. Nadie podía controlarlo. Estaba desbordado de amor e insensible a las advertencias de su madre. Es cierto, era terco.
Luego fue un hombre que quiso ser responsable. Se enamoró puramente y se casó con una hermosa mujer. La amaba y ella a él; la besaba y ella él, si, ella también lo besaba. Y fruto de su amor, los dos hijos suyos. Cuando eran niños, pegados a la falda de su madre y al pantalón de su padre. Consentidos como lo había sido él. Besaban al hombre que los protegía como un león y a la mujer que los amaba, y esta a su vez besaba a su esposo. Si es cierto el era un hombre maduro.
Pero de pronto envejeció. Perdió a su amada mujer, sus hijos organizaron sus vidas y él lo afrontó con madurez, al principio. Fue lo último. Pero después de esto todas las actitudes se desvanecieron. El consentido se convirtió en descuidado, el terco en indefenso, el maduro en tímido y quejumbroso. Su actitud era torpe, su experiencia ya no le servía para si. Era una fase de la vida totalmente nueva. Estaba viviendo sin algo que nunca le había faltado. Pero desde que era viejo desapareció por primera vez y para siempre. Enfrentando su realidad y recordando todo el tiempo que desde que era viejo nunca, nunca más, nadie lo había vuelto a besar.
Pasaba el viejo junto a una sala de velación. Como era su día libre y podía hacer lo que quisiera, se sentó a ver lo que sucedía. Y extrañamente sus ojos se llenaron de una felicidad ilógica, su boca de una sonrisa tierna. Era una felicidad pura experimentada al ver a aquel hombre en el ataúd. Un viejo como él, al cual varias personas se aferraban y besaban con locura y lágrimas. Mientras proferían gritos horrorosos volvían a besar, a amar, a besar. Una lagrima de felicidad rodo por la mejilla del viejo. Volvió caminando al acilo, con su cabeza erguida, sonriente. Consolado por lo que había visto.
Pronto llego al acilo. Se sentó en su silla junto a los demás viejos, pero feliz sabiendo que pronto, aunque el no lo sintiera, seria besado con tal ternura como no lo fue en su niñez. Con tal locura como nunca lo besaron en la adolescencia. Con tanto amor como nunca en la vida. Pronto volvería a ser besado, pero no de besos normales. Serian besos que llenarían todo ese tiempo en que sufrió sin ellos, su vejez. Esos besos, por primera y única vez en la historia de sus mejillas, irían acompañados de lágrimas. Ahora si el viejo dibujaba en su rostro su esperanza, esa esperanza que necesitaba para morir.

Texto agregado el 12-08-2009, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


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